Esta entrevista forma parte de la Revista Corresponsables 77: Especial ODS18.
En esta entrevista, Natalia Llopis, Manager de Comunicación de Urbaser, habla sobre la importancia de añadir un “ODS 18” a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, enfocado en garantizar una comunicación eficaz que movilice a la sociedad hacia estos objetivos globales.
A través de su experiencia, Natalia Llopis reflexiona sobre cómo la comunicación puede y debe jugar un papel central en la promoción del desarrollo sostenible y en la construcción de una sociedad bien informada.
¿Por qué es necesario un ODS 18?
El año que viene se cumplen 10 años de la definición de los 17 ODS que ya conocíamos, y es necesario que nos adaptemos a este mundo cambiante en el que vivimos donde, probablemente, lo que era suficiente hace una década, ahora ya no lo sea. Por otro lado, la implementación del ODS 18 es fundamental en este momento para respetar y poner en valor algo tan básico como importante: una comunicación basada en la claridad, la transparencia y la ética, tanto de cara al receptor, como al emisor. Los que hacemos comunicación tenemos que ser consciente del poder y la responsabilidad que tenemos al producir y lanzar mensajes de cara a quienes nos escuchan.
¿Cómo puede promoverse un diálogo abierto y constructivo sobre desafíos globales, como el cambio climático y la reducción de la pobreza, a nivel internacional?
Las instituciones internacionales son foros en los que actualmente nuestros representantes debaten y analizan las posibles soluciones para hacer frente a estos desafíos. Tenemos la Unión Europea, que está liderando una política ambiciosa en materia de sostenibilidad, de reducción de la contaminación y de cumplimiento del resto de compromisos, por ejemplo. La ONU también nos ofrece mecanismos de debate y a menudo funciona como origen de muchas iniciativas y compromisos que marcan la dirección en el corto, medio y largo plazo. Pero, como en todo, los mecanismos vigentes tienen margen de mejora. Además de estos espacios a nivel institucional, creo que la clave realmente está en la sociedad y los ciudadanos: dar a la gente la libertad de expresarse a través del respeto es una palanca necesaria para que se genere este debate. Por último, pero no menos importante, creo que la accesibilidad a la información es elemental para fomentar estas conversaciones: si los ciudadanos no disponen de información a su alcance, no podrán participar de este discurso.
¿Qué medidas concretas pueden tomarse para garantizar la libertad de opinión y prensa en un mundo cada vez más conectado digitalmente?
Vivimos en una época inédita para los medios de comunicación. El flujo de información es incontrolable y su capacidad de intermediación entre la realidad y la opinión pública es cada vez más compleja. A lo que hay que sumarle que los ciclos de información apenas duran ya 24 horas. Lo que ayer era portada hoy no tiene repercusión; es la época de lo efímero, en todos los sentidos. Y esta tendencia también supone un reto. Pero, en cuanto a la conectividad, no hay duda de que las redes sociales pueden ser una herramienta muy útil para garantizar ambas libertades, no considero que coarten esta libertad, sino que la agrandan; el reto, en este caso, es hacer una buena pedagogía sobre las buenas y malas prácticas en su uso. No podemos dar la espalda a las redes sociales ni a la transformación digital. Es una realidad que impacta a la hora de informarnos, que ha trastocado los formatos tradicionales, pero que nos abre también la puerta a escuchar más puntos de vista y a formar nuestro propio criterio.
¿Cuál es la estrategia más efectiva para combatir la difusión de noticias falsas (fake news) y la propaganda en línea?
