La sociedad cambia, los pacientes también, y casi cada día surgen nuevas necesidades en la sociedad a las que los grupos sanitarios y hospitalarios, como Ribera, tienen que dar respuesta. Debemos centrarnos en cubrir las necesidades reales de los pacientes y continuar avanzando en la búsqueda de soluciones para facilitar su accesibilidad a los servicios de salud y el cuidado de su bienestar, mejorar su experiencia y adelantarnos a posibles complicaciones.
Pero también en facilitar a los profesionales su trabajo, con herramientas digitales que les permitan un mejor control en remoto de los pacientes, más ayuda en la toma de decisiones o agilidad en el trabajo administrativo para centrar su tiempo en lo clínico y terapéutico.
Sabemos que el impacto que tienen estas soluciones, basadas en la tecnología, en los resultados de salud nos permiten ser más eficientes y contribuir a la sostenibilidad de los sistemas sanitarios. Pero, además, la tecnología es un vehículo que aportar valor a la atención sanitaria y reduce el impacto ambiental y los costes asociados.
Por ejemplo, si las constantes de un paciente crónico están controladas en remoto gracias a la tecnología, evitamos desplazamientos innecesarios al centro sanitario, agilizamos la toma de decisiones, cambios en la medicación o terapia, y mejoramos la accesibilidad al sistema (reducción de listas de espera) en los casos en los que la atención debe ser presencial.
Si queremos apostar por la excelencia en la innovación, es imprescindible contar con los stakeholders del sistema (startups, universidades, centros de investigación, etc.) que nos permiten reducir riesgos acelerar los procesos de innovación y el time-to-market, a la vez que ayudamos a crear valor de forma conjunta, aprovechando las fortalezas de cada uno.
En el caso del grupo sanitario Ribera, trabajamos en desarrollos propios para nuestros centros sanitarios y también para externos, a través de nuestra división tecnológica Futurs y, por otro lado, colaboramos con universidades y startups, mediante el programa de innovación abierta que tenemos con Lanzadera o la Universidad Politécnica de Valencia (UPV).
Y para valorar objetivamente el impacto y proyección de cada iniciativa y apostar por una innovación sostenible, es imprescindible medir todo lo que hacemos y definir indicadores desde el principio (clínicos, de procesos, de experiencia y de impacto social, entre otros) para asegurarnos de que vamos por el camino adecuado, generando un impacto positivo con nuestras iniciativas.
Me gustaría hacer una última reflexión, y tiene que ver con la ética, sobre todo por el debate alrededor de la Inteligencia Artificial y sus aplicaciones, hoy de plena actualidad. “La tecnología de inteligencia artificial aporta grandes beneficios en muchos ámbitos, que incluyen facilitar los diagnósticos en salud; pero sin unas barreras éticas adecuadas, corre el riesgo de reproducir los prejuicios y la discriminación del mundo real, alimentar las divisiones y amenazar los derechos humanos y las libertades fundamentales”.
Así se ha pronunciado la Unesco recientemente, a través de su subdirectora general de Ciencias Sociales y Humanas, Gabriela Ramos. Y por eso, en Ribera trabajamos con protocolos muy estrictos por lo que respecta al tratamiento de datos e historia clínica, y un Código ético que guía nuestra brújula ética.
Debemos mirar siempre hacia el futuro mientras seguimos trabajando en el presente, y esto es posible cuando tenemos una visión y una misión claras, así como una estrategia a largo plazo que, por supuesto, tiene que ser flexible, dinámica y proactiva. Tenemos que apostar por crear el cambio, no solo adaptarnos a él.
Apostar por una innovación sostenible no consiste en actuar al dictado de las modas, sino en buscar un impacto sostenido en el tiempo.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Innovación Sostenible.