Cada 30 de marzo se conmemora el Día Mundial de Cero Residuos, iniciativa que nos invita a detenernos y reflexionar sobre una de las crisis ambientales más silenciosas pero devastadoras de nuestra era: la generación masiva de residuos. La urgencia de repensar nuestro modelo de producción y consumo es innegable debido a que vivimos en un mundo donde cada año se producen más de dos mil millones de toneladas de Residuos Sólidos Municipales (MSW), cantidad suficiente para rodear el planeta 25 veces en contenedores de transporte, o incluso ir hasta la luna y regresar.
Los residuos representan nuestra forma de vivir. Son la evidencia tangible de un sistema económico que, por décadas, ha privilegiado un modelo lineal basado en extraer, producir, consumir y desechar. Esta lógica nos ha llevado a una paradoja insostenible: mientras avanzamos en innovación y tecnología, retrocedemos en el equilibrio con el planeta que habitamos.
Frente a este panorama, la economía circular surge como una respuesta no solo ambiental, sino también económica y social. Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés), la implementación global de un modelo circular que desvincule el crecimiento económico de la generación de residuos podría generar un beneficio neto de más de 100,000 millones de dólares al año. No se trata solo de reducir o reciclar, sino de transformar completamente la manera en que concebimos los recursos, los productos y, sobre todo, los desechos.
La economía circular propone ver los residuos no como un fin, sino como el principio de nuevos ciclos productivos. Implica diseñar productos que duren más, que sean recuperables y reciclables; además de apostar por materiales biodegradables y procesos que minimicen el desperdicio desde su origen. Involucra también un cambio cultural profundo: entender que cada elección de consumo tiene un impacto y que la responsabilidad no recae únicamente en las industrias o los gobiernos, sino en cada uno de nosotros como ciudadanos del mundo.
En este desafío, el sector empresarial tiene un rol protagónico. Y es precisamente desde esa convicción que en Boehringer Ingelheim México hemos adoptado un modelo con el que reciclamos más del 90% de los residuos, y aquellos que se definen como ‘peligrosos’ tienen un manejo especial que evita que terminen en rellenos sanitarios.
Los residuos farmacéuticos son enviados a un proceso de reciclaje conocido como co-procesamiento, por lo que se incorporan al proceso de fabricación de cemento, y pertenecemos al Sistema Nacional de Gestión de Residuos de Envases y Medicamentos (SINGREM) para garantizar la correcta disposición final de los fármacos caducos y sus sobrantes en el hogar de los colaboradores.
Por otra parte, llevamos a cabo Ferias de Medio Ambiente a través de las cuales apoyamos a productores de Xochimilco, comunidad en la que operamos, y fomentamos alternativas de consumo sostenible, como la siembra orgánica y ecológica en las chinampas, mientras promovemos la autosuficiencia ambiental con talleres prácticos que acercan herramientas de cambio a nuestras comunidades. Asimismo, realizamos colectas de distintos tipos de residuos en las que participan nuestros colaboradores y sus familias como la de tapitas de plástico que se donan para apoyar tratamientos oncológicos en niños. Incluso, a través de la colecta de botellas pet, en alianza con Fundación VIEM hace algunos años construimos casas en Tetela del Volcán a partir de este material de desecho.
Dentro de las decisiones más disruptivas que hemos hecho en los últimos dos años es que, de manera global, nos hemos comprometido a producir, consumir y promover únicamente artículos promocionales de larga vida y cuyos materiales y procesos de fabricación cumplan con estándares eco ambientales internacionales. Por lo tanto, nos hemos olvidado de las miles de plumas, libretas, playeras y cualquier cantidad de mercancías que las empresas suelen usar en los múltiples eventos que se realizan.
Pero más allá de los logros individuales, la verdadera transformación requiere un esfuerzo colectivo y sostenido. Si bien es alentador ver que algunas industrias y comunidades han dado pasos firmes en esta dirección, la realidad es que el ritmo de acción global sigue siendo insuficiente frente a la magnitud del problema. A menudo, seguimos actuando como si los recursos fueran infinitos y como si el planeta tuviera capacidad ilimitada para absorber nuestros residuos.
La visión de un mundo sin residuos puede parecer utópica, pero cada día surgen nuevas tecnologías, modelos de negocio y prácticas sociales que la hacen más alcanzable. El ingenio humano está demostrando que es posible repensar el concepto de “residuo”.
El reto ahora es escalar estas soluciones, democratizarlas y convertirlas en la norma, no en la excepción. Esto implica políticas públicas audaces, incentivos económicos claros y una ciudadanía cada vez más informada y empoderada. Pero, sobre todo, requiere un cambio de mentalidad: dejar de ver los residuos como un problema ajeno y empezar a entenderlos como una oportunidad para rediseñar nuestro futuro.
En el Día Mundial de Cero Residuos, no solo debemos imaginar, sino trabajar por ese futuro donde la basura, tal como la conocemos, deje de existir. Un futuro en el que cada producto que usamos tenga un nuevo uso o destino, en el que cada recurso se aproveche al máximo y en el que vivir en equilibrio con el entorno sea una realidad cotidiana.
Porque al final del día, hablar de cero residuos es hablar de respeto: respeto por los recursos que la naturaleza nos ofrece, por las generaciones que vendrán y por la posibilidad de seguir habitando este planeta.
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