El pasado mes de marzo, el Embajador de la Paz y conferenciante internacional, Prem Rawat, reunió a más de tres mil personas en la Caja Mágica de Madrid, durante su primer evento en España y coincidiendo con el aniversario del 11M. Prem Rawat compartió con los asistentes el mensaje que lleva más de 20 años difundiendo por el mundo: la necesidad de conocerse a uno mismo para alcanzar el bienestar interior y exterior. Corresponsables ha tenido la oportunidad de entrevistar a Prem Rawat para hablar sobre su libro, la paz y los ODS.
Como embajador de la Paz, en qué países centraría su discurso y dónde haría una llamada a la acción apaciguadora de manera más urgente.
Llevaría éste mensaje a todos los países, a donde quiera que las personas estén interesadas en la paz. Hemos creado fronteras y divisiones, pero en realidad, somos todos iguales. Nos olvidamos de quienes somos. Comenzamos a mirarnos a través de las nacionalidades, el peso, la altura, la educación; cuando de hecho, cualquier médico certificaría que la anatomía de todas las personas por dentro es igual, sin importar si tienen educación, dinero o si vienen de un país u otro. Somos todos iguales.
Teniendo en cuenta que EEUU es una de las economías mundiales de mayor peso, ¿cree que la voluntad de su presidente Donald Trump de construir un muro en la frontera con México, entre otras cuestiones xenofóbicas (como impedir la entrada de refugiados al país), puede repercutir en la paz internacional?
Las personas prestan mucha ateción a la historia pero no aprenden nada de ella. Ya se construyó un muro antes, el Muro de Berlín. Y su destino era el de caer, llegado su momento. Dividió a las personas. No se trataba de la paz, ni de la economía.
Cuando las personas sienten miedo, aceptarán cualquier solución por desesperación. Algunos políticos utilizan el miedo para avanzar su propia causa, aunque no todos. Fue el Gobierno el que erigió el muro, y la sabiduría de las personas la que lo derribó. La historia ya ha acontecido, y creo que este muro del que se habla tendrá el mismo destino que el que cayó.
La crisis de los refugiados es un problema de carácter internacional y la mayoría de los países europeos no han cumplido con su compromiso de acogida. ¿Qué medidas se podrían aplicar? ¿Debería haber sanciones económicas estrictas?
El problema no comenzó con los refugiados, sino con el problema que tuvo como consecuencia a los refugiados. Desde el momento en que ese problema se pasó por alto, las personas desesperadas comenzaron a irse de sus países buscando otros donde pudieran tener esperanza. Buscaban una oportunidad que se les había negado ya hacía tiempo.
Nadie prestó atención a esta situación, era el status quo, no era nuestro problema, era su problema. Se tomaron decisiones que llevaron a este caos y ahora ese caos que está ahí, estamos intentando resolverlo. Pero cuando estábamos construyendo el edificio, nadie prestó atención a los cimientos. El edificio se construyó y todo el mundo insistía en hacerlo más alto, cada vez más y mas alto. Ahora que nos enfrentamos a un terremoto el edificio tiembla y se están derrumbando las plantas. Las personas dicen que es terrible, que no debiera pasar, que esto está mal. Pero no olvidemos que esto ya ha acontecido en la historia y que los resultados han sido los mismos.
No solo debemos pensar en nuestros propios beneficios, sino en los de los demás. Nos centramos en nuestro país, nuestra ciudad, nuestro pueblo, y se nos olvida el resto del mundo. Ha llegado el momento de pensar de otra forma, de pensar en todas las personas de este mundo.
¿Qué recomendaciones haría a España en materia de inmigración, paz y justicia?
Desde mi punto de vista España sabe lo que es correcto, más allá del debate y de la intelectualidad, sabe lo que es correcto para con los seres humanos. Eso es lo que España tiene que hacer. Eso es lo que tienen que hacer todos los países.
Mirémoslo desde el punto de vista humano, no desde la óptica de que es un territorio que alguien de forma arbitraria ha delimitado. Es como si intentásemos explicárselo a un pájaro, a un insecto o a una hormiga que cruza esa frontera diez mil veces. Ellos no entienden de fronteras. El viento no entiende de fronteras, ni la nieve, ni la lluvia. Pero como seres humanos podríamos haber utilizado nuestra inteligencia para resolver el problema y sin embargo, la hemos utilizado para crear problemas. ¿Qué inteligencia utilizaremos para resolver estos problemas? Nuestra lógica ha de cambiar para tener en cuenta el factor humano. Se nos ha olvidado lo que es ser humano.
Su libro Cuando el desierto florece nos recuerda la satisfacción de estar vivo, tener tiempo para hacer cosas, de no abandonar ante las adversidades. Usted que ha visitado más de 250 ciudades y ha conocido diferentes culturas, ¿considera que realmente hay más cosas que nos unen que las que nos separan? ¿Cuáles son las mayores preocupaciones del hombre?
