Las preguntas que se imponen son varias: ¿A qué se debe esto? ¿Viene un estallido social? ¿Las acciones que emprenden los gobiernos, los líderes sociales, son suficientes? ¿Son eficientes, o sea, van a generar un nuevo orden? De los múltiples enfoques y complejos mecanismos sociales que están interactuando, quiero destacar que por un lado la desigualdad económica y por otro las barreras a la movilidad social y el desigual crecimiento demográfico parecen ser factores clave en esta efervescencia social.
Parece que los sistemas político, económico, financiero, moral, social y religioso de los países de occidente muestran señales de fractura y de desarticulación. Una cosa queda clara: el mundo del siglo XXI, para ser viable, tiene que distinto: o hay evolución o habrá revolución.
¿Cómo encaja y actúan las empresas en todo esto? ¿Los que estamos en la promoción e implantación de una gestión responsable, qué rol tenemos en todo esto?
En los pasados 80, 50 años, las empresas que queremos ir mejorando cada día con el enfoque de Responsabilidad Social Empresarial hemos hecho ciertas acciones ‘filantrópicas’ o ‘ambientales’, luego buscado y creado mecanismos para ir satisfaciendo necesidades y expectativas de nuestros grupos de interés. Algunos, en un nivel más avanzado, desarrollan códigos de ética y los valores a los cuales dicen que quieren sujetarse. Y, esperamos que muchos, buscan activamente la congruencia con dichos principios y valores en las nuevas circunstancias y abriendo los ojos a las prácticas que los contradicen.
Hoy todo el trabajo de esas empresas se ve exigido de nuevas acciones para colaborar en la evolución que las sociedades cada día más interconectadas requieren para ofrecer a los ciudadanos del mundo una plataforma de vida y de acceso al desarrollo, a una vida satisfactoria y en última instancia a una deseada armonía y paz.
Sin perspectivas apetecibles, sin esperanza cierta y sin un camino claro, las frustraciones de la población seguirán brotando y las convulsiones sociales incrementarán su impacto desordenado y constructivo.
¿Qué podemos hacer los empresarios? Desde luego, es fundamental seguir nuestro esfuerzo en la línea de mejores prácticas corporativas y más conciencia y congruencia con los principios éticos, pero tenemos que expandir nuestro campo de acción: salir de la empresa e involucrarnos activamente en la trasformación de los sistemas sociales y de las políticas que conforman la cultura de la sociedad.
De poco ayuda socialmente que una empresa se rehúse a dar una mordida si lo ‘normal’ es que ese sea el mecanismo para hacer negocio; de nada sirve para establecer un estado de derecho que se cumpla, si los ciudadanos no tenemos el menor respecto por la ley y la impunidad campea en más del 90% de los delitos; de nada sirve que suba el PIB, si la masa salarial no se incrementa y la riqueza sigue concentrándose en pocos; de nada sirve mejores resultados trimestrales, si los colaboradores, sobre todo de los grupos económicos inferiores, no mejoran su ingreso. Todos estos ejemplos tienen como factor común, la urgencia de cambio en los sistemas sociales imperantes.
Los empresarios y los grupos sociales hemos formado desde hace muchas décadas grupos, cámaras y asociaciones gremiales para defensa de los intereses del grupo. Es el momento de permear el pensamiento ético responsable fuera de las empresas y aprovechar esas organizaciones para analizar las prácticas del gremio o de los aspectos de la sociedad en los que se quiera incidir, o que se oponen a al desarrollo de los grupos marginados, o que aumentan la desigualdad, o favorecen las prácticas desleales y faltas de ética en la competencia.
En México, hay un impulso inicial propuesto por el Consejo Coordinador Empresarial, la Coparmex y los organismos cúpula empresariales a través de la promulgación del Código de Integridad y Ética Empresarial. Más nos vale que esto sea fruto de un compromiso serio por establecer una cultura de negocios ética y responsable, y de lograr el cambio en los procesos vitales de la sociedad. Si esto no se cumple, la sociedad lo demandará y las acusaciones de hipocresía revertirán lo que pudo ser un mecanismo transformador y una buena intensión en reclamaciones de diversas dimensiones. No queremos vivir en un México así.