Los especialistas en el tema afirman que cuando los niños que hoy cursan la escuela primaria sean adultos y busquen su primer empleo ocurrirá un interesante fenómeno: el 65% terminará desempeñándose en puestos de trabajo actualmente inexistentes.
Sabemos, por otra parte, que muchas de las aptitudes que les son exigidas a los graduados universitarios se irán modificando con el correr del tiempo, así como con la aparición gradual de nuevos roles laborales.
Quienes tenemos la posibilidad de acompañar a los jóvenes en su desarrollo académico-profesional desde las aulas, las empresas u otras organizaciones, podemos ayudarlos a estar y sentirse preparados ante estas contingencias.
Brindarles herramientas útiles para tolerar la ambigüedad, lo imprevisto, los cambios, sin rendirse ante ellos, es la mejor inversión.
Recordemos que invertir no es sinónimo de gastar. Aquel que invierte -a diferencia de quien gasta- coloca allí su confianza en transformar el futuro. Podemos decir entonces que entre nuestros principales compromisos, en sintonía con la idea de sostenibilidad -aunque desde un punto de vista particular- está el de invertir en las próximas generaciones sin olvidarnos de las necesidades del presente.
Por eso, uno de los capítulos de este libro aborda la implementación de encuentros de diálogo intergeneracional -experiencia desarrollada durante la última década- en el que los adultos mayores y los jóvenes desarman sus prejuicios, se escuchan, se valoran, se comprenden.
Si reparamos en que el envejecimiento poblacional es una problemática en numerosas regiones del planeta -la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, ya cuenta con dos mil habitantes que han superado el siglo de vida- se vuelve inevitable pensar en proyectos de RSE o Aprendizaje-Servicio que sumen calidad a esos años.
Buenas noticias para seguir creyendo en el futuro
“Un mapa del mundo que no incluya Utopía no es digno de consultarse, pues carece del único país en el que la humanidad siempre acaba desembarcando” (Oscar Wilde)
Las páginas de este libro retoman un concepto propuesto en trabajos anteriores: el “CSA” o “Compromiso Social Aplicado”. Se trata de una estrategia de gestión consistente en promover que cada persona encuentre el nicho en el cual puede ser útil a la sociedad y se atreva a poner en juego su propia vocación de servicio.
El “CSA” se alimenta del diálogo interdisciplinario, intersectorial e intercultural en la comunicación y el intercambio de buenas prácticas.
Dar a conocer prácticas responsables -que son, en definitiva, buenas noticias- a través de diálogos abiertos y respetuosos inspira a las próximas generaciones para:
-Aceptar las divergencias (desde las teorías).
-Celebrar las complementariedades (desde las prácticas).
-Comprometerse con la profesión (desde lo humano).
Otro de los caminos en esta tarea es promover la resiliencia en las personas y las organizaciones. Esta capacidad universal para construir a partir de las dificultades y lo imprevisible, se desarrolla durante toda la vida, dándonos la oportunidad de fortalecer sus pilares -como la creatividad, la introspección o la iniciativa- en cualquier etapa del ciclo vital.
Ser corresponsables: crear círculos virtuosos
De cada cuatro carreras que dictan las universidades en la actualidad, tres podrían desaparecer en un futuro no muy lejano.
La velocidad con la que avanza el conocimiento convierte en imprescindibles ciertas habilidades como las de adaptarse a lo novedoso, aprender de otros, innovar y compartir. Si hay algo que se mantendrá en todos los ámbitos, a pesar del transcurso de los años, es la valoración de la responsabilidad social, la creatividad, la empatía y la actitud resiliente.
Crear círculos virtuosos entre la resiliencia, la innovación y el compromiso con la comunidad es una manera de aceptar nuestra misión como “corresponsables” en la construcción del futuro que deseamos.
*El libro “Formar profesionales competentes, comprometidos y resilientes” (Editorial Académica Española) recientemente publicado por la autora de este artículo, está disponible en este enlace.