Este es el primer 8 de marzo que celebro siendo abuela. Un compañero de trabajo que conoce mi empeño por la igualdad en Cruz Roja, al darme la enhorabuena, me dijo que seguramente mi nieta vivirá en un mundo más justo con las mujeres, en un país en que las brechas de género son cada vez menores. Me hubiese gustado darle la razón, pero no estoy segura.
Algunos datos apabullantes de Naciones Unidas nos impresionan momentáneamente, pero demasiado a menudo los percibimos como fotografías de mundos lejanos. En 39 países las hijas no tienen los mismos derechos de herencia que los hijos, una de cada tres mujeres del planeta es víctima de violencia física o sexual; las mujeres representan solo el 13% de las personas que poseen tierras agrícolas.
Creemos que estas situaciones no nos pertenecen, pensamos que están superadas en los ámbitos en que vivimos. Y, sin embargo, la desigualdad de género es una realidad que se refleja en las cifras demoledoras de numerosos estudios. Según el INE, las mujeres mayores, tras haber dedicado su vida, en muchos casos, a la crianza y al cuidado de sus familiares, o a trabajar en explotaciones agrícolas familiares, sin cotización, perciben en promedio unas pensiones 440 euros al mes más bajas que las de los hombres.
Pero esta realidad no tiene que ver solo con nuestro presente, sino que lleva una sombra larga que amenaza nuestro futuro: mi nieta podría no conocer la igualdad en el acceso al empleo cuando se incorpore al mercado laboral. Al menos, al ritmo que vamos. Me lo han dejado muy claro las conclusiones del informe del cluster de empresas ClosinGap, presentado en 2021, que ha creado el índice homónimo cuyo objetivo es medir la desigualdad de género en España en cinco grandes categorías -Empleo, Educación, Conciliación, Digitalización y Salud y Bienestar-, así como su impacto en el PIB. El informe apunta a que necesitaríamos 35 años para cerrar la brecha de género, si no se producen retrocesos (lo cual no es descartable, dado que el impacto de las crisis siempre recae en mayor medida sobre las mujeres).
Una de las dimensiones en las que se materializa esta desigualdad es la brecha salarial. Según el último informe de Comisiones Obreras, la brecha está intrínsecamente relacionada con la composición del empleo que tenemos y cómo lo distribuimos. El análisis debe examinar los roles de acceso al empleo, la relación laboral con los diferentes tipos de tareas de cuidados, la “penalización” de la maternidad y las diferencias retributivas existentes en trabajos de igual valor.
En este sentido, existen dos fenómenos principales que alimentan la brecha: por un lado, el tiempo parcial feminizado y, por otro, los complementos salariales masculinizados. El mismo esquema patriarcal, que adjudica roles organizados jerárquicamente a hombres y a mujeres en función del sexo, está detrás de la falta de valor económico, social, y de todo tipo, de las tareas de cuidado. Tanto es así que los sectores más feminizados son los que tienen menor valor retributivo.
Cruz Roja, como organización cuyo fin es aliviar el sufrimiento humano en todas sus formas, no solo interviene, sino también es un observatorio de la realidad. En este sentido, gracias a los estudios que vamos realizando sobre la población que atendemos, sabemos que las consecuencias de la crisis originada por la COVID-19 han sido más graves en las mujeres que en los hombres. La precariedad laboral de ellas ha aumentado, así como los despidos, y han sufrido más contagios y más secuelas.
Resulta alarmante la situación de las mujeres que encabezan hogares monoparentales. Ellas, al criar solas, no tienen con quién compartir el cuidado de sus hijos e hijas, ni la responsabilidad de sustentar económicamente su hogar. Desde el inicio de la pandemia, han tenido que encarar enormes dificultades. El 80,1% de esos hogares tiene ingresos por debajo del umbral de pobreza.
La última investigación de Cruz Roja nos habla también de que, tras el confinamiento, cada vez más mujeres se han visto forzadas a asumir un rol tradicional de cuidado debido al escenario de crisis. Esto, sumado a las consecuencias sobre la salud y el empleo, ha tenido un impacto decisivo en el bienestar físico y emocional de las mujeres, cuyos indicadores son significativamente peores que los de los hombres.
En este sentido, las Instituciones públicas deben avanzar en garantizar el derecho subjetivo a los cuidados (dependencia, cuidado infantil…) y promover una visión que devuelva valor a lo que tradicionalmente se ha dado por supuesto: al esfuerzo de millones de millones de mujeres que, durante siglos, en silencio, invisibles, en el mundo oculto de sus hogares, han sostenido la vida, haciéndola posible.
Pero hay una parte de esta esfera que no puede ser delegada a lo público y esto significa que, paralelamente, tiene que producirse un enorme avance social en la corresponsabilidad, que implica un reparto equitativo entre hombres y mujeres de las tareas de cuidado de las personas y de los hogares. No basta con enaltecer la labor de las mujeres, hay que dar un paso más, porque los cuidados nos conciernen a todas las personas, sea cual sea nuestro sexo.
Esto supone que las empresas tienen una enorme responsabilidad para facilitar que las personas trabajadoras tengan tiempo para dedicarse a esas tareas, tomando en cuenta que es necesario establecer medidas para revertir las desigualdades existentes y favorecer que los hombres entiendan que esa es también su labor.
En Cruz Roja, desde 2018, contamos con una Estrategia de Género que es nuestra hoja de ruta para introducir la perspectiva de género en nuestro trabajo, así como en nuestras estructuras y cultura. Ello implica analizar las diferencias entre las condiciones, roles, situaciones y necesidades de hombres y mujeres para planificar actuaciones que produzcan efectos iguales o equivalentes. Significa fomentar que las mujeres accedan a ámbitos de trabajo masculinizados, pero también que los hombres asuman de forma equitativa las tareas del hogar, la crianza y el cuidado de las personas mayores.
A nivel interno, hemos aprobado a finales de 2021 nuestro IV Plan de Igualdad, con medidas concretas para garantizar la igualdad de oportunidades de las trabajadoras y los trabajadores de la Institución. Por ejemplo, se creará un registro único de promociones desagregado por sexo y se adecuarán las medidas de corresponsabilidad al personal con personas dependientes a su cargo, entre muchas otras medidas establecidas por el Plan.
Queremos seguir empeñándonos para construir un mundo sin estereotipos sexistas, en el que hombres y mujeres puedan desarrollarse plenamente.
Agradezco este espacio para subrayar la importancia de las empresas en la consecución de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, tanto en el acceso al empleo, como en las condiciones laborales y el fomento de la corresponsabilidad, ya que el escenario laboral es un espacio vital para el desarrollo de las personas.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de la Mujer 2022.