Las comunicaciones juegan un rol fundamental en la empresa. Pero la incoherencia puede ser mayúscula. Tiempo atrás impartí un curso intensivo de RSE y ética empresarial para una compañía. Para proporcionar más materialidad proyecté en pantalla el Informe de Sustentabilidad/RSE de la misma empresa y el capítulo en el que se presentaban las buenas prácticas laborales. Casi nadie de aquel público, hasta ese momento, conocía la política diseñada para ellos, los trabajadores de la empresa. ¿Qué falló en este instante? Observé caras de desconcierto y la desazón fue evidente.
Hernán Dinamarca en su libro Ser o Perecer? Sustentabilidad y Comunicación con las Organizaciones (Planeta Sostenible, 2013) releva la importancia de las comunicaciones y el papel de las confianzas o de la desconfianza. Un excelente trabajo de comunicaciones externo con las comunidades, que esta empresa había desarrollado y publicitado, puede contener la siguiente dicotomía: “Como hoy las comunidades saben decodificar estas cosas, entonces, cuando dices algo hacia fuera y adentro no es así, eso se sabe, porque en el fondo tus empleados son parte de la comunidad”, recopila en sus entrevistas el autor.
Otro libro, Empresarios Hoteleros en Chile. Responsabilidad Social Corporativa y Competitividad, de Eduardo Lavado (Eds. U. Alberto Hurtado, 2013), pone en el tapete el papel de la RSE dentro del desarrollo regional y su apuesta es por una RSE como competitividad territorial en la cual “las empresas –junto con ser capaces de generar nuevos productos y tecnologías, abrir nuevos mercados y crear nuevas formas de producción y de consumo– pueden ser un aporte sustantivo al establecimiento de una nueva ‘cultura global para el desarrollo y el emprendimiento’; esa cultura debe ser más inclusiva y permitir la canalización de las potencialidades de las personas y de los países con los signos característicos de la calidad y de la confianza”.
Un punto hoy innovador relevado por redes de empresa y ética es el impulsado por la organización católica USEC sobre la relación empresario-mundo sindical. La red ha rescatado este impulso al diálogo como contribución para la paz. Al respecto, el Papa ha señalado que “el autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite”. Sobre el empresario reconoce su papel, “una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo”. La única forma de ir por un desarrollo común es escuchándonos ¿por qué se percibe desconfianza hacia estos actores: la Iglesia, Estado, empresario, sindicalistas, etc.? Porque no nos conocemos.
En un proceso de diálogo podría haber espacio para una verdadera discusión de objetivos del desarrollo. En la reforma tributaria impulsada por la presidenta Bachelet hemos visto más que nunca este hándicap. Si bien el objetivo es alinear el sistema de impuestos al de países como los de la OCDE, al cual Chile pertenece, la reforma ha sacado no pocas ronchas y ha puesto de manifiesto el gran desacuerdo político sobre cómo financiar un nuevo modelo educativo con un fuerte componente estatal. Y son estos actores los que interpretan el sentir ciudadano de las regiones que representan, por un lado, y la inquietud empresarial, por el otro. Entonces, las prácticas de RSE deberán adscribirse dentro del diálogo social por un desarrollo regional desde una ética viva, no de papel, más allá de reportes de Sustentabilidad, sino, en primer lugar, coherente e integral.