¿Por qué es necesario un ODS 18?
Para mí, como DIRCOM y DIRSE desde hace años, es muy difícil deslindar los dos planos, puesto que para la transformación es imprescindible la comunicación. Sin comunicación no hay transformación posible. Hemos de contar lo que hacemos, por qué lo hacemos y cómo lo hacemos. Por supuesto, siendo honestos: primero hacemos, luego contamos. Afortunadamente, los tiempos del greenwashing han terminado (o casi) porque todos los grupos de interés son mucho más maduros en relación con la sostenibilidad y la exigencia de transparencia y reporte es mayor, además de nuestra propia autoexigencia ética. Por esta razón creo que debería existir un ODS sobre Comunicación Responsable que generara los debates y la visibilidad que esta cuestión merece.
¿Cómo puede promoverse un diálogo abierto y constructivo sobre desafíos globales, como el cambio climático y la reducción de la pobreza, a nivel internacional?
Involucrando a todos los grupos de interés, sin excepción, sin dejar a nadie atrás. En relación con el cambio climático, por ejemplo, observamos que, en ocasiones, el regulador está alejado de la realidad de las empresas privadas o de la situación de partida de las comunidades productoras, por ejemplo, y plantea medidas difícilmente alcanzables en los plazos o con los objetivos que se estipulan. No hablo de compromiso; comprometidos estamos todos: hablo de pragmatismo. Para poder avanzar de forma consistente y coherente tanto en sostenibilidad como en el resto de los retos que tenemos planteados a nivel mundial es necesaria esa involucración de todos los grupos de interés para tener puntos de vista diversos y poder plantear análisis y soluciones holísticas pero realistas.
¿Qué medidas concretas pueden tomarse para garantizar la libertad de opinión y prensa en un mundo cada vez más conectado digitalmente?
Que en 2024 tengamos que hablar de garantizar la libertad de opinión y prensa es, en sí misma, una cuestión alarmante. Porque hablar de libertad de expresión es hablar de democracia y de derechos humanos. Aporto un dato: según The Economist, solo 42 de las 70 elecciones previstas para este año en el mundo se darán en un entorno de libertad y justicia. Creo que es suficientemente significativo. Y también creo que las instituciones internacionales como Naciones Unidas deberían tener un ámbito de influencia mayor y que habría que respetar la Declaración Universal de Derechos Humanos, que en su artículo 19 contempla la libertad de expresión, y que por cierto se aprobó en 1948, no ayer. Es necesario que los gobiernos se comprometan a avanzar en cuestiones tan básicas como estas. Compromisos serios, coherentes, acompañados de medidas legales y económicas. Por otro lado, en estos momentos con la Inteligencia Artificial tenemos la oportunidad de regular de manera responsable, inclusiva, integradora.
¿Cuál es la estrategia más efectiva para combatir la difusión de noticias falsas (fake news) y la propaganda en línea?
El rigor. La argumentación basada en la ciencia. Los datos contrastados, verídicos. Es un trabajo constante, porque la desinformación interesada impera. De hecho, la desinformación aparece como primer riesgo a corto plazo (dos años) en el último informe de riesgos globales del World Economic Forum. En nuestro caso, por ejemplo, la alimentación y la nutrición son los territorios narrativos en los que más fake news se producen. Solo nos queda una manera de desmontarlos: haciendo consciente a la persona consumidora de que debe informarse a través de fuentes fiables y aportando datos rigurosos, contrastados.
¿Cómo podemos ayudar a las personas a que utilicen de manera responsable y ética los “poderes de comunicación” a través de las redes sociales?
Es complicado porque todos hemos sido seducidos por el poder de influir que nos dan las redes sociales. Todos queremos ser microinfluencers en nuestros ámbitos, en nuestras comunidades sociales… Y escribir para que nos lea alguien en las antípodas, hablando de cualquier tema. Es una cuestión cultural, sociológica. Vivimos momentos de alta exposición en los que existe una necesidad constante de contar lo que estamos haciendo en cada momento y de dar nuestra opinión. Y, obviamente, no me estoy refiriendo a que no tengamos el derecho a hacerlo: por supuesto. Pero vuelvo a la idea de la sensibilización y del rigor: trabajemos por aportar información contrastada, de calidad, veraz, y por indicar las fuentes en las que puede ser encontrada. Si replicamos contenidos de calidad, se multiplicará el impacto positivo, ético y responsable de estos altavoces.
¿Cuál es el papel de la colaboración entre el sector público y privado en el apoyo al periodismo riguroso y de calidad?
Fundamental, como en el resto de los campos. Son dos ángulos completamente complementarios: el servicio por lo público junto a las experiencias que se pueden aportar desde el ángulo privado.
¿Cómo se puede avanzar en la promoción de la diversidad y la igualdad de género en la industria de la comunicación y las relaciones públicas?
Una primera cuestión es el lenguaje: el lenguaje da forma a la realidad. Sin llegar al paroxismo ni a los extremos que acaban deformando los avances y convirtiéndolos en caricaturas, es necesario progresar en lenguaje inclusivo, respetuoso, integrador, igualitario. Por otra parte, hay que ser vigilantes con los recursos gráficos, con las fotografías, y con los enfoques de los contenidos: no estereotipar. Defender contenidos mediáticos que no degraden o infravaloren la diferencia. Formar en género a los y las periodistas. Buscar mujeres expertas para hablar de los distintos temas. Informar en los mismos términos –y tiempos- sobre el deporte masculino y el femenino. Y siempre poner en valor, precisamente, esa diversidad, ya que en lo que todos somos iguales es en que somos diferentes.
¿De qué manera podemos fomentar, a través de la comunicación, la empatía hacia aquellos que sufren hambre, pobreza, falta de oportunidades, guerra, migraciones forzadas y discriminación?
Naciones Unidas ya ha advertido que, para poder informar sobre pobreza, discriminación, conflictos, hacen falta medios de comunicación libres e independientes, que sean capaces de mostrar estas realidades sin cortapisas. No podemos globalizar solo el consumo, la tecnología o el conocimiento de la parte más amable de la vida. Según el último informe sobre El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, 735 millones de personas padecen hambre. ¿No lo contamos? En 2023, el mundo ha sufrido el tercer año más violento desde el final de la Segunda Guerra Mundial. ¿No lo visibilizamos? Po otra parte, creo que es un imperativo ético ayudar a la ciudadanía a conectar sus actos cotidianos con esas realidades. Lo que consumimos, lo que votamos, incide no solo en nuestro entorno cercano e inmediato, también a nivel global. Este año, en 2024, vamos a votar el 49% de la población mundial y el 42% del PIB. ¿Qué mundo queremos para los próximos años?
Esta entrevista forma parte de la Revista Corresponsables 77: Especial ODS18.