Reconocido internacionalmente como uno de los grandes filósofos de finales del siglo XX, Gilles Lipovetsky reflexiona sobre la pandemia que ha acerlerado el cambio hacia un nuevo mundo en el que el desafío climático y medioambiental es vital, y subraya la necesidad de la inteligencia para la humanidad, no solo de moral y responsabilidad.
2020 ha acelerado el cambio hacia un nuevo mundo. Nos enfrentamos a importantes desafíos, ecológicos, demográficos y de convivencia. IKEA España presenta en el marco de Madrid Design Festival ‘Rediseñando el mañana’, un documental para repensar el mundo dirigido por el cineasta Pedro Aguilera que reúne a grandes pensadores mundiales para indagar y reflexionar desde enfoques multidisciplinares en la idea de diseño de nuevas formas de vida.
Tras una pandemia como la que se está viviendo desde marzo que ha acelerado el cambio hacia un nuevo mundo ¿qué mundo va a surgir? ¿cómo reiniciarlo?
Las tendencias que ya existían como por ejemplo la vida digital, las compras por internet, las conferencias online, la educación digital etc… no es la crisis de la COVID-19 la que lo ha creado, ha sido la informatización de la sociedad. Todo esto ya estaba en marcha. Lo que ha hecho la pandemia es acelerar todas estas tendencias que se habían iniciado, y concretamente, el teletrabajo. En segundo lugar, lo que ha cambiado en occidente es que creíamos estar al resguardo de las grandes epidemias. Pensábamos que eso era algo que pertenecía al pasado, y ahora nos damos cuenta de que no es así, y que somos más vulnerables de lo que nos imaginábamos. En este punto se ha producido un cambio que debería llamar a Europa a concentrar sus esfuerzos de inversión a favor de una Europa médica, una Europa sanitaria, capaz de garantizar nuestra seguridad sanitaria sin depender de China o de Estados Unidos. Esto se ha convertido en una urgencia para Europa. En tercer lugar, creo que exageramos mucho cuando decimos que el mundo post COVID será totalmente distinto. No creo que eso sea cierto. El mundo del consumo, la búsqueda del bienestar, el turismo… todo esto no se va a parar. Creo que dentro de seis meses o un año, con un poco de suerte, la presión de la COVID bajará claramente o se habrá neutralizado y las pasiones consumistas de la gente no se detendrán, sino que continuará.
¿Cuáles pueden ser las bases para crear un mundo más corresponsable y sostenible?
Es una pregunta fundamental, desde luego, para este siglo porque el desafío climático y medioambiental es vital. Creo que esta crisis requiere una reacción y una movilización de toda la sociedad. No habrá solución con una llave maestra. La solución es multidimensional y requiere, en primer lugar, inversiones considerables en investigación tanto científica como tecnológica para generar nuevas energías renovables y limpias que nos permitan reducir el consumo de carbono y las emisiones de CO2. Es fundamental contemplar las energías fotovoltaicas, eólicas, solares… ya que son el futuro, y también el hidrógeno. Para poder llegar a un mundo descarbonizado se requiere inversiones y la movilización de la investigación. Sobre todo, en esta época que hay tanto populismo y escepticismo. No tenemos que denunciar el progreso y la excelencia, ni ser escépticos respecto a la ciencia. La ciencia no es un valor absoluto, sino que es algo que avanza. Pero no habrá solución sin innovación tecnocientífica. Este es un punto absolutamente fundamental frente a ciertas corrientes que piensan que la solución sería el regreso al campo con antiguos modos de vida. No creo que eso sea una solución colectiva. En segundo lugar, es deseable que cambien los modelos de consumo. Comemos demasiada carne, consumimos demasiada energía y cogemos demasiado el coche. Hay que consumir productos biológicos y aquí también serían deseables una serie de transformaciones en los modelos de consumo siempre que esto no sea equivalente a una economía punitiva. Todo esto tiene que ser aceptado por los consumidores. Hay que encontrar soluciones aceptables y, sobre todo, conseguir reducir los costes. Los consumidores no son agentes morales ya que miran por su bolsillo, y tienen que arbitrar en función del dinero del que disponen. Las asociaciones de consumidores, los movimientos ecologistas y las agriculturas biológicas sirven en la actualidad para sensibilizar a los consumidores en reducir el desperdicio alimentario, separar los residuos, comprar a granel, denunciar los productos de plástico… Es decir, los consumidores sí que pueden desempeñar un papel. En tercer lugar, el cambio necesario va a exigir decisiones radicales por parte de los poderes públicos que deben impulsar el cambio. El cambio no se producirá por si solo, y no vendrá automáticamente del mercado. El Estado tiene que asumir sus responsabilidades a escala tanto nacional como internacional. Por ejemplo, los Acuerdos de París que inician un rumbo para reducir las emisiones de CO2. Son decisiones que afectan a los poderes públicos que tendrán un papel fundamental en el futuro. No se hará de forma mágica, por obra de los consumidores solos o de las empresas. La época que vivimos llama a una reacción del Estado. Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio entre el Estado y el mercado. El mercado es eficaz, pero si se le deja que actue con libertad, nos conduce al abismo. Hay que corregir las fuerzas del mercado mediante leyes que establezcan objetivos, que impongan prohibiciones tal vez y que estimulen y fomenten energías limpias. Por último, creo que las propias empresas tienen que movilizarse. Comprender que la vocación de las empresas no es solamente ganar dinero y generar beneficios mediante sus resultados, sino también la adquisición de una responsabilidad colectiva, social y medioambiental. Creo que ahora hay bastantes empresarios que comprenden que se puede ganar dinero respetando el medioambiente. Es fundamental que las empresas comprendan que la competencia y los resultados económicos no se deben conseguir a costa de sacrificar el futuro. Hay que encontrar un equilibrio entre las exigencias del presente y las del futuro. Es necesario sensibilizar a las empresas sobre las exigencias a las que tienen que responder porque su misión no se limita a ganar dinero y a generar beneficios para los accionistas.
