“El cielo es el límite” a menudo escuchamos como un estímulo pero sabemos que hay límites. De hecho, todo tiene límites, y hay también sus excepciones. Aparte de la estupidez, el egoísmo, la codicia y las ganas de aprender, que no tienen límites en el ser humano, existe una carga legal global impuesta, sumamente dañina para el medio ambiente, que tampoco tiene límites. Es el poder que “El Pueblo” de cualquier país asume que tiene sobre el medio ambiente dentro de las fronteras de su país. Esto es así porque la soberanía, la autoridad suprema sobre un territorio, reside en el Pueblo, que es básicamente lo que dicen o asumen todas las Constituciones de los países del mundo.
“El Pueblo” cree que por actuar en comunidad tiene un poder ilimitado sobre un territorio determinado, que incluye también el medio ambiente. En consecuencia, “El Pueblo” también considera que es libre de adoptar cualquier tipo de resolución independientemente de los efectos perjudiciales para o en su propio entorno ambiental, o entornos ambientales de otros países. “El Pueblo” y por ende el país, está exento y liberado, de acuerdo con el derecho internacional, de cualquier responsabilidad, sin obligación de rendir cuentas a ningún otro “Pueblo” ya que actúa dentro de un marco internacional legalmente aceptado. Esta creencia en el poder de El Pueblo sobre el medio ambiente, y que no es responsables de los daños que causan al medio ambiente, es lo que yo llamo “mala” soberanía.
¿Cuál es la solución?
La “mala” soberanía -la que es dañina para el medio ambiente- no debe simplemente ser rechazada. Hay que abolirla al quitarla totalmente de todas las Constituciones del mundo y ahora es cuando hay que hacerlo, una empresa difícil y compleja, pero si hay voluntad también hay camino. Piensa por un minuto cuáles son las alternativas de no hacerlo. El más importante: los efectos devastadores crecientes sobre el medio ambiente a medida que crecen la industria y la población. Por tanto, parece obvio que si se elimina la fuente del problema, la “mala” soberanía, el problema también se elimina. Las compensaciones monetarias no son una solución y no se puede devolver la vida a las personas una vez que se han ido.
Si esto parece alarmante, o la difusión de informes o rumores aterradores u ominosos, un medio estadoounidense catalogó como “una advertencia para el mundo” la reciente tormenta de nieve histórica sobre Texas en febrero pasado. Y un nuevo informe de la ONU insta a un cambio radical en la forma en que pensamos sobre la naturaleza.
El mundo debe aceptar que la imposición constitucional sobre el medio ambiente imperantes en el mundo actual (“la soberanía reside en el pueblo”) no torcerá el brazo de la naturaleza. El medio ambiente no cederá nunca a las necesidades particulares o capricho de las naciones ni de dictadores o déspotas. Entonces, dejemos de engañarnos: “El Pueblo” no está por encima del medio ambiente ni nunca lo estará.
Propongo que la afirmación “la soberanía reside en el pueblo” se modifique urgentemente por la frase siguente: “la soberanía reside en el Pueblo con excepción de la soberanía ambiental que solo reside en el medio ambiente“. A pesar de la simplicidad del cambio propuesto, su contenido marca la diferencia en términos de seguridad ambiental para el mundo actual, pero aún más para el mundo del futuro.
En sintonía con esta misma propuesta, un código unificado de leyes ambientales comunes debe ser universalmente aceptado para ser revisado solo después de transcurridos los períodos de tiempo a definir. Se trata de una propuesta de un compendio global coordinado y homogéneo de leyes ambientales escritas aceptadas por igual por todos los países que solo pueden ser modificadas o rechazadas en cada país siguiendo procedimientos constitucionales rigurosos y exigentes además de otras condiciones, como la aprobación previa de un número de países también. Muchas de estas leyes o proyectos de ley ya existen, pero surgirán otras dada la dinámica de las situaciones, pero la esencia es la misma. El punto es hacerlos iguales y aceptados por todos los países del mundo.
La propuesta también incluye los siguientes puntos:
- Ciudadanía ambiental global para todas las personas del mundo y que dicha ciudadanía sea reconocida y admitida en la Declaración Universal de Derechos Humanos, si aún no se ha hecho.
- Renombrar a las maravillas naturales, sitios y lugares del Patrimonio Mundial de la UNESCO como patrimonios que pertenecen al mundo, como, por ejemplo, la selva amazónica, el Vaticano o las glorias arquitectónicas musulmanas en Irán. Son legados para el mundo con todas las prerrogativas inherentes a su custodia y defensa.
- Usar la lucha por el medio ambiente como una ventaja adicional en una vía rápida para desalojar a los déspotas y el autoritarismo político
Erradicar la “mala” soberanía no significa arrastrar con ella a la “buena” soberanía, la que se percibe como beneficiosa y útil para las necesidades sociales de la sociedad mundial de naciones. La “buena” soberanía no sólo debe mantenerse y preservarse, sino que debe reafirmarse y alentarse. Es cierto que tenemos una dicotomía en el concepto de soberanía, pero eso no es infrecuente en otros campos del conocimiento como la ética, la filosofía y la psicología. En definitiva, el Poder Ambiental está por encima de los poderes legislativo, judicial y administrativo de cualquier país, ya sea una democracia o un autoritarismo.
Estoy convencido de que el COVID-19, el número creciente y los daños causados por los huracanes en el Atlántico y el Pacífico, el deshielo de los polos, incendios masivos y sequías son solo advertencias de algo ambientalmente peor por venir, perfectamente evitable si la sugerencia propuesta de erradicar la “mala” soberanía de las Constituciones del mundo es adoptada en todo el mundo.