En los últimos treinta años, los emprendedores sociales han proliferado con fuerza. Hay algunos organismos como la Fundación Skoll (Skoll Foundation) con sede en Silicon Valley que incluso financia a emprendedores sociales y organizaciones que promueven el cambio social a gran escala. Su inversión se canaliza principalmente a través del Skoll Award for Social Entrepreneurship. Y ellos mismos detectan a estos actores sociales entre los líderes probados cuyos enfoques y soluciones a los problemas sociales están ayudando a mejorar las vidas de desfavorecidos.
Porque el emprendimiento social implica convertir una idea nueva en una innovación exitosa utilizando habilidades, visión, creatividad, persistencia y exposición al riesgo aplicándolo a un entorno social desprotegido. Es importante creer que pueden aplicarse métodos empresariales a estas iniciativas sociales. Algunas escuelas de negocio han visto en ellos un filón y han creado centros dedicados exclusivamente a su estudio.
Y cada vez son más los que deciden poner su creatividad y capacidad emprendedora al servicio de la sociedad. Emprendedores formados y profesionalizados.
Un ejemplo es el de Faustino García Zapico cuya Organización, la Unidad Terapéutica y Educativa de Villabona en Asturias, España pretende convertir las prisiones en espacios educativos a través de la eliminación de la violencia carcelaria generada por el enfrentamiento entre internos y funcionarios de seguridad. La nueva estrategia de este emprendedor social consiste en crear micro sociedades gestionadas conjuntamente por internos y trabajadores de la prisión. Y ya ha tenido un impacto medible: la disminución de las tasas de reincidencia hasta un 10-25%, frente al 60-70% del régimen penitenciario tradicional.
Sabemos que para generar valor social, el emprendedor utiliza ideas innovadoras. Sin embargo su implementación se ve limitada por la escasez de recursos y la dificultad de obtener financiación. Y aunque atraer recursos es una de las principales preocupaciones de cualquier emprendedor, en su caso la situación puede resultar aún más difícil ya que su producto no tiene porqué ofrecer un rendimiento económico atractivo a largo plazo.
Aunque el crecimiento de la actividad emprendedora social en las últimas décadas ha fomentado la aparición de numerosas organizaciones dedicadas a la financiación de estas iniciativas, el actual contexto de restricción del crédito y la proliferación de emprendedores sociales han generado una mayor competencia en la captación de fondos. Las dificultades son mayores si, además, existen trabas en el flujo de capital entre inversores y emprendedores.
En Chile los emprendedores sociales se encuentran en el mismo escenario y como ejemplos destacables cabe mencionar Late! de Pedro Traverso por su innovadora forma de transformar el consumo de productos masivos en un acto solidario (como lo ha hecho con la venta masiva de agua embotellada) o el caso de Lumni con su modelo crowdfunding para la educación. Estas iniciativas no siempre están dentro de los radares de la institucionalidad pública, ya sea por no contar con una figura legal, por su naturaleza de organización híbrida, o bien, por falta de conexión con las instituciones.
En mi opinión el emprendimiento social goza de buena salud y cada vez hay un mayor interés por parte de los profesionales en participar en la actividad emprendedora social, pero hay aún aspectos que ellos mismos ven como barreras: dificultad para encajar en el actual sistema, falta de financiación constante, flexible y a largo plazo, falta de conocimiento sobre los mercados de capitales y acceso a ellos. Reducir al máximo estas dificultades es crucial, puesto que el tiempo y esfuerzo que el emprendedor destina en buscar recursos es tiempo y esfuerzo que no se dedica a la actividad emprendedora. Mayor investigación del impacto que tiene estas empresas creo logrará que estás dificultades disminuyan.