Decenas de millones de niños, niñas y sus familias se enfrentan a la inanición. Los conflictos, la COVID-19 y el cambio climático, “las llamadas 3C”, han puesto a casi 45 millones de personas en 37 países en riesgo de morir de hambre. A esta situación se suma ahora una cuarta “C”, los costes, cuyo aumento está actuando como motor de esta crisis.
Se prevé que 2023 sea aún más duro para decenas de millones de personas en todo el mundo, ya que la mayor crisis de hambre de la historia moderna está poniendo en grave peligro a las personas que luchan por alimentar a sus familias.
Las inundaciones sin precedentes en Chad, la prolongada sequía en el Cuerno de África, el reciente terremoto en Turquía y Siria, entre otras emergencias y desastres naturales provocados por el cambio climático, están agravando el hambre en países ya sumidos en la pobreza. El efecto dominó de la guerra en Ucrania también está impulsando esta emergencia a un ritmo asombroso. Los precios de los alimentos están en su nivel más alto de los últimos 10 años y el aumento de los precios del gas ha perturbado aún más la producción y exportación mundial de fertilizantes, reduciendo el suministro, aumentando los precios y amenazando con reducir las cosechas. Esto, a su vez, podría convertir la crisis de asequibilidad de los alimentos en una crisis de disponibilidad, ya que la producción de maíz, arroz, soja y trigo se redujo en 2022.
Más de 900.000 personas en todo el mundo luchan actualmente por sobrevivir en condiciones similares a la hambruna. Esta cifra es 10 veces superior a la de hace cinco años. El sistema humanitario está siendo llevado al límite, con un aumento de la financiación que sigue sin poder seguir el ritmo de las crecientes necesidades de respuesta, y UNICEF prevé que uno de cada cuatro niños vivirá por debajo del umbral de la pobreza en 2023 Además, el número de niños y niñas afectados por esta crisis alimentaria y nutricional sigue aumentando.
“Se necesita inmediatamente ayuda alimentaria y otras ayudas vitales para evitar la muerte de miles de personas. A pesar de los esfuerzos de las Naciones Unidas y de ONG como World Vision, las necesidades siguen superando la financiación internacional”, explica Eloisa Molina, directora de Comunicación de World Vision.
Los niños y niñas, los más vulnerables
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 30 millones de niños y niñas de los 15 países más afectados sufren emaciación, de los cuales 8 millones padecen emaciación grave, la forma más mortífera de desnutrición. Este nivel de hambre grave repercute de por vida en el desarrollo de los niños y niñas y en todos los aspectos de sus vidas, poniendo en peligro su salud, desarrollo, bienestar general y potencial inmediatos y a largo plazo, así como el de las generaciones futuras. Esto exige una ayuda humanitaria urgente y el refuerzo de la resiliencia nutricional de las poblaciones que se enfrentan a crisis alimentarias para prevenir los devastadores efectos intergeneracionales de la desnutrición.
“Debemos de trabajar todos juntos para mejorar la seguridad y el acceso humanitario mediante el compromiso de todas las partes implicadas en los conflictos; y proporcionar apoyo a las prácticas de adaptación al cambio climático mientras se lucha para mantener el calentamiento global a 1,5˚C, con el fin de reducir el riesgo de que cualquier crisis de hambre como esta se repita en el futuro”.
“Siempre decimos que nunca más, pero las familias están actualmente al borde de una crisis devastadora, y no nos equivoquemos, a menos que actuemos ya, miles de niños y niñas morirán de hambre. Hay suficiente dinero y alimentos en el mundo. Ningún niño debería pasar hambre en el siglo XXI; debemos actuar ahora”, concluye Eloisa Molina.