La magia de los estudiantes recae en algo que a los adultos se nos ha olvidado explotar de manera espontánea, ellos son esporas. Sólo hace falta mostrarles oportunidades, para que puedan desarrollar eso que nosotros llamamos creatividad y pasión. Tengo entre mis “muchachitos”: meseros, maestros novatos, bailarines de break, escaramuzas, skatos, raperos y hípsters. Cantantes de todo tipo, amantes de la vida y filósofos de una existencia que no pidieron tener, pero que defienden con dignidad juvenil. Son ellos, quienes desde hoy reclaman el mundo. Y señores el mundo es de ellos. ¿Se los otorgamos?
Hasta septiembre no los había conocido, ni ellos conocían a Ban Ki moon, tampoco tenían idea de lo que el número 17 representaría en su vida escolar. Ocurrió que de manera azarosa ocupé un sitio de la plantilla docente del Instituto Universitario del Centro de México, a quien poco mérito se le hace en la ciudad de San Luis Potosí, y a quien francamente yo no conocía como casa universitaria. Después de todo, cinco años fuera de la ciudad me habían orillado a dejar las aulas de manera categórica: planes, programas, horarios y currículos fueron para mí un renovado descubrimiento arqueológico.
En educación, se puede ser inmortal, todo es igual. Lamentable. Fue entonces que, de manera poco ortodoxa inicié con ellos un proceso que ha sido más bien un clavado en el que pocos han claudicado. Porque si bien es cierto, hace falta ser creativo e innovador, al alumno le gusta reposar en la banca, recibir y dar por hecho que el examen le salvará de todo mal porque así ha sido durante sus últimos nueve años de educación básica. Estudiar a última hora te salva. Recordemos que participar es sinónimo de la horca, el empalamiento o la denuncia pública. El primer mes ha sido una dura prueba para algunos y un viaje de aventura para muchos más. Herramientas virtuales como Facebook adquirieron un contrasentido.
Los celulares tan prohibidos en la clase se convirtieron en una verdadera herramienta de estudio; citando a Mario Alberto Loera Salazar, alumno de Pedagogía, cuando me dice en su autoevaluación “Aprendí a manejar las redes y no sólo a perder el tiempo con ellas”, me uno al reto del extensionismo tecnológico en las aulas. Me entristece, ver cuando los docentes no somos capaces de entablar una relación cordial con las formas de vida virtual y los momentos en los que las rechazamos. Y menciono que, si no somos capaces de intervenir en la inclusión de ciudadanías digitales, tampoco seremos capaces de establecer relación con el objetivo 9 de desarrollo sostenible; que nos muestra la necesidad comunitaria de construir infraestructuras resilientes e innovar en la industria.
Todo inició indagando sobre la Organización de las Naciones Unidas; de manera inmediata recordaron los desfiles del 24 de octubre y sus disfraces de preescolar de los países a representar. Después de ellos, la explicación de los objetivos, el significado de la palabra desarrollo sostenible y su conexión entre sí. Posteriormente, el pretexto: crear textos. El estímulo: videos, imágenes, artículos, preguntas todas. Pero como la institución no posee medios tecnológicos para hacerlo (ni siquiera tenía plumones), tuve que crear una plataforma virtual de referentes. Soy “community manager” de una página de Facebook en donde a través de sus móviles, tienen acceso a todos estos mensajes y pueden verlos y releerlos. Luego el reto: 200 palabras como mínimo, redacta tu opinión usando los 17 ODS/ONU. Por cierto, cualquiera puede entrar a ella y verlos en acción: opinando, debatiendo con el docente y entre ellos, creando sentido con los contenidos. Arrancar no fue fácil.
Hasta ahora han creado memes, tres maravillosos textos en los que hablan de productos o servicios que pueden generar felicidad en sus comunidades y sobre la explotación infantil, este último, tan genérico como humano. Temerle a la hoja en blanco ha sido el mejor de los retos. Ahora el salto será mayor, a través de un modelo básico de indagación crearán “mini proyectos sociales” que buscaremos aplicar en San Luis Potosí. Sin faltas de ortografía; sé que lo intentarán. Sin errores de redacción, estoy segura. Pero con alto sentido humano. Buscando ser Jóvenes Socialmente Responsables. Enseñar un modelo de escritura para mí siempre ha sido un reto divertido, porque me encanta crear en papel “origamis de ideas”.
Cuando escuché a Miguel Ángel Guerrero, alumno con discapacidad lingüística decir, que se sentía respetado porque los demás lo escuchaban sin burlarse. Ha sido el mejor aliciente del mes. Yo facilité el proceso, di las actividades, propicié debates y temas. Ellos mantuvieron el entorno. Eso para mí ha sido muy enriquecedor y me sirve para argumentar que un docente, especialista en corresponsabilidad corporativa cabe incluso en el corazón de un alumno de Psicología Clínica.