Uno de los grandes desafíos que las compañías debemos entender es cómo abordar las barreras que frenan el paso de grandes ideas hacia cambios transformacionales. El sector público también está trabajando en esa línea. Prueba de ello, fue la propuesta que el Consejo Nacional de Innovación para el Desarrollo (CNID) entregó a la Presidenta Bachelet con las medidas para fomentar la investigación, el Desarrollo y la Innovación (I+D+i) en el país de aquí al 2030.
Este plan se inserta dentro de la Nueva Estrategia Nacional de Innovación, desarrollada por este consejo durante dos años y que busca integrar las miradas sobre los retos que enfrenta Chile en esta materia y refleja el aprendizaje de una década desde su creación.
Para comenzar el camino de la innovación, las empresas debemos considerar tres pilares fundamentales: personas, procesos y cultura. En primer lugar, debemos partir de la premisa que todas las personas tenemos la capacidad de innovar, y solo debemos crear procesos formales de innovación que puedan ser medibles y cuantificables a través del tiempo y, por último, potenciar una cultura de innovación en la cual no tengamos miedo a probar nuevas cosas, ni al fracaso.
Mientras más probemos, más posibilidades tendremos de alcanzar el éxito. Ahora bien, la innovación no solo son nuevas ideas, también podemos enfocarla en nuestra oferta, soluciones, clientes, experiencia, valor capturado, procesos, organización, cadena de valor, presencia, redes o marca. En ese sentido, y desde nuestra experiencia, nos hemos dado cuenta que los mejores resultados vienen cuando desarrollamos y potenciamos la innovación compartida, es decir, aquella que da vida al intra-emprendimiento, clave a nuestro parecer, para dar respuesta a los requerimientos de clientes cada día más exigentes y mercados cada vez más competitivos.
¿Cómo funciona la innovación compartida? En nuestro caso a través de un círculo virtuoso que nos permite ofrecer mejores servicios a nuestros clientes. En ese proceso, primero, potenciamos que todos participen desarrollando ideas de calidad frente a distintos desafíos, luego éstas entran a un embudo de incubación donde la idea se va desarrollando y creciendo. Ahí, el grupo o persona involucrada se transforma en un emprendedor interno que va pasando por distintos hitos hasta llegar a buscar financiamiento al interior de la compañía y a su posterior materialización. Para incentivar que todos participen, contamos con un plan de incentivos que culmina con un premio cuando el proyecto y/o producto sale a la luz.
Estamos convencidos que esa es la ruta a seguir, es decir, fomentar que todos los miembros de la empresa tengan la responsabilidad de la innovación y que ésta sea parte de la estrategia de la compañía desde sus cimientos. Claramente, es el camino más largo, pero más efectivo, ya que es gradual y colaborativo, donde también es muy importante el compromiso de la alta dirección y su entendimiento del proceso de innovación como uno cargado de aprendizaje y experimentación, donde los resultados no son a corto plazo, pero sí permanentes a través del tiempo.
Por último, es importante también que este camino no lo recorramos solos. Es fundamental buscar partners que nos ayuden a reunir capacidades complementarias que aceleren o den mayor alcance a la innovación. Debemos sí o sí estar presentes en el ecosistema de la innovación, buscando mejores prácticas, compartiendo las nuestras y haciendo de la innovación una estrategia sustentable de través del tiempo. Porque volviendo al principio de esta columna, no olvidemos que la capacidad de las empresas de absorber, adaptar y producir innovación, determina los niveles y la velocidad del crecimiento económico de nuestro país.