Para muchos de nosotros, septiembre marca el año nuevo en el calendario. Regresamos a nuestra rutina y retomamos hábitos que dejamos aparcados para irnos de vacaciones. Pero también nos fijamos nuevos objetivos. Colaborar con alguna causa social, ir andando al trabajo, consumir alimentos de kilómetro 0… ¿Te suena? Estas metas ya están recogidas en un marco global y común, los ODS, que hoy cumplen 8 años.
En este aniversario quiero centrarme en uno de ellos, el ODS 4, cuyas metas actúan como acelerador para alcanzar el resto de los objetivos. La educación universal y de calidad a la que hace referencia va más allá del ámbito académico: a cualquier edad y en cualquier circunstancia podemos adquirir nuevos conocimientos que nos permitan crecer en valores, como en conciencia medioambiental y sostenibilidad, que amplíen y fortalezcan nuestro compromiso con la naturaleza y la biodiversidad.
La educación ambiental debe ser transversal y plural, un complemento necesario al resto de aprendizajes con una misión clara: adquirir hábitos que minimicen – o neutralicen – los impactos que generan nuestros actos en el entorno. Este enfoque está cada vez más presente en los planes de estudio escolares. También en nuestras esferas personales, en las que tenemos más información a nuestra mano y mayor capacidad de decisión y de generar cambios.
La educación es la base necesaria para aspirar a ser una población comprometida y sensibilizada con la sostenibilidad. Desde los gobiernos hasta las empresas y la ciudadanía, a todos nos interpelan los retos ambientales, y todos hemos de generar impactos positivos que nazcan de una “cultura del conocimiento”; es decir, de la educación como aspiración universal para el desarrollo humano.
Puede parecernos que esta aspiración está muy lejos de la ciudadanía porque corresponda a los gobernantes; o que la situación actual provoca una ecoansiedad que hace que muchos bajen los brazos. Sin embargo, nunca en la historia hemos tenido tanta información a nuestro alcance para moldear nuestra visión del mundo.
Nunca ha tenido la sociedad civil tanta capacidad de influencia. Nunca hemos tenido tantas opciones de aprender. Y nunca hemos tenido tanta capacidad de transformar la información en conocimiento… y el conocimiento en cambio.
Diariamente, vemos en los informativos noticias relativas a huracanes, especies en extinción, incendios, sequías o lluvias torrenciales. Pero ¿sabemos realmente lo que significa el aumento de las temperaturas, la declaración de emergencia climática, el impacto que tiene la pérdida de biodiversidad o la escasez crónica de agua dulce?
Desde Ecoembes, trabajamos desde hace años y con una enorme convicción en el desarrollo de la educación ambiental para llevarla a niveles más ambiciosos en su impacto social, para que esté a la altura de las circunstancias que vive nuestra compleja relación con la naturaleza y para que nadie se quede sin acceso a ella. Prueba de ello, son algunos de nuestros proyectos como “Naturaliza”, “Libera” y “Terceros en edad”, que tienen un alcance que no distingue edades ni capacidades.
Porque sólo a través de la educación seremos capaces de dirigir y dotar de sentido nuestras formas de consumir, de alimentarnos, de movernos por la ciudad, de usar la energía o el agua, de reducir, reutilizar y reciclar nuestros residuos… En definitiva, de trabajar individual y colectivamente en la búsqueda de soluciones para los problemas relacionados con el entorno natural.
Como si de año nuevo se tratase, la vuelta a la rutina escolar y profesional es una época perfecta para la reflexión y el planteamiento de nuevos objetivos. Los ODS están ahí parar mostrarnos el camino y este aniversario nos recuerda que quedan siete años para alcanzar ese horizonte común. Hacerlo solo depende de nosotros.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: 8º Aniversario de los ODS, en colaboración con Metrovacesa.