Pero tengo también, desgraciadamente, una mala noticia: en 2016 está marcha hacia el hambre cero, cuya línea de llegada ha sido marcada para 2030, ha ralentizado el paso.
Lo cierto es que 2016 está siendo un año difícil. No me refiero a la crisis financiera internacional, ni a la parálisis política española. Pienso en los más de 15 conflictos que hay en este momento sobre el planeta o en el récord de refugiados y desplazados que acabamos de batir (65,3 millones de desplazados y 21,3 millones de refugiados, el mayor número desde la Segunda Guerra Mundial). Pienso también en los impactos de los cambios climáticos, que han desencadenado una serie de sequías y otros desastres naturales en países que poco o nada tienen que ver con la generación de gases de efecto invernadero.
Los conflictos generan hambre. Provocan la huida de miles de personas, que huyen con lo puesto y que necesitan alimentarse lejos de sus hogares y sus medios de vida. Las guerras hacen que las cosechas se abandonen sin recoger, o que los campos no puedan sembrarse, destruyen las redes de suministro de agua, interrumpen mercados y cadenas de producción. La violencia dificulta el acceso de la ayuda humanitaria a los niños, mujeres y hombres que la necesitan. La más conocida, la de Siria, ha provocado el éxodo de casi cinco millones de refugiados a los países vecinos. Otros tantos siguen dentro del país en zonas de difícil acceso para la ayuda, muchos sitiados por las armas. La irrupción de grupos yihadistas en otros lugares como Irak , el norte de áfrica, Nigeria… y la perpetuación de otros conflictos enquistados como los de Sudán del Sur, República Centroafricana o Filipinas están poniendo en peligro los avances hacia la eliminación de todas las formas de hambre en estos países.
Paralelamente, los cambios climáticos están dificultando el reto que para la agricultura supone aumentar a una población creciente. El desierto avanza en Sahel, epicentro del hambre. Este ha tenido lugar el peor episodio de El Niño de los últimos 50 años, que ha desencadenado una enorme sequía en lugares del mundo tan distantes como Malawi o el Corredor seco de Centroamérica.
Cierro con otra buena noticia: somos (seguimos siendo) la generación que puede acabar con el hambre. En los tres últimos años hemos doblado el acceso al tratamiento nutricional de los menores de cinco años con desnutrición aguda. Y seguimos trabajando para remover todos los obstáculos que 2016 nos ha puesto en el camino. En cuanto al cambio climático, apostamos por programas y proyectos que promueven la resiliencia de la población para hacerles frente. En cuanto a las guerras, además de abogar por las soluciones políticas que pueden ponerles fin y por los principios humanitarios que salvaguardan a la población civil del uso del hambre como un arma de guerra, aliviamos el sufrimiento de la población a través de la ayuda humanitaria.
Son dos movimientos de enorme envergadura para los que necesitamos el apoyo de gobiernos, ciudadanos y también del sector privado. Para quitar palos en las ruedas de un carro que ya no va a pararse hasta 2030.