Afrontar la crisis energética y climática requiere más que simples soluciones tecnológicas; exige un cambio estructural en nuestra forma de producir, consumir y gestionar los recursos. El Día Mundial del Ahorro de Energía, celebrado cada 21 de octubre, es una oportunidad para reconsiderar cómo aprovechamos la energía y qué pasos podemos tomar para optimizar su uso, con un enfoque integral que va más allá del ahorro puntual y se centra en una transformación sistémica.
El almacenamiento de energía se perfila como una pieza clave en este proceso de cambio. Con el crecimiento de las energías renovables, como la solar y la eólica, surge la necesidad de gestionar de manera eficiente el exceso de energía generado en los picos de producción. Las tecnologías de almacenamiento, como las baterías, permiten equilibrar la oferta y demanda, asegurando un flujo energético continuo y reduciendo desperdicios.
En este contexto, las empresas tienen un papel esencial. No se trata solo de reducir su consumo energético, sino de liderar con innovaciones que integren energías renovables en sus procesos, promoviendo un ciclo virtuoso de sostenibilidad. Esto no solo responde a una demanda creciente por parte de consumidores conscientes, sino que también posiciona a las empresas como líderes competitivos en un mercado donde la sostenibilidad es cada vez más crítica.
La economía circular es otra estrategia fundamental en este cambio de paradigma. En lugar del tradicional modelo lineal de producción y consumo, la economía circular propone un sistema donde los productos están diseñados para ser reutilizados, reciclados o reparados. Este enfoque reduce la cantidad de energía necesaria a lo largo del ciclo de vida de un producto y minimiza la generación de residuos.
En este sentido, más que una simple conmemoración, el Día Mundial del Ahorro de Energía nos insta a todos, desde consumidores hasta empresas y gobiernos, a tomar medidas concretas hacia un modelo energético más sostenible. Este cambio no solo depende de la adopción de tecnologías eficientes, sino también de la formación de profesionales capacitados para liderar esta transición. Instituciones como la Universidad Autónoma de Chile están formando líderes en economía circular industrial, preparados para implementar soluciones que optimicen los recursos y contribuyan a la lucha contra el cambio climático.