Ante un relato falso creemos firmemente que es posible destruirlo demostrando, con evidencia, que el mismo es mentira. Sin embargo, no es así porque el dato no mata al relato.
La narración es más fuerte, más grande y más robusta, tiene la cualidad de ser resiliente, palabra que proviene de la física, y que significa que un material -ante cambios de temperatura- no modifica su estructura. En este sentido, ante los cambios en la evidencia, el relato no cambia su creencia.
Haciendo un poco de historia, el relato de la Revolución Francesa nos lleva a recordarla como un éxito total, sin embargo, fue efímera y duró tan sólo diez años. Los conceptos de Libertad, Igualdad y Fraternidad fueron derrotados por Napoleón en 1799, quien terminó imponiendo un imperio.
Otro concepto que nos revoluciona es que la evidencia necesita del relato para subsistir, en pero esto no es recíproco, la narración no precisa de evidencia para sobrevivir en el tiempo. Allí radica el quid de la cuestión: un relato puede llevarnos a reaccionar erróneamente ante evidencias influidas por dicho relato.
Un buen ejemplo y el más insólito fue la denuncia que realizó Nathan Zohner, de tan sólo 14 años, quien denunció y demostró con “evidencias”, que una sustancia denominada Monóxido de Dihidrógeno se encontraba en la vida cotidiana y tiene las siguientes características:
- esta sustancia contribuye de manera clave a la desertización y la erosión del suelo,
- cada año se registran varios cientos de muertes por su inhalación,
- una exposición prolongada al monóxido de dihidrógeno -en estado sólido- puede producir quemaduras y necrosis agudas,
- se encuentra presente en muchos agroquímicos venenosos y,
- en contacto con el hierro, lo corroe en poco tiempo pudiendo producir el desmoronamiento de edificios.
Con todas estas pruebas, Zohner convenció a los alumnos de una escuela, y a posteriori a miles de ciudadanos, de que lo mejor era pedir la prohibición del uso del Monóxido de Dihidrógeno. En conclusión, la población PEDÍA QUE SE PROHIBIERAA EL USO DE AGUA!!!
¿Qué pasó entonces? En 1998, un diputado australiano lanzó una propuesta legislativa para prohibirlo en todo el país. En 2002, se acusó a la empresa de aguas de Atlanta de que el sistema contenía el sospechoso monóxido de dihidrógeno, pero los responsables de la compañía explicaron a los medios que el agua de la ciudad no tenía más monóxido del que permitía la ley. Este ha sido un ejemplo de cómo un relato nos puede llevar a tomar decisiones erróneas.
En el caso de la religión, la cuestión es bastante similar. Sus relatos nunca han tenido una evidencia científica de la existencia, pero sobreviven miles de años. En cambio, un descubrimiento científico, puede no tener aprobación social y quedar olvidado en la historia, sino tiene un relato que lo sostenga.
LA EVIDENCIA TIENE RELACIÓN DE DEPENDENCIA CON EL RELATO, en cambio, EL RELATO ES INDEPENDIENTE.
Pero entonces, ¿cómo responder ante un relato erróneo que la gente cree? Ni más ni menos que generando otro relato, e inoculando dudas sobre el primero. La contaminación de la información actúa como un anticuerpo acumulativo, que va corroyendo la credibilidad de la narración.
Somos emociones caminando, y sinceramente, casi siempre ha navegado sola, aislada de relatos que la sostengan, pero plagada de historias que la fagocitan en cámara lenta. Por allí, entre tinieblas, se pueden encontrar verdades errantes, famélicas y buscadoras solitarias de compañías inexistentes.
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