De este modo, la RSE nace como un acto de solidaridad de empresas para concurrir en apoyo de sectores necesitados. Fue así como se fueron estructurando conceptos y prácticas que señalaban que la RSE no es solo donar, sino una herramienta para poner en práctica un modelo de gestión que permita poner en marcha negocios eficientes que precautelen y promuevan los derechos de sus trabajadores, proveedores, consumidores y que respeten el entorno social y ambiental. Fue así como nació CERES, el Consorcio Ecuatoriano para la Responsabilidad Social, cuyo trabajo ha permitido que la RSE no solo penetre en el flujo sanguíneo de individuos y en las culturas organizacionales de empresas, sino que ha generado sinergias entre sectores que hasta hace poco se veían como competidores.
Pero debe reconocerse también que el movimiento ecuatoriano por la RSE se ha nutrido de otras fuentes: universidades que ofrecen diplomados, cursos de especialización y talleres, empresas consultoras y ONG que ofrecen servicios especializados, gobiernos locales que premian las buenas prácticas de RSE, como es el Gobierno de Pichincha o la creación de un Concejo Metropolitano de Responsabilidad Social mediante ordenanza del Municipio de Quito para promover la RSE, o el Gobierno Nacional, al lanzar los sellos de calidad ‘Hace bien-Hace mejor’ para las empresas que cumplan con las cuatro éticas del Estado: comunidad, medio ambiente, trabajadores y el estado.
El momento actual es un tiempo de desafíos y hay oportunidades concretas que deberá enfrentar el sector. En primer lugar, la consolidación del movimiento RSE pasa por iniciar de manera agresiva programas de difusión y contagio a muchas otras empresas que todavía están ancladas en las prácticas del capitalismo salvaje. La RSE no puede ser solamente un sello de las organizaciones grandes, modernas y conectadas a los circuitos internacionales. Hay mucho que hacer para promover estos conceptos en las pymes (más del 80 % de las unidades productivas).
En segundo lugar, hace falta difundir más sobre los conceptos y prácticas de la RSE, no solo como valor, sino también como asuntos concretos que pueden hacerse en cada uno de los espacios en los que convivimos. En tercer lugar, la empresa debe liderar la implementación de nuevos modelos de negocios locales que permitan articulaciones virtuosas y generadoras de valor a lo largo de las cadenas productivas, en las puedan concretarse los negocios inclusivos.
Finalmente, es necesario crear espacios para debatir sobre la pertinencia de contar con políticas públicas de RSE. Existe la noción universalmente aceptada de que la RSE es una práctica voluntaria de las empresas para intervenir en ámbitos públicos que van más allá de de sus propios negocios. Vale la pena preguntarse si es pertinente hablar de políticas públicas de RSE y de si los gobiernos debieran tener algún papel en el tema. ¿Es pertinente definir políticas públicas de RSE reconociendo su carácter voluntario y su alto impacto en la sociedad?
Si el desarrollo es un proceso de corresponsabilidad de varios actores, la RSE no puede quedar fuera de las políticas públicas. Hay que entender la RSE en términos de interdependencia. Siempre interactúa con actores diversos por lo que es menester que la política pública ayude a trazar la cancha de esas interrelaciones. Si la RSE es importante y necesaria para favorecer la creación de bienes públicos, es deber de la política pública promover su desarrollo a través de incentivos o normativas que apoyen su planificación, coordinación y su eficiente aplicación.