A sus 21 años, realizando su tesis doctoral, un joven se hizo una pregunta: ¿por qué existe la empresa? La respuesta parece obvia, alguien debe de producir y la empresa es una respuesta social para satisfacer una demanda. Sin embargo, este joven encontraba en esta contestación más una descripción y no una explicación que llegara a la esencia misma de lo que es una empresa y su razón de ser.
El razonamiento que siguió este joven para contestar la pregunta fue la siguiente: imaginemos un mundo ideal donde las personas tienen toda la información y cuentan con una capacidad de razonamiento que entiende, retiene y procesa dicha información de manera perfecta. En ese mundo ideal, si una persona quiere un auto podría hacerlo ella misma, es decir, investigar cómo se hace un auto, comprar las autopartes, tal vez contratar a alguien que le ayude y listo, tendría su carro. Pero en la vida real existen empresas que hacen autos, y lo hacen a un menor costo en términos comparativos al que debería de enfrentar una persona si decidiera hacerlo.
A estos costos este joven le llamó costos de transacción. La definición es muy sencilla, son los costos en que se incurre al realizar un intercambio y que están relacionados a la búsqueda, evaluación, negociación, verificación de cumplimiento de lo acordado. Es decir, tengo que buscar lo que quiero y se ajuste a lo que deseo, una vez que encuentro lo que quiero, tengo que evaluar los pros y contras de realizar dicha transacción. Si los pros son mayores que los contras entonces emprendo la negociación, y una vez realizado el intercambio debo de verificar que se cumpla con lo acordado; en pocas palabras, en caso de que no se haya cumplido lo acordado debo de tomar las medidas para hacer que esto funcione.
Pues bien, como se dijo, la empresa existe desde esta óptica porque produce con menores costos de transacción, y esto lo logra ya que vincula de manera eficiente, a través de contratos, a proveedores, obreros, ejecutivos, asistentes secretariales, investigadores, vendedores administrativos, no importa si hablamos de una empresa micro, pequeña, mediana o grande. En la medida que se diseña correctamente esa vinculación incrementará la probabilidad de que permanezca en el mercado y tenga éxito.
En pocas palabras, si eres empresario o emprendedor, eres un diseñador que relaciona a gente para producir a menores costos de transacción. Y cuando se habla de contratos se debe entender no solo aquellos que están respaldados por leyes y normas, por ejemplo, el que se sostiene con un trabajador o un proveedor, sino también a aquellos que se establecen de manera informal y que están sustentados en valores, creencias y expectativas que se comparten en la firma y que se conocen como cultura empresarial. Ese joven de 21 años se llamaba Ronald Coase, y por esa idea llamada costo de transacción ganó el Premio Nobel sesenta años después.