La notificación médica de que Jordi sufría Alzheimer no fue del todo impactante. Hacía más de 10 años que explicábamos a diferentes especialistas que estaba pasando algo. Finalmente, hace aproximadamente un año fue diagnosticada la enfermedad y ya es bastante evidente su manifestación día a día. Hacer frente a la situación no es fácil. En mi caso, no tuve mucho susto al saber qué pasaba.
Sin embargo, constatar cómo cada día pierde autonomía, tomar conciencia de que cada vez aumenta mi responsabilidad al vigilar sus salidas, la ropa que se pone o la medicación que toma sí es doloroso.
No es fácil asumir que has pasado de tener un compañero de viaje en la vida desde hace más de cincuenta años, compartiéndolo todo, y que eso ya no existe ni existirá. Por lo tanto, hay una mezcla de sentimientos dependiendo del momento; tristeza (viendo quién era y en qué se está convirtiendo), rabia, (¿por qué a mí?), esfuerzo y cansancio para asumir esta realidad inevitable y también, sentimientos de mucho amor, empatía y comprensión hacia con él, que a menudo es consciente y le ves una mirada triste, aunque él lo expresa diciendo que no tiene un día muy fino y tiene ganas de irse un rato a la cama.
Un día afortunado, una amiga que ya estaba en contacto con la Fundación Pasqual Maragall por un familiar afectado, me informó de los cursos terapéuticos. Y digo afortunado día porque ha sido una experiencia enriquecedora tanto desde el punto de vista de recibir herramientas y conocimientos por la convivencia con la persona enferma como por la comprensión, empatía y apoyo mutuo entre las personas que hemos participado, todas afectadas con diferentes grados por el mismo problema.
He aprendido a hablar de la situación sin complejos ni miedos, tengo mucha más capacidad para aceptar la situación y extraer lo máximo de todo lo positivo que nos da el día a día. Quiero reír más y hacerle reír a él, le explico y le hablo de cualquier tema que antes compartimos, haciendo un poco de broma de sus olvidos y su nuevo estilismo. Me siento más capaz de darle confianza haciéndole saber a cada falta de recuerdo que ya estoy yo para recordarle. Soy más capaz de aceptar que la realidad es la que es y no puedo ir contra ella, simplemente, vivir lo que tengo con todo lo que nos puede aportar para ser feliz.
Debo reconocer que, en mi caso, existe un antes y un después de haber asistido al curso. No sólo por la capacidad de aceptación que ahora tengo de lo que pasa y que antes era inexistente, sino porque me ha facilitado liberarme de un nivel de angustia, rabia, dolor y desesperanza que me parecía que no podría asumir. Eso también me ha permitido ver a Jordi como un enfermo y no como un hombre cada vez más despistado, si se estaba volviendo irresponsable, caprichoso o pasmoso.
La posibilidad de asistir a un curso como el que hemos hecho no sólo lo recomendaría, sino que lo pondría como prescripción médica con el fin de evitar y/o mitigar los efectos que tiene sobre la salud y la calidad de vida sobre las personas cuidadoras el ejercicio de esta tarea durante 24 horas cada día.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Alzheimer. Apoya la investigación, junto a la Fundación Pasqual Maragall