La irrupción del coronavirus en nuestras vidas y la necesidad de luchar contra él, representa, a no dudarlo, una situación crítica. Y, como en toda crisis, nos las tenemos que ver con riesgos de los que cubrirnos; con amenazas de las que deshacernos; y con peligros que conjurar. Ahora bien, junto a ese formidable debe, tampoco se debiera menospreciar, en el haber, lo que de reto y oportunidad trae consigo la circunstancia.
No se olvide que crisis las hay de muchos tipos y que, entre ellas, se ubican también las de crecimiento. ¿O es que no recordamos ya aquello de cuando, siendo niños, a veces nos veíamos obligados a guardar cama a resultas de algún pequeño trastorno y las madres nos decían: “no te preocupes; ya verás cómo eso es que vas a pegar un estirón”? Y, en efecto, si andamos finos y con la suficiente lucidez; si estamos dispuestos a hacer de la necesidad virtud, es seguro que, primero y más importante, evitemos que una situación como la que estamos padeciendo, innegablemente crítica, se torne en desesperada. Y en segundo término, habríamos vivido un proceso del que, muy seguramente, saldríamos reforzados como sociedad en muchos aspectos.
Es evidente que en este río revuelto siempre pueden aparecer quienes tiren la caña de forma torticera; quienes quieran pescar -votos, sobre todo- de manera demencial y manipuladora. Unos, ya sea con discursos apocalípticos y pseudo proféticas anticipaciones del Valle de Josafat; otros, echando a la calle a multitudes fanatizadas al grito de: “el gobierno juega con la salud pública y pone en riesgo nuestras vidas”, o cualquier otra consignilla de infeliz factura. Por fortuna, parece que, en esta ocasión, la sensatez de los grupos políticos que se encuentran en la oposición, facilitó la calma, el civismo, la colaboración con las autoridades y, en definitiva, una lealtad institucional que, a tenor de lo vivido en situaciones pretéritas, muchísimo menos importantes, no hubiera estado garantizado a priori, si el tablero político a escala nacional fuera distinto.
Porque, en efecto, más allá de aspectos tangenciales del asunto, el núcleo duro del mismo debiera estar muy claro. De lo que se trata es de ganarle, entre todos, la partida al COVID-19, poniendo todos los medios necesarios para salvar las vidas de quienes la contraigan.
En nuestras manos está que la situación no se convierta en desesperada. Para ello, como se dice, es necesario actuar con sensatez, hacerlo de manera coordinada y de forma responsable. Estamos, pues, ante una situación en la que, si algo puede acabar quedando claro, son los quilates de ciudadanía y de ética política que atesoramos como pueblo.
Tras un mes de confinamiento, y tratando de echar una mirada al horizonte, anticipando el estado de ánimo con que disponerse a trabajar “el día después”, a quien suscribe le quedan claras varias cosas. Quiere, en consecuencia, compartir con quien leyere las siguientes treinta tesis para una gestión mirando al futuro. Y, poner como colofón que las enmarque algunas otras consideraciones de un alcance más amplio.
Las treinta tesis van a quedar formuladas en los siguientes términos:
- El Estado tiene autoridad y poder suficiente como para limitar la capacidad de actuación y la libertad de maniobra de todos los agentes. Se entiende que lo hace para conseguir con éxito poner en marcha medidas drásticas y excepcionales, a partir de las cuales tratar de ordenar la vida social y económica.
- Esa legitimidad debiera estar siempre orientada al Bien Común y no a cualquier otro tipo de finalidades particulares o partidistas.
- La distinción conceptual entre Estado y Sociedad, en circunstancias tan excepcionales como las que vivimos, es cada vez más evidente: no todo lo pueden -¡ni lo deben!- hacer las administraciones públicas ni los organismos estatales. De hecho, ha quedado patente la capacidad de la sociedad para responder con agilidad y solvencia ante situaciones críticas.
- La Economía constituye un valor de gran peso, pero no es el de mayor ponderación. A la base de todo está la propia Vida y la Salud.
- Por eso, la sensatez personal, la prudencia política y el sentido común piden de consuno, primero, atacar las causas que nos trajeron a estas lamentables circunstancias.
- En paralelo, hay que poner los medios adecuados para evitar que persistan los riesgos para la salud y la vida.
- La lealtad institucional pide, por el momento, abstenerse de distraer la acción de coordinación ante la crisis, con ataques a la acción de gobierno, fundada en errores pasados, por obvios que resulten.
- Por el momento, es suficiente con velar para que las autoridades no tomen medidas injustas, ni desorbitadas, ni opacas, ni oportunistas. Para ello, se impone un control democrático por parte de los grupos de la oposición y de los medios; y un ejercicio de transparencia por parte del gobierno.
