No es sencillo dedicarse a algo manual hoy día. Especialmente para personas que viven en sus carnes la brecha digital, que en demasiadas ocasiones está presente pero pasa desapercibida. Porque manejar un smartphone no significa saber hacer una transferencia a través de una aplicación. Y porque todo lo que no implique tecnología parece enmarcarse socialmente en una segunda línea.
Y no deja de ser curioso, ya que han sido la manufactura y el trabajo de especialidad humana los que nos salvaron los suministros durante la pandemia. Bajo una calificación de ‘esenciales’ que parece haberse olvidado con demasiada premura una vez las cifras de contagios han ido mejorando. Pero que debería estar muy presente habida cuenta de que ya no podremos volver a confiar de manera plena en el comercio transoceánico. Por si estalla otra pandemia. Por si encalla otro barco. O simplemente por si vuelve a haber invasiones entre países.
Hoy, los Objetivos de Desarrollo Sostenible están casi en cualquier imaginario colectivo. Pero no era así en 2007, cuando la preocupación por la crisis económica eclipsaba las voces que ya advertían de la posible irreversibilidad del cambio climático. Fue entonces cuando algunas compañías pioneras como Bolsalea decidieron demostrar que pequeños cambios en los hábitos podían suponer grandes avances. Y de sus bolsas alejadas del plástico nació un espíritu que hoy parece respirarse algo más entre la sociedad.
Pero no solamente el enfoque empresarial es suficiente. Hace falta, en demasiadas ocasiones, mirar alrededor y ver que hay personas a las que simplemente ofreciendo una oportunidad consigue rehabilitarlas socialmente. En lugares marginales que lo son por diversas razones, pero siempre una de ellas es achacable a los prejuicios y la falta de confianza.
En un barrio arrasado por la droga las oportunidades son mínimas. Pero, para quien sepa mirar, se trata de un entorno donde el talento de las mujeres suele estar supeditado a las casas. Y es allí donde, en realidad, se sustenta cualquier esperanza viable para una familia en riesgo de exclusión.
Esa mirada ha llevado a la firma alicantina a contar con un taller de confección. Donde, en primer lugar, se enseña lo básico. Porque nuestras abuelas, y hasta nuestras madres, aprendieron a coser en la escuela, pero la mayoría de las siguientes generaciones no han dispuesto de opciones de enseñanza que nos parecen básicas pero cada vez se encuentran menos.
Una vez adquirida la habilidad, el siguiente paso es generar confianza. Y en estas situaciones, esta solo se gana ofreciendo una salida laboral digna. Cada vez hay más partes de la sociedad civil y privada concienciadas con el uso de bolsas reutilizables. Y es ese producto, en demanda creciente, el que ven nacer de sus manos. Formando, por fin, parte de un proceso productivo y de un círculo de igualdad con sus semejantes.
Esta acción es empoderamiento, sí. Pero también ejemplo. En un entorno donde lo fácil, lo único o lo desesperado por las circunstancias es escoger otro camino, ellas demuestran que se puede. Que se vale. Y, seguramente, les retornan las ganas de volver a cantar. Pero, al menos por esta vez, con la alegría de saberse útiles.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de la Mujer 2022.