Vivimos en una era compleja, basada en la inmediatez y simultaneidad, y con tantos actores, acontecimientos y novedades que se hace complicado entablar relaciones enriquecedoras y efectivas que no se vean afectadas por el ruido o, incluso peor, las palabras vacías.
Actuar conjuntamente con el fin de tener un mayor impacto social positivo, promover transformaciones que protejan los entornos ambientales o seguir la hoja de ruta global de la sostenibilidad, como es la Agenda 2030 y sus 17 ODS, son metas que, aunque son pocos los que renieguen de ellas, no siempre resulta sencillo encontrar el ‘cómo’ y el ‘cuándo’ para conseguirlas. Y, por supuesto, tan fundamental como esto resulta el ‘con quién’ porque pocas cosas -por no decir ninguna- hacemos estrictamente en solitario. Sobre todo cuando se busca un fin común tan ambicioso
Esto ya lo entendieron las empresas, que fueron pioneras a finales de los años 80 y principios de los 90 cuando incorporaron en sus entornos empresariales los primeros proyectos para la protección ambiental. El Informe “Nuestro futuro común” (más conocido como informe “Brundtland”) y la Cumbre de Río de 1992 marcaron el punto de inflexión para que las empresas comenzaran a entender sus impactos y su implicación con el medioambiente y, por extensión, con la calidad de vida y el bienestar humano en el Planeta.
Y así podríamos decir que empezó una cadena que implicaba a muchos ‘con quién’, porque la creciente responsabilidad ambiental no podría recaer únicamente en uno de los agentes de la sociedad, el compromiso con la sostenibilidad ambiental no solo había de formar parte de las empresas, sino tenía que impregnar a toda la sociedad. Se tenían que generar, necesariamente, alianzas para el diálogo y la acción.
En la década de los 90, en plena transformación cultural sobre nuestros impactos ambientales, comenzaron a abordarse temas tan arraigados hoy día en la sociedad como la separación y gestión de residuos para su reciclaje, dando lugar a organizaciones como Ecoembes que, ya entonces, empezó a entablar diálogo con todos aquellos agentes que, de una forma u otra, también formarían parte de esa nueva cadena que sería el reciclaje de envases. Tal vez por eso, el reciclaje sea hoy día uno de los hábitos más consolidados entre las empresas, las administraciones públicas y la ciudadanía, siendo ya 38 millones los españoles que declaran hacer este gesto a diario.
Precisamente, el símil de la cadena es muy apropiado para explicar la forma de trabajo que adoptamos hace más de dos décadas en Ecoembes, porque engarza a múltiples actores en el proceso de separar y reciclar los residuos de envases domésticos, siendo además uno de los ejemplos más veteranos de alianza público-privada.
Así, este proceso aúna la responsabilidad de las empresas que ponen envases en el mercado y que se hacen cargo de su correcta gestión, las que también aplican medidas de ecodiseño para hacerlos más sostenibles; a las administraciones a todos los niveles, encargadas de ofrecer y ejercer el servicio esencial de recogida y reciclado de residuos y; cómo no, los ciudadanos y sociedad civil, que son quienes permiten que el ciclo se complete separando sus residuos allí donde se encuentren, ya sea en sus hogares o en cualquier otro espacio donde pasen su tiempo.
Una cadena puede ser lineal o, por el contrario, enlazar sus dos extremos formando un círculo. Si has llegado hasta aquí, habrás sacado la conclusión de que el reciclaje de envases es del segundo tipo: una cadena donde se da una conversación constante y multidireccional entre todos los eslabones con el propósito común de la circularidad.
Cada uno, cierto es, con su responsabilidad y con sus ‘cómo’, pero todos ellos componen una alianza que trabaja en todas las direcciones porque, aunque cada uno tiene su responsabilidad, todos tenemos el objetivo común de afrontar los retos ambientales que tenemos por delante.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Plan Sumamos.