La crisis actual generada por la pandemia del COVID-19 nos ha puesto frente al mayor desafío que la humanidad ha experimentado en las últimas décadas, poniendo a prueba nuestra capacidad de adaptación y reacción tanto en lo individual como en lo colectivo. La globalización nos muestra hoy su cara más contundente: lo que inició en una región remota y que parecía distante, rápidamente se propagó por el mundo alterando, por tiempo indeterminado, la cotidianidad tal como la conocíamos.
No hay duda que en el corto plazo los esfuerzos deben enfocarse en proteger a la población a través de medidas como el aislamiento social y en fortalecer los sistemas hospitalarios de la región para prevenir su colapso. Sin embargo, y de forma paralela, debemos empezar a pensar y prepararnos para el largo plazo. Cuando apenas han transcurrido días o un par de semanas de confinamiento en los países de la región y, por ende, de paralización del ciclo económico, las consecuencias de esta súbita parálisis salen a la luz y ponen en evidencia los enormes rezagos sociales y económicos que hemos arrastrado por décadas.
Las economías latinoamericanas ya eran frágiles antes de la pandemia. Más del 50% de los trabajadores de la región estaban en la informalidad, por lo que es fácil anticipar que los impactos de salud y económicos de la crisis sanitaria golpearán con mayor rigor a los trabajadores de la vasta economía informal latinoamericana, sin contratos ni protección laboral, y una red de protección social muy limitada. A esto se suma que a pesar de los enormes esfuerzos hechos en los útimos años para reducir la desigualdad, América Latina y el Caribe ya era la región con mayor inequidad del mundo.
El rápido crecimiento que había tenido la clase media en años recientes, y que daba esperanzas frente a la reducción de la pobreza, es ahora parte del pasado y este sector está nuevamente expuesto a caer bajo la línea de pobreza. Los refugiados, migrantes y desplazados, con acceso precario a redes de protección, quedan también expuestos a los efectos directos e indirectos de esta crisis.
Así, los sectores más vulnerables y tradicionalmente excluidos dependen ahora por completo de los programas de transferencias y ayudas estatales. A pesar de los apoyos sociales y de los planes de choque, el deterioro acelerado en las condiciones de vida de estos sectores tenderá a profundizarse y a exacerbar conflictos sociales de vieja data.
En medio de esta crisis sin precedentes, RedEAmérica creemos que es momento para que el sector empresarial actúe de manera coordinada, con una visión de largo plazo, y promoviendo alianzas y articulaciones amplias que permitan aumentar el alcance e impacto de sus acciones. Si bien es difícil estimar con precisión la magnitud de la recesión, se prevé una caída vertiginosa del PIB global. Remontar esta caída para iniciar la recuperación económica requerirá del entusiasmo, talento, visión y capacidad de innovación del sector empresarial.
Superada la emergencia sanitaria, el papel de las empresas, fundaciones empresariales e institutos de la región será vital, en particular en cuanto a la recuperación del empleo y en la reactivación y dinamización de las economías locales. Durante 18 años, las organizaciones empresariales miembros de RedEAmérica han sido ejemplo de cómo, a través de diversos mecanismos, se puede aportar al desarrollo sostenible de los territorios: fortaleciendo las compras locales, incluyendo en su cadena de valor a pequeños productores, apoyando emprendimientos e inciativas de inclusión económica, o desarrollando productos y servicios que atienden problemáticas sociales, entre otros. Su capacidad de transformar territorios y comunidades inspirará a otros a seguir el mismo camino.
Hoy, más que nunca, debemos perseverar en la búsqueda de nuestra misión de promover Comunidades Sostenibles, esto es, de lograr transformaciones trabajando de la mano con organizaciones de base y comunitarias, que necesitarán acompañamiento; fortaleciendo las capacidades de las comunidades para cuidarse y cuidar a otros, y para sobreponerse de la crisis; construyendo acuerdos y alianzas de largo aliento para fortalecer el tejido social; promoviendo el diálogo y los lazos de confianza; y contribuyendo a fortalecer la institucionalidad democrática de los territorios. El camino no será fácil, pero nos enorgullece saber que la región cuenta con organizaciones empresariales capaces de aportar a la construcción de territorios más justos, igualitarios, social y ambientalmente sostenibles.
En un momento de incertidumbre y grandes desafíos, y en el que debemos tomar decisiones en medio de la complejidad, necesitamos seguir actuando de forma articulada y siendo canales para el flujo de conocimiento y buenas prácticas. ¡Cuentan con RedEAmérica para esta tarea!