- La lealtad nacional exigirá, posteriormente, un verdadero ajuste de cuentas, tanto políticas, cuanto, si procediere, administrativas y penales, con respecto a las acciones cometidas o las omisiones más o menos temerarias que en su momento se hayan de valorar y enjuiciar.
- Vamos a necesitar esforzarnos mucho para superar la situación -vital, anímica, económica, política, social- en la que hayamos de acabar quedando, una vez hayamos llevado a efecto el balance y seamos capaces de computar los daños.
- Unos serán en pérdida de vidas humanas y, en este rubro, habrá que contabilizar con precisión el número de muertos producido para valorar convenientemente el asunto y, en su caso, sacar lecciones y tomar medidas que, de cara al futuro, impidan llegar a situaciones como la que estamos viviendo.
- Otros daños tendrán que ser reflejados en términos económicos. Sólo a partir de datos precisos se podrá estimar con solvencia por dónde habrían de ir las medidas de política económica que hubiera, en primer término, de evitar una recesión excesivamente grave en su alcance y profundidad.
- Desde un plan económico bien estructurado -a ser posible, a escala de la Unión Europea en su conjunto-, habría que implementar medidas técnicas que minimizaran el impacto de la recesión y que permitieran una recuperación de la actividad económica en el menor tiempo posible.
- Los principios que deberían orientar cualquier medida de política económica extraordinaria se pueden reducir a los siguientes: eficiencia, justicia, sensatez, prudencia, transparencia, trasparencia, transparencia y transparencia.
- Las empresas, por su parte, habrán debido constatar en el marco de la excepcionalidad que la crisis del coronavirus supone, varias circunstancias, que imponen algunas consideraciones para encarar el futuro con lucidez.
- Tres conceptos emergen con fuerza que la empresa y quienes las dirigen debieran considerar con criterio: la colaboración, de una parte; la mutua dependencia, de otra; y finalmente, la simbiosis, la realidad convivencial en que se despliega la acción de la empresa con respecto a otros agentes e instituciones.
- Sin colaboración, no puede haber empresa. Sin empresa, la sociedad fracasa y las administraciones resultan inoperantes. Pero, a su vez, la empresa, depende de la colaboración externa y de la legitimidad que le otorga la autoridad, a su vez, legítima. Y todos conviven, viven unos -junto a, con, para y de- los otros; y, en suman, sobreviven en común, de manera simbiótica.
- La coyuntura que vamos a vivir, causada por la gran crisis económica que se derivará de la emergencia que supone la lucha contra la pandemia corona-vírica, constituye una buena oportunidad para sacar conclusiones respecto a las tesis afirmadas en al número inmediatamente anterior (17).
- Ha debido quedar claro cómo la empresa forma parte de un entramado amplio que, estando fuera de ella misma -forman parte del entorno, lato sensu– es el que le da vida, el que le otorga viabilidad, el que le aporta la legitimación que le da carta de ciudadanía en el mercado, suministrándole, de paso, las condiciones que posibilitan el crecimiento y la expansión.
- Por lo demás, la empresa, constituye un agente social, desde la propia índole económica que ella representa, en sí misma considerada.
- La razón profunda de ser de la empresa, considerada como una organización económica, da frente a dos realidades, que coinciden en apuntar hacia la persona como clave de explicación y justificación.
- Los trabajadores y quienes, relacionados desde dentro o en órbitas propias de la institución, animan el organigrama y la estructura organizativa, son personas. Los clientes, socios, mediadores y distribuidores, proveedores… y competidores, son, al fin de la consideración, también personas.
- Unos y otros tienen sus propias agendas y expectativas que configuran sus proyectos vitales. Un aspecto esencial de todo ello, converge y se relaciona con la realidad institucional que la empresa constituye.
- La empresa, en consecuencia, es una realidad económica y social; que se halla enmarcada en un tejido institucional amplio. Dicho tejido es el que permite, facilita y favorece el desarrollo empresarial.
- Al mismo tiempo, la empresa, con su mera existencia en un mercado libre y competitivo está contribuyendo de manera directa e inmediata a articular el contexto social y a aportarle resiliencia al sistema.
- La sociedad depende en gran medida de la calidad, la capacidad de innovación económica y social, así como de la solvencia de las empresas que operan en su seno y que conforman el tejido industrial y de servicios de la propia sociedad.
- En función de cuál sea en nivel de vitalidad y energía de las empresas, la propia sociedad será más o menos rica y munificente; y estará en condiciones, mejores o peores, a la hora de favorecer el crecimiento económico, el progreso y el bienestar social; y, en definitiva, la consecución del desarrollo de las personas y de los pueblos.
