En el mes de mayo de 2023 visité México por primera vez. Durante mi segundo día en el país azteca escuché a una pareja local mencionar la Bestia o Tren de la muerte mientras leían un periódico cerca de mí, en una taquería. Ya que soy una persona con inquietudes sociales decidí indagar en el asunto con el objetivo de conocer qué se escondía detrás de esas estremecedoras palabras. Por tanto, después de buscar en internet, escribí a una periodista y politóloga oriunda de la región y experta en derechos humanos para pedirle que me contase en primera persona que es lo que sucede durante esa ruta. La periodista en cuestión se llama Gabriella y trabajó en medios de comunicación muy conocidos en toda Latinoamérica.
Convencerla no fue tarea fácil debido a que el territorio azteca es una de las plazas del planeta donde más periodistas son asesinados. Sin embargo, logré transmitirle la confianza necesaria para que accediese a que nos viésemos en una discreta cafetería situada dentro del área más segura de la Avenida de los Insurgentes, una de las diez calles más largas del mundo, que cruza Ciudad de México de norte a sur. Resultó sencillo romper el hielo tras cruzar unas cuentas frases, había feeling y eso permitió que la conversación se desarrollase en un clima de suma naturalidad.
La Bestia es un tren de carga de materiales, especialmente minerales, que cubre un trayecto de sur a norte desde Tenosique (Tabasco) hasta Estados Unidos. Gabriella me reveló que miles de migrantes principalmente procedentes de Venezuela, El Salvador, Honduras y Guatemala intentan alcanzar el “sueño americano” mediante ese vehículo que desde el año 2005, después de que un huracán destruyese las vías, empieza su recorrido a partir de una ciudad perteneciente al estado de Chiapas. Este modo de viajar es ilegal, pero poco importa cuando la alternativa es la más absoluta precariedad que sufren estos emigrantes en sus países de origen.
Desplazarse dentro de México sin dinero es misión imposible, por eso se ven obligados a usar esa ruta anhelando encontrar una vida mejor. Si consiguen sobrevivir suelen bajarse en puntos que hacen frontera con Estados Unidos para seguir su camino después de haberse subido a más de una decena de trenes, durante un viaje cuyo recorrido ronda los 2.500 kilómetros.
En una travesía llena de peligros, los polizones se sitúan en el techo o se encaraman en los laterales de un tren que atraviesa selvas, bosques, túneles y muchas zonas controladas por el crimen organizado. Un gran número de viajeros sufren lesiones de gravedad al caerse del ferrocarril en marcha y pierden extremidades si no fallecen en el acto. Sin embargo, el mayor peligro al que se exponen es que los narcos se crucen en sus caminos con el propósito de extorsionarlos. Los amenazan y los agreden física y psicológicamente si no acceden a convertirse en sicarios o bien los utilizan para el tráfico de niños o de órganos.
Uno de los cárteles más peligrosos y sanguinario de México, conocido con Cártel de los Zetas, controla numerosos tramos de la Bestia. Sus principales actividades son la extorsión, el secuestro, el lavado de dinero, la trata de personas o el homicidio. Hace tan solo unas semanas el líder de los Zetas en Europa fue detenido en territorio español sin que ese golpe afectara en absoluto a la organización.
De hecho, en una entrevista en persona que le hice a un narco en México le pregunté por qué era tan complicado desarticular un cártel. Su respuesta fue concluyente: No basta con coger al cabecilla porque están tan bien organizados que, aunque se atrape a un líder, su estructura no se resiente en absoluto. Además, los “capos” siguen mandando desde la cárcel. Según el narco al que traté personalmente en Ciudad de México, el gobierno está tan implicado que es prácticamente imposible disociar quién es quién dentro de ese narcoestado.
En México se puede decir que existe una guerra encubierta donde mueren incluso más personas que en la de Ucrania. Desafortunadamente la peor parte de cualquier conflicto bélico se la lleva la gente en situación de vulnerabilidad. En ese sentido, miles de centroamericanos han sido enterrados en fosas comunes sin que sus familias, por falta de recursos, puedan saber si en esos hoyos están sus seres queridos.
Durante mi estancia en Colombia (Medellín) me crucé con un grupo de jóvenes venezolanos que descansaban en un parque después de atravesar Ecuador a pie desde Perú. Su intención era llegar a Estados Unidos por la vía de la Bestia. Aunque tengo la esperanza de que lo consigan, no pude evitar despedirme de ellos con lágrimas en los ojos.
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Infierno sobre raíles
Por David Ramil Eiriz, Politólogo y Magister
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