El plástico se ha convertido en una paradoja de desarrollo. Por una parte, al tratarse de un material ligero, dúctil, versátil y en teoría muy barato, ha permitido que gracias a ello se hayan desarrollado infinidad de innovaciones y soluciones que han mejorado la calidad de vida de cientos sino miles de millones de personas en los últimos 70 años.
Estamos hablando de acceso a medicina, preservación y vida útil de alimentos, ropa y otros productos textiles, productos electrónicos, transporte, y también productos desechables de uso efímero. Muchísimos productos que gracias a que son de plástico, se descartan con una liviandad pasmosa. El plástico ha facilitado la consolidación de la desechabilidad y de la obsolescencia programada como modelos económicos que aumentan el consumo y con ello activan crecimiento y supuestamente el desarrollo. ¿Para qué vender un producto que dure mucho, si puedo vender muchos que duren poco?
Hasta aquí, nada nuevo. El bien que generaba parecía ser mayor a cualquier externalidad que pudiera asociársele.
Pero resulta que durante las últimas décadas se fue gestando también la preocupación respecto del incremento de la basura en el mundo. A mayor ingreso per cápita, mayor basura per cápita. El modelo de desarrollo que la humanidad viene copiando tiene diversos problemas asociados, y uno de ellos es la basura como consecuencia del mayor nivel de desarrollo.
Como la primera inquietud suele estar vinculada al acto de ver la basura a tu alrededor, al principio se buscó organizar la basura dispersa a través de lugares destinados a disponer responsablemente los residuos, en el mejor de los casos en un relleno sanitario. Pero en algunos países sacaron cuentas y vieron que no podrían abrir infinitamente vertederos y rellenos sanitarios, por lo tanto pasaba a ser necesario buscar una alternativa.
En muchos lugares la combustión de los residuos apareció como la panacea ya que permitía que la basura “despareciera” y a su vez generaba energía. Incluso se podían reconvertir antiguas centrales termoeléctricas que habían quedado obsoletas. En otros lugares simplemente la basura se la fue llevando la lluvia y el río.
En muchos lugares los residuos fueron simplemente exportados (cumpliendo o no la ley) hacia países con legislaciones más laxas. En Africa se acumulaban la ropa y los electrodomésticos desechados por Europa. Y China se convertía en destino común de todos aquellos plásticos más complejos de reciclar en todo el mundo.
Justamente ocurre que el reciclaje ha operado desde siempre como minería urbana. Sólo se recuperan y transforman, aquellos materiales que tiene valor de mercado y por lo tanto son factibles de rentabilizar el modelo, que en muchos países opera en la mayor de las informalidades.
Entonces en todo el mundo vemos como se siguen tirando a la basura, quemando o arrojando al mar, materiales que son reciclables, pero que “no paga” hacer el esfuerzo. Como se trata de una actividad que suele ser altamente demandante de mano de obra, en Asia era factible rentabilizar una actividad que en Europa o Estados Unidos resultaba inviable.
Actualmente ya es globalmente sabido que la generación de basura es insostenible y debe detenerse, pero la conciencia de la ciudadanía sigue siendo bastante baja al respecto. Seguimos actuando como consumidores más que como ciudadanos.
Pero en los últimos 3 han ocurrido 3 eventos que comenzaron a cambiar el juego
En primer lugar vino la COP21 que permitió un acuerdo para reducir las emisiones globales. En esos compromisos los países deben comprometerse a quemar menos, y por lo tanto las opciones de waste to energy dejaron de ser la solución perfecta, para pasar a convertirse en una parte del problema. Y cuando se trata de combustionar, evidentemente los materiales que tienen mejor poder calorífico son derivados del petróleo, ergo los materiales plásticos.
En segundo lugar apareció el informe de Ocean Conservancy sobre el nivel de contaminación plástica en los océanos. En 2015 la medida era de 1 ton de plástico por cada 5 tons de peces. Business as usual, esa métrica llegaría el 2050 a 1 ton de plástico por 1 ton de peces. Este dato logró levantar la alarma de diversos organismos, empresas y gobiernos en todo el mundo. Lo que no había logrado la desaparición del rinoceronte blanco, lo logró la imagen de 5 gigantescas sopas de plásticos en los océanos y millones de especies marinas muriendo con y por el plástico en sus estómagos.
