Hace ahora un año, la pandemia por la Covid-19 se manifestó por primera vez en España. Sin duda, ha provocado un periodo histórico de colapso e incertidumbre, pero al mismo tiempo, de gran desarrollo y avance tecnológico, y por tanto, cambio social.
Sin embargo, mucho antes de este momento tan significativo en España, como en todos los países, flotaba una pregunta importante en relación al bienestar social: ¿Existen desigualdades sociales en temas de salud?
La respuesta en la práctica es sí. Un ejemplo de ello lo ha traído la pandemia de la Covid-19. Algunas personas no han tenido un buen acceso a los servicios de salud (por falta de proximidad a los mismos) y, por lo tanto, su calidad de vida ha sido peor en comparación con otras. Incluso ha existido retraso de diagnóstico en procesos malignos que han provocado una mortalidad no debida directamente a la Covid-19, pero sí a la falta de accesibilidad, a un triaje y tratamiento precoz. Esta situación, podemos considerarla inaceptable, inmerecida e irrazonable en un estado que se define como justo. ¿Cómo podemos hacer frente a esta problemática en el futuro? La tecnología y la telemedicina, en concreto, pueden ser una de las claves.
Desde hace unos años el concepto de moda es la “transformación digital”, centrada en la interacción a través de la tecnología en cualquier sector. En este contexto, resurge la telemedicina, probada en cientos de pilotos en el Estado Español. Una herramienta barata tecnológicamente a dia de hoy, sencilla de usar, eficiente y que ahorra desplazamientos y contacto presencial, tanto a los pacientes como a los profesionales. Es, en definitiva, la capacidad de ofrecer servicios sanitarios a distancia, aportando calidad de vida a los pacientes. La limitación de todas sus prestaciones, siendo mayoritario el uso del teléfono, es un freno a la mejora de los servicios sanitarios que la ciudadanía reclama. La telemedicina asíncrona (dejar preguntas a tu médico para que te las conteste en menos de 24h), la videotelemedicina con especialistas o el triaje online son asignaturas pendientes a las que hay que prestar atención.
De todo esto, podemos extraer tres enseñanzas. La primera de ellas es que las tecnologías que ya estaban aquí antes de la pandemia, no se estaban utilizando porque parecían “innecesarias”. Los profesionales sanitarios tenían que seguir trabajando presencialmente (a menudo sobrecargados) y probar innovaciones les quitaba demasiado tiempo. El problema no era tecnológico, sino organizativo. A los pacientes y cuidadores no se les había preguntado, aunque en todos los pilotos la satisfacción estaba por encima del 90%. En este entorno, aparece un agente promotor del cambio: La Covid-19. Veremos si ahora que parece que amaina ligeramente la tempestad (gracias a la innovación que son las vacunas), el cambio organizativo cristaliza para poder hacer más con menos. El sector de las residencias para la tercera edad debería ser el primero en adoptar este cambio, pero no el único.
La segunda de las lecciones es que la emergencia de salud a nivel poblacional ha obligado a usar todos los recursos disponibles para facilitar la accesibilidad. Estos nuevos medios son la gran oportunidad para las zonas menos pobladas de España, donde los pacientes ya tenían dificultades para acceder a los servicios de salud de forma regular, a pesar del esfuerzo de muchas y muchos médicos y sanitarios rurales.
España, donde más del 90% de la población cuenta con acceso a internet, debería disponer de más y mejores servicios sanitarios mediante telemedicina tanto en la denominada “España vaciada” como a nivel urbano. También falta ofrecer cobertura adecuada a aquellos pacientes y cuidadores con dificultades de movilidad, quizá mediante programas de telemonitorización remota de pacientes. La tecnología viene para romper la barrera de la distancia, pues la idea es estar siempre al lado del paciente. Si Alá no va a la montaña, la montaña vendrá a Alá.
El tercer aprendizaje es que la pandemia ha transformado casi todos los aspectos de la vida: La vida laboral se confunde a menudo en muchos hogares con la personal. La normalidad del día a día se expande al “todos los días”, poniendo en riesgo a veces la salud mental y el bienestar social de la población. Más que nunca se deberían garantizar condiciones óptimas de vida y de trabajo, y es obligación de los empleadores, vigilados por los organismos competentes, velar por este cumplimiento. Más que nunca es responsabilidad de todos, mientras dure la pandemia y más allá. También en esto, la tecnología puede echar una mano, para que la siguiente pandemia no sea de problemas de salud mental.
Estas tres lecciones nos llevan a una conclusión. La necesidad estalló en marzo de 2020, pero los recursos ya estaban ahí mucho antes. La tecnología parecía que se encontraba en todos los ámbitos de nuestra vida, pero faltaba el más fundamental y olvidado: La salud. La llegada de esta nueva normalidad ha sido un golpe para darnos cuenta de lo que teníamos y no todos veíamos. No volvamos a cerrar los ojos, y pidamos a políticos y gestores que pongan a disposición de las familias, tecnología que acerque a una mejor salud física y mental para que nuestra sanidad salga mejor de la pandemia, apoyándose en herramientas del siglo XXI.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables con Unoentrecienmil sobre el Día Mundial de la Salud