Hace un año lo hubiera pasado mal escribiendo cualquier cosa sobre la enfermedad de Alzhéimer. Hace dos años, no lo hubiera hecho. Hace dos años falleció mi padre debido a las múltiples complicaciones provocadas por esta enfermedad.
Mi padre era uno más de las 800.000 personas que en España padecían la enfermedad de Alzheimer en 2020, según estimaciones de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
Quizá por esa difícil pérdida, desde hace casi un año tengo la sana curiosidad por conocer cada innovación y avance científico relacionado con la enfermedad de Alzheimer. Aunque actualmente el trabajo se focaliza en el desarrollo de tratamientos que puedan retrasar la progresión de la enfermedad y no en su eliminación, sé que algún día habrá una cura.
El ejemplo más exitoso de las recientes investigaciones se centra en cómo la enfermedad modifica al cerebro y cómo se puede retrasar de la enfermedad. El nuevo tratamiento aprobado por la FDA, lecanemab, ha conseguido ralentizar en un 27% el deterioro cognitivo en pacientes en fases iniciales del Alzheimer. Se trata pues del primer fármaco que conseguiría modificar el curso de la enfermedad frenando el deterioro cognitivo.
Precisamente desde hace muy poco, apenas unos años, que estamos en una nueva era en cuanto la investigación y el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer, pero los nuevos tratamientos para la enfermedad se centran, como decía, en frenar la progresión de la enfermedad. Así pues, sin cura a corto plazo y con una prevalencia al alza debido al envejecimiento constante de la población, la prevención ha pasado a ser una de nuestras mejores bazas.
En este sentido se ha logrado avances significativos en el desarrollo y validación de biomarcadores que detectan signos del proceso de la enfermedad, lo que permitirá a los médicos evaluar a sus pacientes antes de que aparezcan los síntomas. Esta detección temprana de la enfermedad de Alzheimer es clave para desarrollar estrategias adecuadas de prevención.
Pero además de los estudios sobre biomarcadores, están los estudios de población que están identificando qué factores de estilo de vida se relacionan con la demencia, lo que permitirá avanzar en el desarrollo de métodos de diagnóstico, prevención y tratamiento individualizados. Y, por otro lado, los investigadores están analizando intervenciones en torno al ejercicio, la alimentación saludable, el entrenamiento cognitivo y el control de afecciones crónicas para prevenir o retrasar los síntomas de la enfermedad.
Como ven, estamos en una nueva era en la que nuestro país se revela como uno de los países líderes en investigación en Alzheimer, ocupando la sexta posición a nivel mundial y la tercera en Europa, según el informe “España en el mapa mundial de la producción científica en demencias y Alzheimer”, impulsado por la Fundación Pasqual Maragall y financiado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030.
Esperanzada, finalizo ya este artículo, a las puertas de un nuevo 21 de septiembre, en el que se celebra desde 1994 el Día Mundial del Alzheimer. Este día hay que recordar que si todos queremos que llegue un día en la que la enfermedad de Alzheimer no sea sinónimo de decadencia y muerte, no podemos permitir que se abandone este camino de avances científicos y de investigación. Sólo así podremos combatir y vencer a esta enfermedad. Espero poder verlo.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Alzheimer 2023, en colaboración con Fundación Pasqual Maragall.