Quizás la iniciativa más relevante de ellas fue la que inició la Fundación Ellen MacArthur llamada The New Plastics Economy, a partir de la cual se generó una propuesta de estrategia global para envases plásticos el cual fue entregado en el WEF de 2017 con el compromiso de diversas empresas de todo el mundo.
Hace pocos meses China decidió cerrar sus fronteras a los residuos plásticos de otros países con lo cual frenó un sistema comercial que puso la presión donde siempre debiera estar, aguas arriba. Tenemos que empezar a preguntarnos de donde viene la basura y no sólo donde irá a parar. Tenemos que cuestionarnos el consumo partiendo por el sobre consumo.
Cuestionarnos el desarrollo y sus externalidades. Cuestionarnos como superar la pobreza sin que eso implique incrementar el impacto sobre el medio ambiente. Cuestionarnos cómo hacer para que el mundo no siga dividiéndose entre los que consumen sin conciencia y los que viven de y dentro de la basura. Reflexionar sobre qué son los bienes y a cuales deberíamos tener acceso.
En definitiva, aplaudo la decisión de China de rechazar la basura del mundo, y por lo tanto me parece evidente la invitación a que todos los demás países deberían reflexionar cuanta basura están importando como productos de consumo y sus embalajes, la mayoría de las veces viniendo justamente de China y otras naciones asiáticas. Si China no importará más basura, ¿será el momento de dejar de comprar productos basura? Esa es la conversación seria que corresponde al momento que estamos viviendo como humanidad.
El año 2009 cofundé en Chile la empresa TriCiclos, después de 10 años como CEO de empresas que empaquetaban alimentos. Estábamos claros que el mundo avanzaría hacia un modelo de desarrollo donde el plástico dejara de ser un elemento invisible que las personas compran y desechan sin importarles el impacto que puede tener en el ambiente. Estudiamos y nos inspiramos en los criterios de diseño de William McDonough, y vimos nacer la fundación Ellen MacArthur con fascinación, desde ese precioso rincón del mundo llamado Sudamérica.
El año 2014 la Fundación Schwab me nombró emprendedor social y me invitó a participar del World Economic Forum, donde tuve el privilegio de conocer a Ellen y Bill, dos de mis heróes con quienes iniciamos un camino común. A contar de ese momento TriCiclos empezó a construir una agenda en Chile y Brasil para potenciar la mirada del New Plastics Economy en las empresas, la academia y los gobiernos. Y empezamos a promover la teoría del carbono fugitivo de Bill McDonough.
Durante el 2017 realizamos seis seminarios masivos, algunos en conjunto con la Asociación de Industriales Plásticos de Chile y diversas marcas de consumo masivo que están ocupándose del problema; demostramos que la botella retornable es una opción ambiental y financieramente más inteligente; apoyamos la promoción de una legislación que reconozca la diversidad de tipos y aplicaciones plásticas, de modo que se le puedan poner exigencias más altas a los que más contaminan; promovimos la legislación que prohíbe la entrega de bolsas plásticas de un solo uso en todos los municipios costeros; hemos promovido modelos de comercio sin envases; y hemos realizado la recolección y reciclaje inclusivo de más de 20.000 toneladas de materiales que estaban destinadas a ser vertidas al ambiente.
Si a nivel global el informe de contaminación en los océanos es parte importante de lo que nos ha motivado a hacernos cargo del problema, entonces Chile tiene que tomar el liderazgo ya que es el país con mayor proporción de mar territorial por superficie territorial. Desde ese punto de vista Chile no es más que un gran territorio marítimo adherido a una fina franja de tierra en Sudamérica.
Pero además Chile tiene una ciudadanía altamente sensible, un historial reciente de acciones de preservación extraordinarias y un sector industrial que cada día asume con mayor seriedad lo que implica el desarrollo sustentable. Es por ello que la Fundación Ellen MacArthur y TriCiclos está firmando un acuerdo en Davos, para que Chile sea el segundo país en el mundo después de UK en tener un proyecto sobre “Circular Plastics” que permita convertir a Chile en un ejemplo global de reflexión y acción en torno a la contaminación plásticta en océanos, y por defecto también aire y tierra.