Por lo comentado anteriormente, no hay una fórmula mágica contra la desinformación. La desinformación siempre encuentra un hueco por el que abrirse paso, y tener más medios para comunicarnos al alcance de todos, es algo positivo, pero con consecuencias negativas, como es este tema. Ante la posibilidad de desinformación, el antídoto es siempre el mismo: la educación, la escucha activa y la comprensión. En la actualidad hay un debate muy importante que va a marcar nuestra relación con la información para los próximos años. Y es el dilema en torno a la regulación de los contenidos online. ¿Dónde poner el límite? ¿Qué contenidos podemos censurar? ¿Y quién controla al controlador? Son todo dudas encima de la mesa. Por lo pronto, sí tenemos una herramienta a nuestro alcance y es la educación. Tenemos una gran responsabilidad con las generaciones futuras para tratar de inculcarles un espíritu crítico que les ayude a discernir la información certera de la falsa.
¿Cómo podemos ayudar a las personas a que utilicen de manera responsable y ética los “poderes de comunicación” a través de las redes sociales?
Como he comentado anteriormente, la accesibilidad para difundir y obtener información a través de redes sociales tiene una parte positiva y una negativa; y todos tenemos una gran responsabilidad a la hora de hacer uso de ellas. Hemos visto como, en cuestión de minutos, personas prestigiosas echan al traste su reputación o incluso, de manera intencionada, una masa imparable de usuarios consigue ‘cancelar’ a otra persona y condenarla al ostracismo social. Por eso es importante comprender la dimensión de las redes sociales, el alcance global que tiene nuestros comportamiento online y lo rápido que pueden viralizarse los contenidos. La línea entre el control y el descontrol informativo es cada vez más fina y nos obliga a pensar cada una de las publicaciones e interacciones que llevamos a cabo en redes. Insisto en que es importantísimo, visto lo visto, la pedagogía y la concienciación.
¿Cuál es el papel de la colaboración entre el sector público y privado en el apoyo al periodismo riguroso y de calidad?
Los ciudadanos, las empresas, las ONG, las asociaciones y todos los actores que conformamos la sociedad civil debemos tomarnos en serio la defensa de la verdad. Esto comienza por confiar en los medios de comunicación, pero también por ser exigentes con ellos y con su compromiso con la realidad. Los medios tienen hoy un desafío importante y es conservar la credibilidad que la sociedad ha depositado en ellos. Las encuestas nos dicen que esta credibilidad está a la baja desde hace tiempo, por lo que tenemos la responsabilidad de ser exigentes con la profesión periodística, para que no desatienda su objetivo final que no es otro más que la búsqueda y la transmisión de la verdad.
¿Cómo se puede avanzar en la promoción de la diversidad y la igualdad de género en la industria de la comunicación y las relaciones públicas?
Afortunadamente, ambas industrias llevan recorrido un tramo más largo del camino hacia la igualdad que otros sectores más tradicionales o con una paridad menor. Por supuesto, las empresas de este ámbito tienen que seguir garantizando la igualdad en las oportunidades laborales y en la retribución salarial, creando espacios libres de discriminación y adaptándose a una sociedad que es cada vez más diversa. También tienen que animar a que las nuevas generaciones se especialicen en estas disciplinas y ofrecer planes de crecimiento profesional y de conciliación familiar.
¿De qué manera podemos fomentar, a través de la comunicación, la empatía hacia aquellos que sufren hambre, pobreza, falta de oportunidades, guerra, migraciones forzadas y discriminación?
Lo primero es tener claro que las personas desfavorecidas merecen un trato digno en los medios de comunicación y en la gestión de la información. El sensacionalismo, por un lado, y la omisión, por otro, hacen el mismo flaco favor a sus realidades. Por eso, el tratamiento informativo de estas situaciones tiene que encontrar el equilibrio entre el rigor y lo humano. Sin duda, vivimos en una época en la que nuestra atención es cada vez más limitada (todo es efímero, como hemos dicho antes) y los medios de comunicación y las empresas tienen que pelear por captarnos en pocos segundos. En este contexto, las historias humanas bien contadas, en las que se pone en el centro a la persona y no se la usa para otro fin, nos interpelan, nos tocan de cerca y funcionan como motor para la acción.