La educación formal pasó de ser un privilegio de unos cuantos durante el porfiriato, a una realidad cotidiana para la mayoría de los mexicanos. Dado el crecimiento demográfico de esas décadas, esto supuso un crecimiento impresionante de la matrícula total del sistema educativo, de alrededor de un millón a más de 36 millones. Así, la cobertura en educación primaria es actualmente casi universal, pero conforme se avanza a otros niveles, la situación es cada vez menos favorable.
En educación media superior ya encontramos cifras alarmantes de cobertura y deserción, mientras que la educación superior está aún lejos de la tasa de cobertura de 50%. Ser indígena, vivir en una localidad rural, ser migrante o que la economía familiar te obligue a trabajar, son situaciones que hacen más probable que en algún momento quedes fuera de la escuela, según la misma autoridad educativa. Además, en todos esos casos, ser mujer aumenta todavía más esa probabilidad.
Ante este panorama, habría que lograr modificar las condiciones de exclusión económica, social y étnica en un sentido que trasciende al sistema educativo. Ahora bien, junto a los principios de equidad e inclusión, encontramos en nuestra política educativa también el de la pertinencia de la educación brindada. Este último podría incidir directamente en el logro de los primeros. Para ello propongo comprender la pertinencia en dos sentidos: por una parte, la pertinencia cultural de la educación básica; por la otra, el reposicionamiento social de la educación media superior y de la educación técnica.
Una educación que atienda la diversidad cultural en los niveles básicos ha sido una preocupación constante en México. Lamentablemente, en la práctica se limita a una atención diferenciada a la población indígena, que homogeniza falsamente a los millones de no-indígena. Tal falta de pertinencia cultural explica buena parte de los limitados resultados que se obtienen incluso cuando se completa un nivel de la educación formal.
En el otro sentido, ofrecer una educación media superior y técnica pertinentes supone lograr su valoración social sin quedar subordinadas a la educación superior. Distintos factores han provocado que, en el imaginario mexicano, la preparatoria sea sólo un requisito para entrar a la universidad sin fines formativos que sean valorados en sí mismos. Por ello, aunque la alta deserción en este nivel es condicionada por las variables socioeconómicas mencionadas, se ha encontrado también que algunos jóvenes la abandonan porque no le encuentran ningún interés.
Por su parte, la educación técnica superior ofrece alternativas educativas en las que la capacidad instalada es ostensiblemente subaprovechada. La sobrevaloración de la educación universitaria ha condenado a la educación técnica a ser considerada una formación de menor categoría o sólo una segunda opción.
La equidad e inclusión educativa es todavía un reto enorme para el gobierno mexicano, el sistema educativo y la sociedad en general. La posibilidad de éxito depende, en buena medida, de lograr sacudirse ideas que funcionaron en el pasado. Pero también de una actitud más crítica hacia los nuevos principios que orientan nuestra política educativa.