La maduración en la temática, tal como ocurre en todos los procesos sociales y culturales, requirió un tiempo prudente en el que entendiéramos a qué nos referíamos al hablar de Responsabilidad Social y para que –de manera conjunta– consensuáramos cuál era el modelo que mejor se adaptaba a nuestra propia realidad.
Un modelo autóctono que refleje la identidad local y que como fin último permita apuntalar las necesidades de cada territorio para conseguir un desarrollo sostenible y sustentable. Si bien llegamos al entendimiento de la RS como un instrumento útil y eficaz capaz de contribuir efectivamente con sus acciones concretas, a la sociedad en general, promoviendo sociedades con mayor equidad, justicia y cohesión social, no todas las organizaciones han alcanzado el mismo involucramiento en la temática. Así lo pudimos observar en el marco de los tres Congresos Internacionales de RS (CIRS) que organizamos desde FORS anualmente desde el año 2013.
Lejos de criticar negativamente en cuanto a dónde se ha llegado y en pos de construir un trabajo en forma mancomunada con quienes vienen trabajando la temática es que tratamos de reflexionar acerca de qué es la Responsabilidad Social y cómo se la aplica en distintas organizaciones no sólo las pertenecientes al mercado sino también las organizaciones de la sociedad civil (OSC) y el Estado. El estado de madurez que allí encontramos lo clasificamos en distintos estadíos. Distinguimos organizaciones que aún se encontraban en la actividad filantrópica, acciones aisladas, donativas y sin medición de impacto; otras que habían puesto en marcha programas de marketing con causa, apuntando en muchos casos a la búsqueda de beneficios económicos más que sociales o ambientales mediante la aplicación de técnicas del marketing comercial
para influir en el comportamiento de los consumidores; la RS disociada de los objetivos de la organización, acciones organizadas pero aisladas del objeto social, la RS alineada a los objetivos de la organización, en las cuales ya se ha logrado integrar la RS como práctica habitual en sus actividades centrales, alineando su estrategia de desarrollo y su gestión cotidiana, para causar el impacto deseado en sus grupos de interés. Y como último estadío, las que mediante sus acciones complementan o convergen con las políticas públicas. Hoy en día, creemos que es momento de articular, que no es otra cosa que unir puntos para impulsar una dinámica. Los puntos a unir tienen que ver con el dialogo necesario entre todos los actores sociales que interactúan en el territorio porque a partir de ver las expectativas de cada uno sobre los demás y el impacto de la actividad de cada uno en el entorno es que estaremos en condiciones de definir el rol en la implementación de las acciones de RS.
La idea de pensar en ecosistema, donde en cada vértice se ubique un actor, sea este una cooperativa, un sindicato, una universidad, un gobierno local, una empresa o una organización de la sociedad civil, nos permite pensar en promover la RS y llevarla a la práctica sobre un modelo de gestión que tenga un funcionamiento articulado entre las redes productivas, la sociedad civil, el conocimiento y el Estado. Nos permite que las organizaciones vinculadas en ecosistema construyan acciones de RS propias, otras convergentes o complementarias con las políticas públicas y otras que suplan la falta de ellas, pero que se legitimen como necesarias en el territorio a partir del dialogo.
Porque articulación no es sólo una palabra, es una herramienta para alcanzar el equilibrio entre hombre, naturaleza y economía. Porque hay que ser conscientes que cualquiera de los tres que prevalezca sobre el otro, al final del día, impactará negativamente sobre el resto. Cuanto más nos acerquemos a ese equilibrio, más cerca estaremos de no hablar más de Responsabilidad Social y tenerla incorporada como una manera de ser de las organizaciones. Ya no será una alternativa.