Lejos de resultar un día para celebrar o felicitar, el 8 de marzo resulta un día de reflexión obligada sobre las desigualdades y las violencias que se perpetúan sobre las millones de mujeres y niñas que habitamos el mundo.
Sin lugar a dudas, muchos son los avances que se lograron en los últimos años para mejorar las condiciones de vida de las mujeres y niñas, tanto a nivel mundial como a nivel local. Progresos que fueron producto indiscutido de miles de mujeres que alzaron la voz cada vez más fuerte y de forma colectiva en defensa de sus derechos.
El año 2019 dejó definitivamente un saldo positivo a este respecto, con avances concretos en la política pública, especialmente en términos legislativos. Ejemplos como la reciente Ley Micaela, que establece la capacitación obligatoria en la temática de género y violencia contra las mujeres para todos los agentes estatales en nuestro país, dan cuenta de la centralidad cada vez mayor del tema en la agenda política. Lamentablemente, las cifras no reflejan estos avances. Los femicidios alcanzaron su cifra récord en 2019: desde el 1 de enero hasta el 30 de diciembre se registraron 327 femicidios, cerca de 1 por día.
Como ha sido extensamente teorizado, sabemos que el femicidio es la punta del iceberg de muchísimas violencias previas que sufrimos las mujeres producto de las construcciones de género naturalizadas. Las violencias son múltiples, y aunque muchas se encuentran en pleno proceso de salir a la luz, otras continúan siendo invisibles. La construcción de una sociedad igualitaria requiere necesariamente de una mirada integral sobre las desigualdades de género, y eso implica abordar todas sus causas, también las profundamente arraigadas.
En las últimas semanas se instaló en la agenda pública la cuestión del cuidado, como uno de los temas centrales que permiten explicar las desigualdades presentes entre hombres y mujeres: este es definitivamente una de las aristas más invisibilizadas del problema.
El cuidado de las personas más dependientes en nuestra sociedad, niños, niñas, adolescentes, adultos mayores, enfermos crónicos, entre otros ha sido históricamente una tarea atribuida a las mujeres. Y si bien han existido cambios en los últimos años, los datos nos muestran que en la Argentina, el 76% de las tareas domésticas son realizadas por mujeres. Asimismo, en una Encuesta de Uso del Tiempo en la Ciudad de Buenos Aires se observó que las mujeres utilizan en promedio 40 horas más de su semana en realizar tareas vinculadas a los cuidados. La adjudicación mayoritaria de tareas domésticas a las mujeres implica desigualdades sociales, económicas y culturales. En primer lugar, porque se trata de un trabajo, pero que por el cual no se recibe remuneración alguna. En segundo lugar, porque limita las posibilidades de acceso al mercado laboral. Y, aunque hay muchas mujeres que tienen la posibilidad de delegar las tareas de cuidado acudiendo a los servicios que brinda el mercado, hay muchas otras que no pueden hacerlo.
Lamentablemente, este problema se extiende a las niñas y adolescentes sobre quienes recaen muchas tareas de cuidado, especialmente de sus hermanos y/o hijos. En un informe reciente de CIPPEC titulado “Jóvenes que cuidan: impactos en su inclusión social” (2017) se advierte que en la Argentina, casi 4 de cada 10 jóvenes en el país tiene responsabilidades de cuidado, sobre todo de niños, siendo la proporción de mujeres que realiza esta tarea el doble que la de varones. Asimismo, del 30% de jóvenes que abandona su trabajo o sus estudios por motivos de cuidado, el 95% son mujeres.
Cambiar esta realidad requiere de una transformación real en el sistema de cuidados en nuestro país. Ello implica necesariamente una serie de cambios tanto a nivel de la legislación y las políticas públicas como culturales. En términos de política pública, es necesario actualizar las licencias por paternidad/maternidad, ampliar los servicios de cuidado infantil y garantizar cuidados de calidad para todas las personas dependientes. Pero también necesitamos comenzar a entender que el cuidado es una tarea que debe ser compartida, debe estar distribuida de forma equitativa y debe ser reconocida como función social central para el desarrollo de nuestras sociedades.
Este 8 de marzo sigamos haciendo visibles los hilos que muchas veces pasan desapercibidos cuando intentamos comprender las desigualdades que todavía continúan existiendo.
ODS 5. Las desigualdades aún invisibles
En el marco del Día Internacional de la Mujer Alejandra Perinetti, Directora de Aldeas Infantiles Argentina, reflexiona sobre las desigualdades y violencia
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