Debemos fortalecer todo aquello que nos une. Incluso aunque haya bondad en una persona, esa bondad ha de conservarse. Es como un jardinero cuidando de un jardín, ha de quitar las malas hiergas y regar el césped. El césped tiene que conservarse y hay que deshacerse de las malas hierbas. Nosotros tenemos que hacer lo mismo que el jardinero: conservar lo que es bueno juntos dando ese paso juntos, y deshacernos de lo que es malo evitando que se perpetue. Hemos de dar este importante paso juntos. Es algo que podemos hacer de forma práctica, pero no lo hemos considerado desde este prisma. Solo hemos pensado en el pánico porque somos muy buenos entrando en pánico. Vemos un problema y entramos en pánico, gritamos y vociferamos, esto sí lo sabemos hacer. Hemos perdido la capacidad de hablar, tenemos que aprender a hablar.
Dentro de las familias ocurre lo mismo. ¿Cuándo se reúne la familia? El padre, ¿cuándo tiene una conversación con su hijo o hija? Cuando hay un problema. Entonces se gritan y vociferan porque así es como se prestan atención. ¿Cuál es la resultante? Horror, algo malo va a ocurrir. El padre terminará diciendo algo que el hijo no quieren escuchar; el hijo dirá algo que le hará daño al padre, y la madre que está viendo toda esta situación estará muy triste. Esto no está bien y es, sin embargo, lo que está ocurriendo constantemente. Los países se gritan unos a otros; aquellos que son el modelo a seguir se gritan unos a otros, se insultan, mienten los unos sobre los otros.
Miremos lo que está pasando. La aceptación de un ser humano ha desaparecido, el hablar las cosas ha desaparecido, tanto en el entorno familiar como en el entorno social. La relación entre vecinos ahora se basa en gritarse unos a otros, bien sean ciudades vecinas o países vecinos. Y ¿qué ha pasado con ser vecinos? Al observar todo lo que está ocurriendo entre Estados Unidos y Méjico, veo lo mismo. Y me pregunto ¿pero no son ustedes vecinos? ¿no pueden hablar las cosas? ¿porqué tanta hostilidad? Solo aprendemos a hablar cuando llegan los problemas, pero antes de que lleguen, nos da igual, no tenemos nada que dicir. Esto tiene que cambiar.
¿Qué otras conclusiones destacaría de su libro?
Destacaría dos aspectos: uno de ellos sería la eficaz estrategia que las semillas ponen en práctica y que les ha permitido sobrevivir y seguir adelante, contra todo pronóstico. Necesitan el agua, necesitan la lluvia y, en el desierto donde debe florecer, algo tan diminuto y frágil parece imposible que lo logre. Pero han hecho posible lo imposible.
No se limitan a quejarse porque no llueva, o a protestar o pedir ayuda. Ni tampoco a lamentarse: ¿Por qué nos tiene que pasar esto a nosotras? No hacen eso. Año tras año, durante mucho tiempo, han aprendido el arte de la paciencia. Esperan y esperan. Cuando te fijas en un desierto no las ves, ¿donde están? No hay ni una a la vista. Pero esperan y, aunque son diminutas, tienen el poder de transformar el desierto. Cuando florecen, ya no es un desierto, se parece más a una pradera florida, llena de color. Y saben que solo pueden hacerlo gracias a la lluvia y que tarde o temprano, llegará. Y así es, puede que tarde un poco, pero llega. Y, en cuanto lo hace, no se pierde un solo segundo, no se plantean debates, ni se ponen a comentar si será bastante o no, si merece la pena seguir esperando. Ni hablar, están listas, y en cuanto llueve hacen florecer al desierto. Lo convierten en uno de los paisajes más hermosos.
Uno de sus mensajes es que ‘dentro de todos hay una sed innata de satisfacción’. ¿En qué consiste esa satisfacción y cómo es posible alcanzarla?
Cuando bebes agua no necesitas preguntarte si se ha saciado tu sed, simplemente lo sientes. No se trata de que como has bebido un cuarto de litro, tu sed tendría que estar saciada. En absoluto. Puede que un día te baste con medio vaso y en cambio otros ni siquiera lo logres con cuatro. No tiene que ver con la cantidad, sino con el momento en que lo sientes. La paz, la alegría, la felicidad, la satisfacción, no son más que nombres de una misma cosa. Nombres diferentes, pero de una misma cosa.
Y constituyen la naturaleza innata de un ser humano. Cuando ese ser humano, esa pequeña semilla, florece, eso es lo que ocurre. Una flor no es unicamente su forma, sino el color, la fragancia, su presencia. Y esos son los atributos de un ser humano. Cuando nos conocemos a nosotros mismos, cuando nos comprendemos y nos comprometemos con la vida misma. Pero no estamos comprometidos con la vida, sino con todo lo demás que hay en ella. Nuestro centro de atención debe ser, en primer lugar, la vida y después todo lo demás. Y no necesitas sustituir una cosa por la otra. Cuando la satisfacción aparece es cuando florece ese desierto.
