La salida de grandes instituciones como Morgan Stanley y Citigroup de la alianza climática bancaria para cero emisiones netas (NZBA) expone un conflicto crítico: ¿cómo pueden los bancos equilibrar sostenibilidad y rentabilidad sin un marco claro que reparta los costos de forma justa? Aunque la intención de alinear sus actividades con metas climáticas persiste, las presiones políticas, económicas y operativas han llevado a estos gigantes a replantear su rol en la transición energética.
“La sostenibilidad no puede imponerse sin un soporte estructurado. Necesitamos reglas claras que guíen nuestras acciones y distribuyan responsabilidades de forma equitativa,” argumenta un portavoz de la industria.
Entre las razones de este éxodo, destacan las acusaciones de sectores conservadores por supuestamente perjudicar la industria de combustibles fósiles, la complejidad de medir emisiones en miles de clientes y el impacto en las utilidades que afecta a accionistas. Esto refleja la falta de incentivos económicos para financiar proyectos limpios y evidencia la necesidad de una regulación gubernamental que proteja tanto el medio ambiente como la viabilidad del sector.
“Los bancos no son mecenas. No podemos ignorar nuestras responsabilidades fiduciarias con clientes y accionistas,” añaden expertos, recordando que, a diferencia de Cayo Mecenas, los gobiernos deben liderar esta transición, asegurando energía sostenible, asequible y confiable.
La salida de los bancos de la NZBA no significa un retroceso, sino un llamado urgente a la acción coordinada. Regulación clara, incentivos para energías limpias y mecanismos que promuevan transparencia son esenciales para que el sector financiero sea un aliado real en la lucha contra el cambio climático. Solo un enfoque colaborativo podrá asegurar una transición que no sacrifique ni la sostenibilidad ni la estabilidad económica.
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