Cuando hablamos de la educación financiera y de la importancia que tiene trasladarla a todos los ciudadanos incluidos los niños, es porque una sociedad educada financieramente será mucho más resistente a las adversidades que deparen las situaciones económicas que habrá a lo largo de sus vidas.
Tomar las decisiones financieras correctas no se trata de que la gente tenga conocimientos avanzados de gestión de carteras, ya tenemos asesores financieros a precios muy razonables para eso. Tener ciertos conocimientos básicos sobre los tipos de interés, y conceptos como la inflación, volatilidad (o riesgo) y diversificación son necesarios para tomar decisiones financieras correctamente y que eviten financiaciones absurdas o incluso estafas. Es muy fácil caer en engaños cuando hay dinero de por medio.
Para mí todo lo anterior es necesario, está claro, pero el primer paso imprescindible en la educación financiera es que las familias e individuos reflexionen periódicamente sobre su situación económica, sus gastos y planifiquen mínimamente su ahorro. Ese es el punto de partida.
El ahorro no es lo que sobra después de gastar todo lo que nos apetece. En un artículo que he leído recientemente aparecía una infografía en la que se aseguraba que sólo el 27,7% de la población española lograba ahorrar cada mes. Peor todavía, del 70% que no ahorra nada, casi la mitad gasta más de lo que ingresa. Estarán de acuerdo conmigo que es una situación extremadamente preocupante.
Obviamente dentro de los números anteriores habrá familias con una situación económica muy delicada, con precariedad laboral y otras circunstancias adyacentes que hagan que el hecho de ahorrar sea la menor de sus preocupaciones. De hecho, estas familias seguramente sean a las que menos haya que explicarles nada de educación financiera, ya que son perfectamente conscientes de sus gastos e ingresos y tienen que hacer malabares para llegar a final de mes. Pero afortunadamente, esta no es la situación de la mayoría de los españoles.
El problema que tenemos en España, al igual que en otras sociedades occidentales modernas, es que gracias al esfuerzo de nuestros abuelos y padres, que no querían para nosotros una vida llena de estrecheces como habían tenido ellos, hemos vivido una situación relativamente cómoda en la que se nos ha consentido y hasta mimado dándonos los caprichos que ellos no pudieron tener. Se ha creado una sociedad consumista con un bajo grado de tolerancia al sacrificio de la voluntad.
Si me gusta, lo quiero, sin pensar en las consecuencias económicas, muchas veces incluso financiando. ¿Alguna vez se han parado a pensar ustedes qué cantidad de coches de más 60.000 euros se ven por las calles y carreteras de España? Es sorprendente, especialmente cuando sabemos por las estadísticas de Hacienda que solo un poco más del 4% de la población española declara más de esa cantidad al año.
En términos generales gastamos mucho más de lo que deberíamos. El primer paso de la educación financiera es muy simple, y no hace falta que nadie nos explique nada, consiste en tener consciencia del gasto que se hace en cosas no relevantes como ocio o caprichos. Si es mucho o poco lo sabremos rápidamente. Hoy en día lo tenemos más fácil que nunca, nos podemos descargar los movimientos del banco en nuestro ordenador o teléfono móvil y examinar cuánto de lo que ingresamos gastamos en:
- Gastos necesarios (Agua, Luz, Gas, hipoteca, alimentación, etc…)
- Gastos superfluos (Ocio y caprichos).
Podemos hacer un análisis para ver si podemos reducir los gastos necesarios, pero salvo que nuestra alimentación consista en caprichos, poco vamos a poder ahorrar ahí. El ahorro vendrá precisamente de donde no nos gustaría recortar, de los gastos superfluos. No se trata de quedarse siempre en casa aburrido sin salir el fin de semana ni ir de vacaciones, se trata de ser consciente de lo que gastamos en estos conceptos y adaptarlo a nuestras circunstancias. Sí, igual hay que tomar una decisión difícil y renunciar a salir algún día a la semana si se quiere ahorrar algo.
Ahorrar supone un esfuerzo, hay que planificarlo, no se puede improvisar. En un mundo ideal se deberían destinar el 50% de los ingresos a gastos necesarios, otro 30% a gastos superfluos y finalmente el 20% destinarlo al ahorro. Para ello, para ahorrar todos los meses, es frecuente utilizar la técnica de las transferencias periódicas a la cuenta de ahorro en cuanto entra la nómina para posteriormente tomar decisiones de inversión.
Ahora sí, una vez que estamos advertidos de los gastos que tenemos y cómo podríamos ahorrar, aunque sea solo un poco, es cuando conceptos como el interés compuesto o la inflación empiezan a ser relevantes.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables “Educación Financiera”, en colaboración con CECA, Funcas y el WSBI (IMCA). Conoce más sobre Instituto BME en su sitio web.