El concepto de sostenibilidad ha echado raíces. Las buenas prácticas ambientales y sociales cada vez resuenan más en nuestra realidad y, pese a la volatilidad que caracteriza el escenario internacional, la conciencia sobre su importancia está cada vez más arraigada. Aunque su avance pueda verse afectado por retrocesos y fluctuaciones en el panorama global respecto a las energías renovables y los combustibles fósiles, el camino recorrido constituye una base sólida sobre la que seguir avanzando.
Hoy, el compromiso con un desarrollo equilibrado no es solo una opción, sino un principio que trasciende fronteras y coyunturas políticas, consolidándose como una necesidad ineludible que moldea el futuro y cuya permanencia resulta irreversible.
Un ejemplo destacado de esta tendencia creciente es el aeropuerto de Roma Fiumicino, que ahora cuenta con la mayor instalación fotovoltaica de autoconsumo construida en un aeropuerto europeo y una de las más grandes del mundo. Esta inauguración reciente ha marcado un gran hito en el sector aeroportuario, ya que promueve la electrificación de sus instalaciones, fortaleciendo el equilibrio entre el progreso y la protección ambiental.
En el ámbito de las energías renovables, la planificación y ejecución de los proyectos está estrechamente ligada a conceptos como la biodiversidad o el impacto social. En este sentido, un modelo que está ganando mucho protagonismo es la agrivoltaica, una estrategia que combina el aprovechamiento energético con la optimización de los recursos del suelo, llegando incluso a mejorar las condiciones de los terrenos y a dinamizar la economía de la zona. Un buen ejemplo de esta práctica es la combinación de energías renovables y cultivos de viñedo: además de la generación de energía limpia, la instalación de sistemas fotovoltaicos permite que la sombra proyectada por los paneles proteja los viñedos de la radiación solar en las horas más intensas y ayuda a mantener la humedad del suelo, reduciendo significativamente la necesidad de riego.
Para garantizar el éxito de estos proyectos, sin embargo, es fundamental lograr una amplia aceptación social en el territorio. ¿Y cómo se consigue? En gran medida, promoviendo un diálogo constante con las comunidades locales y fomentando su participación activa desde las fases iniciales de la planificación. Se requiere un enfoque integral que contemple distintas formas de ayudar a las comunidades y a su bienestar. Ejemplos de prácticas muy favorables son mejoras en infraestructuras, desarrollo de nuevos servicios, implementación de programas de formación para la mano de obra local y la creación de sinergias con otras actividades económicas, como la agricultura y la ganadería.
Por otro lado, la creciente exigencia de transparencia por parte de la sociedad está impulsando a las empresas a comunicar de manera más clara y verificable sus prácticas, objetivos y resultados. Además del cumplimiento normativo y de la obtención de certificaciones, la rendición de cuentas se ha convertido en un factor estratégico clave. Prueba de ello es la nueva normativa de la Unión Europea que prohíbe el uso de alegaciones medioambientales engañosas, más conocido como “greenwashing”. También es crucial establecer estrategias de comunicación locales y favorecer un flujo de información continuo, bidireccional y constructivo.
En paralelo, la demanda de profesionales especializados en sostenibilidad, energías renovables, economía circular y tecnología climática, incluso en altos puestos directivos, está en pleno auge. Según un informe de la International Labour Organization, la Comisión Europea prevé la creación de 18 millones de empleos verdes a nivel mundial para 2030, reflejando la importancia creciente de estas competencias. Otro aspecto muy positivo es que este fenómeno no solo afecta a sectores y profesionales tradicionalmente vinculados al medio ambiente, sino que se está extendiendo a múltiples disciplinas, impulsando la adopción de herramientas y conocimientos orientados a mejorar las prácticas sostenibles en diversas áreas de actividad.
Asimismo, el auge de la «inversión de impacto» es una tendencia que está redefiniendo las estrategias empresariales actuales. Cada vez más compañías destinan recursos a iniciativas con un impacto social y ambiental medible, además de generar beneficios financieros. En otras palabras, lo que antes se percibía como una obligación o un esfuerzo, ahora se concibe como una oportunidad de transformación y una ventaja competitiva que fortalece la sostenibilidad económica y reputacional de las empresas.
Nos encontramos, en definitiva, ante un cambio de paradigma que avanza de manera imparable, transformando profundamente nuestra forma de vivir y de trabajar. Apostar por la sostenibilidad no es solo una opción estratégica, sino una apuesta claramente ganadora que nos beneficia a todos, y cuyos resultados ya son palpables, tanto a nivel ambiental, social como empresarial.
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