¿Cuál es el trabajo de la Fundación Prem Rawat en línea con la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)? ¿Podría describir algunos de los principales proyectos que lleva a cabo?
Hay dos proyectos que me encantan: el de Alimentos para la Gente y el Programa de Educación para la Paz. Todo lo que hace la Fundación Prem Rawat tiene que ver con cambiar las cosas a mejor y no de un modo filosófico, sino a nivel muy básico.
En el caso del Programa de Educación para la Paz, yo visito prisiones y otros lugares donde se esté llevando a cabo. Y ahí soy testigo de su importancia. En el caso de Alimentos para la Gente, sucede lo mismo. Ambos programas son fundamentales para la Fundación.
Pero también hacemos otras cosas. En caso de alguna crisis, inundaciones, incendios, terremotos… ayudamos lo antes posible con lo más básico. A veces puede ser simplemente una manta o un poco de comida. Somos seres humanos, necesitamos agua potable, comida y también dignidad. Esas crisis nos la arrebatan y la Fundación trata de restaurarla, al menos en parte. Y lo mismo ocurre con Alimentos para la Gente. No les damos lo que creemos que deben comer, sino la comida a la que están acostumbrados, de la que pueden disfrutar. Saben cómo comerla, conocen su sabor, eso es lo que esperaban. Les enseñamos a lavarse las manos, una higiene básica que no tenían, y hemos conseguido mejorar su salud, igual que con el agua potable.
Es sorprendente porque cuando vuelven a su casa también enseñan a su familia esa higiene básica, los beneficios del agua potable, cómo cocinar…y muchas otras cosas favorables. Con las prisiones es similar. Algunos países se afanan en crear leyes. Pero no comprenden sus repercusiones y mucha gente acaba en la cárcel. Se cierra la puerta… ¿y ahora? Han perdido la esperanza, están señalados de por vida. Y sin embargo se les ha encerrado para que aprendan a cambiar. La sociedad quiere que cada uno de sus miembros contribuya positivamente, es algo muy importante para ella. Pero no creamos rutas para que cada persona pueda hacerlo.
No nos importa gastar millones y millones en el sistema penitenciario, pero no queremos gastar lo necesario para evitar tener que encarcelar a nadie en primer lugar. Muy triste. Pero, teniendo eso presente, ¿cómo podemos impulsar el cambio en una persona? La mejor manera es poniéndole en contacto consigo mismo, ese es el comienzo de la paz. Y también supone una prueba tangible de que incluso en un entorno extremo, como el de una cárcel, es posible lograrlo, lograr un cambio realmente importante.
Hay personas que están asistiendo al Programa de Educación para la Paz, pero su sentencia es de cadena perpetua. Saben que no saldrán vivos de la cárcel, pero aún así les interesa cambiar, aceptar la paz en su vida durante el resto de la misma. Y, si a ellos les ayuda, está claro que puede ayudar a todo el mundo.
A quienes han ido a la guerra, se les ha enseñado a lidiar con ella, pero no saben lo que se siente cuando alguien te dispara. Y se quedan en shock. Van a la guerra, tienen que matar a otras personas y luego regresan a casa. Pero no se les trata como héroes. Están destrozados, devastados por las experiencias vividas, ¿cómo ayudarles? Poniéndoles en contacto consigo mismos. Porque la bondad, la alegría, siguen ahí. Aunque por fuera todo parezca oscuro, hay muchísima luz en su interior. Esto ha ayudado a muchas personas.
Otras personas en una residencia de ancianos que saben que su vida se acaba, y cada día los recuerdos pasan ante sus ojos. Pero siguen vivos, aún les queda tiempo. ¿Cómo usarlo? ¿Repitiendo lo mismo una y otra vez o con gratitud? Gratitud por estar vivo, gratitud por esta vida. Eso es lo que hace la Fundación: lleva un mensaje de esperanza, pero de un modo tangible, de manera que pueda ayudar de verdad a las personas.
¿De qué manera pueden los medios de comunicación contribuir a la paz a nivel internacional, nacional y local?
Los medios de comunicación influyen a todos los niveles. Hay que confiar en que si a la gente se le muestran los hechos, será capaz de sacar sus propias conclusiones. Yo creo que a veces eso es lo que nos falta. Los distintos medios pueden jugar un papel fundamental en lograr que sepamos la verdad, no la verdad fabricada, sino la autentica verdad.
Tenemos mucha capacidad de resistencia. Incluso cuando se construyó el muro de Berlín, la gente resistió porque sabían que el tiempo jugaba a su favor. Y ganaron. No por las armas ni el dinero, ni con los ejercitos, ganaron porque el tiempo estaba de su lado y derribaron el muro de Berlín.