Asimismo, más del 90% de nuestras empresas tiene un serio problema con la informalidad en la gestión; en otras palabras, estas no saben administrarse de manera profesional… La solución ante estos problemas parece simple; sin embargo, tenemos que aprender a atender la raíz antes de cortar las hojas: la solución implica romper paradigmas culturales profundos.
A los mexicanos nos describen como personas ingeniosas y con mucha creatividad, prácticas por naturaleza, ágiles de actuación y pensamiento. En pocas palabras, somos buenos para improvisar cuando las cosas se complican. Estas características culturales nos han salvado de muchos aprietos y, en el ámbito empresarial, forman ya parte del ADN de nuestras organizaciones… sin embargo, estas características también limitan de manera dramática nuestro crecimiento: somos buenos para improvisar, pero muchas veces solo somos eso: unos improvisados. ¿Dónde está la profesionalización, la prevención, la planeación?
Y para sumar a este panorama desolador, hemos escuchado de boca de nuestros gobernantes, más de una vez, que la corrupción es un mal endémico de nuestra cultura, como si la tendencia a la trampa fuese una característica que forma parte de nuestro ADN. Sin embargo, somos muchos los connacionales que no aceptamos esta justificación —¿no será que es el león el que piensa que todos son de su condición?—. No es causa de orgullo que, en el ámbito internacional, se utilice el término “mexicanización” como un sinónimo de perversión, al referirse a la violencia y a los actos delictivos que afectan al país; o a las “mexicanadas” para aludir a actos como la trampa y la corrupción.
Para que México crezca, necesitamos trabajar en dos frentes. El primero tiene que ver con un tema personalísimo: un cambio de actitud. Debemos asumir un papel de colaboración, de solidaridad, de apoyo al prójimo. Necesitamos romper, de una vez y para siempre, con el estigma de los cangrejos mexicanos en la cubeta; y para hacerlo, necesitamos tendernos la mano.
Por supuesto, la solidaridad no es nuestro único tema pendiente: hay que trabajar mucho en la puntualidad y enfocarnos en los resultados, apostar por la educación y cultivar nuestra resiliencia y la de nuestros hijos. Debemos apuntalar nuestros proyectos, midiendo nuestras propias fuerzas y los recursos a nuestro alcance, y no permitir que las circunstancias —o la ausencia de ellas— posterguen o condicionen nuestros sueños.
El segundo frente es el empresarial. Para que las empresas crezcan de manera sostenible, debemos incentivar el espíritu emprendedor (pero no solo en nuestros jóvenes, porque emprender no es cuestión de edad). La nueva economía exige proyectos innovadores; debemos canalizar nuestro característico ingenio y nuestro pragmatismo para crear proyectos productivos, competitivos y sustentables. Para esto último, es de suma importancia institucionalizar nuestras empresas, estableciendo marcos de actuación profesionales que apuesten por la trascendencia. Esto creará un efecto multiplicador que contribuirá a la sostenibilidad de nuestra economía.
En la gestión empresarial, debemos trabajar siempre por mejorar las habilidades de cada uno de los integrantes de nuestro equipo de trabajo, para aumentar la competitividad y, en consecuencia, mejorar los resultados. Esto permitirá que, en cada uno de nuestros procesos de negocio, tengamos a una persona responsable, con el perfil exacto y la capacidad de ofrecer los resultados esperados
El trabajo para revertir estos estigmas no será tarea fácil, por supuesto, pero quitémonos de ilusiones fatalistas. La cultura mexicana es producto de la gente que la trabaja. Comencemos ese trabajo desde hoy, desde cada una de nuestras trincheras —nuestro núcleo familiar, nuestro círculo de influencia en la comunidad, etcétera—, convencidos de que nadie puede corromper o hacer santo a otro, sino que cada individuo es responsable de sus propios actos. Empecemos por nosotros mismos.