Si es verdad que considero que las relaciones WIN-WIN son la únicas capaces de ser sostenibles en el tiempo y que las estrategias de Responsabilidad Social son un claro ejemplo de ellas, en este último tiempo me he preguntado si el “beneficio” que obtienen las organizaciones cuando implantan un sistema de RSE siempre “Les sale a cuenta”. A nadie se le olvida la controversia provocada por determinadas donaciones de una conocida multinacional.
Cada vez estoy más convencida que el diseño e implantación de la estrategia de Responsabilidad Social tiene que observar determinadas máximas si no queremos que se convierta en un arma de doble filo.
En mi opinión es ahí donde está el verdadero reto para las organizaciones, no podemos permitirnos dedicar recursos y esfuerzos en crear una cultura organizacional socialmente responsable y que sea percibida como una mera estrategia de marketing.
Solo ganaremos en credibilidad (dentro y fuera de la empresa) si somos capaces de trasmitir un verdadero compromiso social.
Midamos el impacto, no hay objetivo que se precie que no pueda ser medido cuantitativa y cualitativamente. La RSC no puede ser una simple relación de acciones plasmadas en una “memoria”, que por otra parte son anecdóticas, inconexas y en algunos casos poco coherentes con otras decisiones estratégicas. En la “RSC” el protagonismo no lo tengo “yo empresa” sino el impacto generado. Ese debe ser el indicador.
Tengamos en cuenta que no estará funcionando si no sensibiliza ni conciencia. La Responsabilidad Social Corporativa debe convertir a sus colaboradores y a todos sus grupos de interés en “Responsables Socialmente Individuales”, de esta manera se retroalimenta, se hace sostenible y se cierra el círculo.
Volvamos a poner a “las personas en el centro” hagámoslos partícipes, tengamos en cuenta su diferencia generacional y convirtamos la diversidad en una fortaleza para implantar una estrategia consensuada de compromiso económico, social y medioambiental.