Como ha dicho, nos enfrentamos a grandes desafíos ecológicos, demográficos, de convivencia… Todo ello se plasma en el documental ‘Rediseñando el mañana. ¿Qué enfoques multidisciplinares surgen en la idea del diseño de nuevas formas de vida?
Diseñar formas de vida implica varios niveles. Podemos imaginar nuevas formas de consumo más solidario. Por ejemplo, el transporte público, hay que darle prioridad. También serían deseables nuevas formas de vida en las empresas que las hagan ser más solidarias y que los empleados/as participen en la vida y en los resultados de las mismas. Las nuevas formas de vida también exigen nuevas formas de educación, y esto es también un reto inmenso para el futuro. En la actualidad tenemos un problema importante con la educación. En primer lugar, las desigualdades sociales son escandalosas. Los niños procedentes de entornos desfavorecidos tienen menos oportunidades que los demás, y no se está avanzando en este frente. Tenemos que replantearnos la educación y la enseñanza para corregir las desigualdades. Pero también tenemos que replantearnos la educación para que los futuros hombres y mujeres que se están formando hoy en las escuelas, tengan otros objetivos y no solo el consumo. Por mi parte, tengo mucha esperanza en la educación artística para despertar el amor por el arte y su práctica, que es una forma de vida muy rica. Es más rico tocar un instrumento en una orquesta con un amigo que ir a un centro comercial de compras. Es un ideal de vida superior que hace feliz a la gente. Todas las encuestas de las que disponemos demuestran que las prácticas culturales y artísticas generan momentos de felicidad en las personas. La escuela debe desarrollar ese gusto, ese amor, por las artes. La educación en la práctica artística debe tener más peso desde la primera infancia, para que se pueda desarrollar una cultura del arte. Es un gran desafío, pero es muy factible porque no supone un gasto elevado. Por lo tanto, es una cuestión de voluntad, sobre todo, de sensibilización. Tenemos que comprender que la ecología, el imperativo ecológico, no afecta únicamente a nuestra relación con la naturaleza, sino que incluye la relación con la vida. Necesitamos una ecología de la existencia entera, y no solo respetar las zonas verdes, la vida animal y reducir las emisiones de CO2. Una ecología global tiene que ser una ecología de la vida en sociedad con menos desequilibrios, más desarrollo personal y replantearnos el lugar que ocupa el arte en la sociedad.
¿Sería capaz, en su opinión, que la sostenibilidad y la responsabilidad social de las empresas puedan poner fin a este consumismo que tanto daño hace al planeta?
Sí, la responsabilidad social de las empresas es muy importante. Pero una vez más, creo que no debemos soñar. No habrá una solución global a los problemas del siglo XXI sin resultados de la innovación tecnológica y científica. Pronto habrá unos 10 mil millones de habitantes en el planeta y 10 mil millones de individuos a quienes habrá que alojar, alimentar, educar… La responsabilidad es hacerlo de forma ética. Está bien intentar ser consumidores virtuosos, pero si no hay producción, la responsabilidad también llega muy rápidamente a sus límites porque si no hay producción no hay nada que compartir tampoco. Creo en el mercado y creo en la ciencia. Pero no me convence en absoluto los pensadores que diabolizan esa fuerza. La responsabilidad social de la empresa es positiva y necesitamos de élites formadas en universidades y en laboratorios de investigación. La humanidad necesita no solo moral y responsabilidad, sino también inteligencia. Hace falta una innovación de la inteligencia.