Iniciar la vida universitaria es mucho más que enfrentar exámenes: es el comienzo de una transformación integral en la que los jóvenes aprenden a ser independientes, a gestionar su tiempo y a construir nuevas relaciones en un entorno desconocido.
El primer año en la educación superior implica dejar atrás el hogar y adaptarse a un mundo donde la autonomía se convierte en clave para el éxito. Según Leonor Irarrázaval, académica de la Escuela de Psicología de la UTEM, “la universidad no solo es un espacio académico, es un laboratorio de vida en el que se ponen a prueba y desarrollan habilidades esenciales para la adultez, desde la organización personal hasta la construcción de redes de apoyo”.
Los desafíos son variados: desde aprender a equilibrar la libertad con las obligaciones académicas, hasta enfrentar la nostalgia y la incertidumbre al separarse de la familia y amigos. La tecnología y el apoyo institucional juegan un papel crucial para facilitar esta transición, permitiendo que los estudiantes establezcan vínculos y encuentren el respaldo necesario para sobrellevar el cambio.
En definitiva, el primer año universitario es el punto de partida para un crecimiento personal y social que trasciende las aulas, abriendo la puerta a una vida adulta plena y responsable.