Ban Ki-moon, actual secretario general de Naciones Unidas, afirmaba hace unas semanas en una reunión de la OCDE que éste es el año más importante de Naciones Unidas desde su fundación. A lo largo de 2015 hay previstas tres importantes citas que pueden dar un giro a los temas que más preocupan a la humanidad: la pobreza, la desigualdad y el cambio climático.
Hace unos días se cerraba la primera de esas citas: la cumbre sobre Financiación para el Desarrollo celebrada en Addis Abeba, capital de Etiopía, uno de los países más azotados por el hambre y la pobreza. Era una reunión histórica. Por primera vez se ha discutido cómo financiar el desarrollo sostenible antes de fijar los objetivos que se quieren alcanzar. Algo absolutamente lógico, pero que no había ocurrido antes (la primera Cumbre sobre Financiación al Desarrollo celebrada en Monterrey se realizó dos años después de fijar los Objetivos de Desarrollo del Milenio).
Desgraciadamente el resultado de esta Cumbre urge a la comunidad internacional (los 193 países representados en Naciones Unidas) a demostrar una mayor voluntad de consenso y a resolver de forma más rápida los problemas que acucian a buena parte de (sino toda) la población mundial si no queremos recordar 2015 como un año más que perdimos para reconducir las políticas mundiales que nos están llevando a un callejón sin salida.
En general, ha sido fácil llegar a acuerdos cuando no se comprometía un cambio del sistema económico o político ni se alteraba la supremacía de unos bloques de países frente a otros (con la transferencia de tecnología, por ejemplo), pero en cambio ha habido grandes resistencias en aquellos puntos donde se cuestionaban las relaciones de poder. En concreto:
1. Una de las propuestas que muchos países y buena parte de las organizaciones de la sociedad civil trajimos a esta Cumbre fue la creación de un cuerpo intergubernamental en materia impositiva capaz de luchar de manera efectiva contra los abusos fiscales de las multinacionales. Cuando estas grandes empresas eluden el pago de impuestos allí donde ocurre su actividad económica y lo trasladan a aquellos países donde la tributación es más baja están detrayendo recursos que deberían ser utilizados para la protección social de sus ciudadanos.
El premio nobel Joseph Stiglitz afirmaba durante la cumbre que el sistema impositivo está diseñado para la elusión fiscal. Esto supone detraer más de 200.000 millones de dólares anuales que podrían ser dedicados a la educación y la sanidad de toda la población de África. El G77 (que agrupa a los 134 países en vías desarrollo) hizo bandera de ello, pero tanto Estados Unidos como la UE (capitaneada por los británicos) pusieron todos los impedimentos posibles para que fructificara. Finalmente accedieron al impulso de un pequeño grupo de expertos internacionales sin un mandato claro y que ya existía al que le han pedido que se reúna más a menudo. Claramente insuficiente.
2. Otra propuesta fundamental fue definir los mecanismos adecuados para que se cumpla el compromiso que alcanzaron todos los países hace casi 40 años de destinar el 0,7% del PIB a la ayuda oficial al desarrollo. Esto debería suponer un flujo de 400.000 millones de dólares al año cuando en realidad llegan actualmente 130.000 millones y algunos países, España entre ellos, se alejan de esa cifra cada vez más. Aquí el compromiso por parte de la UE ha sido incluso menos que ligero: se ha vuelto a remitir al compromiso ya adquirido en Monterrey de alcanzar el 0,7% aplazando su cumplimiento al año 2030. Lograr una meta en 50 años, dejando en la pobreza a generaciones enteras no es un compromiso del que debamos sentirnos orgullosos, desde luego.
Finalmente, esta Cumbre también ha tenido aspectos bastante más positivos: se ha evidenciado una nueva era en las negociaciones internacionales. Por primera vez el G77 ha mantenido una postura de consenso hasta el final de las negociaciones evitando las negociaciones bilaterales en las que siempre acababan predominando los intereses de los grandes bloques. Algo ha cambiado y todo parece indicar que se empiezan a ver los resultados de un nuevo equilibrio internacional con mayor peso por parte de países como Sudáfrica o Brasil.
También se ha reconocido el rol que deben jugar las organizaciones de la sociedad civil. Altos responsables del Banco Mundial o del Tesoro estadounidense reconocían que algunos de estos temas se habrían caído de la agenda si no hubieran habido algunas organizaciones canalizando la presión de los ciudadanos por hacer las cosas de una forma diferente.
Queda mucho trabajo por hacer. Pero las lecciones aprendidas para el resto de Cumbres de este año son claras: lasociedad civil es la que va a hacer posible que este año realmente suponga un cambio en las vidas de los 7.000 millones de personas que habitamos este planeta. No podemos desfallecer. Ahora no.