Hace unos años tuve la oportunidad de codirigir un estudio que comparaba la situación del voluntariado corporativo en España y en América Latina y se percibían diferencias relevantes (en el foco o en el rol del sector público, por ejemplo) pero también importantes similitudes. Estos años que han transcurrido desde entonces, han servido para consolidar este tipo de voluntariado a ambos lados del Atlántico y para situar ambas regiones como los motores del voluntariado corporativo en el mundo. De hecho, muchos de los proyectos de voluntariado de las multinacionales españolas nacieron es América Latina, muestra del espíritu y la energía provenientes de los diversos países de América Latina.
En Iberoamérica encontramos proyectos de altísimo impacto, empresas y ONG con programas de voluntariado corporativo muy sólidos, universidades que están formando profesionales en este campo e iniciativas de trabajo en red que nos están permitiendo avanzar a un ritmo envidiable. Todo esto nos hace sentirnos muy optimistas en cuanto al futuro del voluntariado corporativo en la Región.
Sin embargo, en mi opinión, todavía hay un gran PERO que me gustaría destacar. Cualquier persona que lea algún manual sobre Voluntariado Corporativo, que asista a alguna conferencia o congreso o que escuche cualquier buena práctica de una empresa, lo primera que destacaría es la gran cantidad de beneficios que tiene el Voluntariado Corporativo.
Una larga relación de impactos positivos hacia la propia empresa (desarrollo de competencias, mejora del clima laboral, mejora de la comunicación interna, de la reputación…). Hacia las personas voluntarias (motivación, conocimiento de una nueva realidad, establecer lazos entre compañeros y compañeras…). Y hacia las ONG (mejora de procesos, acceso a recursos económicos, mayor difusión de lo que hace la ONG, más voluntarios…).
nos podrían hacer llegar a la reflexión de “con todos estos beneficios, ¿cómo es que no hay muchísimas más empresas que deciden invertir en este tipo de programas y cómo hay ONG que todavía no tienen claro el hecho de trabajar con voluntarios corporativos?”.
Mi opinión al respecto es sencilla: el Voluntariado Corporativo es capaz de producir grandes impactos (muchos aún por explotar) en empresas, empleados y sociedad, pero no es algo que se produzca de forma sencilla, ni sin llevar a cabo un ejercicio de planificación y estrategia importante. Esto, que parece tan lógico y comprensible, especialmente desde la óptica empresarial, es algo que, en la gran mayoría de programas de voluntariado, no se ha estado produciendo, al menos hasta ahora.
¿Cuántas empresas se han lanzado a poner en marcha acciones de voluntariado sin tener siquiera claro el para qué? ¿Cuántas empresas han puesto en marcha iniciativas de este estilo sin disponer de un presupuesto mínimo? ¿Cuántas lo han hecho sin tener claro qué es lo que sus empleados querían y lo que mejor podían aportar a la sociedad? ¿Cuántas sin capacitar adecuadamente a los profesionales que están coordinando este tipo de programas? ¿Cuántas sin tener un mínimo conocimiento del tercer sector? ¿Cuántas tienen un sistema de medición del impacto mínimamente aceptable?
Esto nos ha hecho ver programas de voluntariado cuyo impacto social ha sido mínimo, hecho que explica que haya ONG que sean reacias a “perder el tiempo” con este tipo de iniciativas, así como programas que no han sido capaces de enamorar a la plantilla, o de lograr saber realmente qué se ha consigo con los recursos (pocos o muchos) invertidos. Sin reflexionar acerca de este tipo de cuestiones, es muy difícil que un programa de Voluntariado Corporativo consiga su impacto potencial, que como anotaba al principio, puede ser realmente muy importante, tanto para la empresa como para la sociedad.
A modo de cierre una reflexión: lejos de desanimar con estas líneas, mi intención es animar a poner en marcha o relanzar programas de Voluntariado Corporativo. No es tan complejo si dedicamos el mismo nivel de exigencia y profesionalidad que exige una empresa para poner en marcha cualquier tipo de proyecto.