Durante ya casi 30 años, en más de un centenar de ocasiones he sido un expositor en diversos eventos y sobre todo en el CUFOSO, el Curso de Formación Social que imparte la USEM, por medio del cual buscamos despertar y nutrir las convicciones necesarias para gestionar las empresas más allá de los lineamientos furiosamente liberales y economicistas promovidos normalmente por las escuelas de negocios en todo el mundo.
En miles de rostros y ojos he buscado ese ámbito interno de buena voluntad y fraternidad que se encuentra muchas veces oculto y subyacente, abrumado por los estilos de vida contemporáneos.
Tengo que decir que sólo en tres personas, de miles, no he podido percibir esa chispa a la que quiero referirme en esta ocasión. Las tengo bien presentes y ojalá alguien haya podido llegar a ese fondo al cual yo no pude.
Muchas de las características parecen no ser innatas o por lo menos, no brillaban al inicio del proceso, sino que he visto cómo las fueron adquiriendo en su andar. Todos tenemos siempre la inacabable oportunidad de aprender, comprender, para luego modificar nuestras acciones y conductas (esto es lo más laborioso). Ésta es la gran, interesante, continua y divertida tarea de ser empresario: la conversión continua hacia un mejor modo de ser que repercuta en lograr una mejor empresa.
Incluyo en el título de este artículo el concepto de profeta porque creo que nos permite visualizar esa serie de rasgos que hemos visto en los empresarios que se aplican seriamente para conquistarlos.
De acuerdo con la Real Academia Española, profeta es la persona que, por señales o cálculos hechos previamente, conjetura y predice acontecimientos futuros.
Relevante en esta definición es esa capacidad de ver el futuro, de imaginarlo, de predecirlo con la fuerza que nace de la convicción de que la visión o comprensión de un nuevo ámbito de posibilidades tiene que venir el anuncio de lo que debe de pasar y de inmediato sigue la tarea de implementación.
Un empresario convencido de la Responsabilidad Social de su empresa tiene esta fuerza, para, contra viento y marea analizar continuamente el entorno y tomar decisiones iluminadas por la visión que ha moldeado, comunicar continuamente una visión y dedicarse a implementarla cueste lo que cueste.
Esta comunicación, que tiene muchos rasgos “profética”, tiene desde luego la vertiente de expresiones verbales, pero sobre todo tiene el imperativo de la congruencia: como quien dice aplica el sabio refrán, el pez por su boca muere.
El empresario RSE debe comportarse y tomar decisiones congruentes con lo que dice y lo que pregona. De no ser así cae de inmediato en el riesgo de ser un charlatán que pronto perderá toda credibilidad. Y un líder sin credibilidad es un pez fuera del agua.
Esta integridad es la “piedra de toque” que nos permite saber si estamos frente a un auténtico empresario socialmente responsable. Y no porque sea perfecto, sino porque se afana por ir mejorando en la implementación consciente y congruente de sus convicciones.
La historia dice que “la piedra de toque” se utilizaba para medir la pureza del oro. Se daba un roce a la joya o material que se quería analizar y dependiendo del color o tonalidad que dejaba en la superficie del objeto a analiza, se podía determinar el grado de pureza del material. Por extensión, también se les da ese nombre, “piedra de toque”, a las personas que nacen con capacidades especiales, quienes al “rozar” la vida de otras personas, generan reacciones que ponen en evidencia el material de que están hechas, sin que la esencia de la “piedra de toque” se vea afectada.
En síntesis: algunas características “proféticas” clave de los empresarios que trabajan para que su empresa sea responsable socialmente son: visión clara de un futuro a construir, comunicación permanente de esa visión y de cómo llegar a ella, congruencia entre sus decisiones y en su vida diaria, y vivirla hacia adentro y hacia afuera de la empresa en todos los ámbitos humanos en los que incide la empresa.