- Pensando en cómo debiera enfrentarse la empresa ante las nuevas realidades que se hayan de derivar de la situación que estamos padeciendo y con vistas a encarar la acción propia con mentalidad adecuada, lo primero que habría que hacer sería tomar la determinación firme y perseverante de luchar con fortaleza por sobrevivir, garantizando en todo caso la viabilidad de la empresa.
- Es una ocasión privilegiada para replantearse aspectos clave que apuntan al corazón de la propia empresa. De un lado, el modelo de negocio en sí mismo. De otro, la manera más adecuada de organizar el trabajo. Por encima de todo, la forma en que se puede contribuir a la creación y a la aportación de valor en el grado máximo para la empresa, aportándolo para la sociedad en su conjunto.
- La empresa no sólo debiera preocuparse por llevar a efecto transacciones de calidad; sino, sobre todo, por establecer relaciones poderosas que faciliten impactos significativos en el entorno, en el contexto y en el sistema, en aras de un futuro compartido, en el que los agentes contribuyan al cuidado mutuo, desde una apuesta por la sostenibilidad.
Baste lo dicho en referencia a aspectos concretos de índole política, económica y especialmente, de gestión empresarial. Con todo, quisiera cerrar el círculo de estas reflexiones, enmarcando lo dicho con unas consideraciones de mayor radio conceptual, apuntando a algunas consideraciones de tipo ético.
Sin entrar a desarrollar por menudo ninguna de las afirmaciones que vayan a seguir a continuación, de manera conclusiva -al igual que tampoco desarrollábamos las treinta anteriores tesis-, quisiera dejar sentado lo siguiente: Que el mundo es muy pequeño y el destino de la humanidad, unitario, holístico. Por ello, parece que no hay salvación si decidimos aislarnos y desentendernos los unos de los otros. Esto ha debido de quedar bien claro.
Por ello, corolario de lo anterior es que los muros y los linderos, no tienen mucha razón de ser, en realidad. De hecho, poco significan cuando una pandemia -o cualquiera de las variaciones sobre el tema que se nos quiera aducir: cuando una fuga radiactiva, un desastre nuclear, un problema ecológico…-, cuando algo de ese calibre tiene lugar. Las fronteras sirven, a este respecto, para muy poco… más allá de para delimitar los territorios en los mapas de geografía política.
¿No habrá llegado el momento de empezar a considerar la posibilidad, remota aún, de sentar pre condiciones, a partir de las cuales tratar de consensuar un proceso de preconsulta con vistas a una conferencia de condiciones previas de posibilidad para que, a plazo medio, se convoque una conferencia cumbre de alto nivel, en cuyo orden del día figure como punto único el estudio preliminar para la identificación de las condiciones estructurales y el marco de aproximación objetivo desde el que intentar un posible preacuerdo, marco y global -es decir, a escala planetaria- donde se hubiera de repensar con sosiego el planteamiento de un orden un tanto distinto hacia una nueva realidad geoestratégica y una organización mundial mejor, es decir, más justa y sostenible, más humana?
A mí me parece que sí. Veremos a ver si nos decidimos, entre todos, a ello: a hacer que sea posible un modo nuevo y más sensato de organizarnos como especie humana y vulnerable, en un mundo finito y demasiado herido… donde se apueste por la ética y la Vida Buena, poniendo a los poderes en su sitio, bien embridados; y consiguiendo que los poderosos acaben situándose al servicio de la gente y del Bien Común.
¿Cómo hacerlo? No hay receta. Lo único seguro es que, solo no se va a hacer; y que no va a bajar ni Zeus Olímpico, ni Dios Padre a resolvernos el problema, sacándonos las castañas del fuego. Es tarea humana y tendremos que ser los hombres y las mujeres quienes nos pongamos manos a la obra. Con que hagamos lo que podamos, ya habremos hecho algo… Porque, otra cosa que ha debido quedar clara es que aquella especie de fantasía delirante de omnipotencia tecnológica, con la que tanto friki se llenaba la boca, también ha recibido una salutífera cura de humildad.
La realidad, en este sentido, nos sorprendió y, muy probablemente nos vaya a volver a sorprender -y, a no tardar- en el futuro. ¿Y si miráramos la situación vivida como un ensayo general para nuevos escenarios a los que -probablemente, y más bien pronto que tarde-, tuviéramos que enfrentarnos como especie humana en su conjunto?
Apostemos por lo mejor que tenemos: los valores, la libertad, la hermandad, la solidaridad, la dignidad, la ética, en suma, como cumbre y tarea de lo más genuino del espíritu humano.