Actualmente nos encontramos con una sociedad “descreída”, en un escenario de desafección ciudadana que también afecta a nuestros colaboradores. Este contexto nos lleva a un peligroso escenario de ruptura del contrato “emocional” entre el empleado y su empresa. Estar presente en la oficina no es sinónimo de hacer. Y, desde luego, son tiempos que requieren que las cosas sucedan.
Otro reto formidable es el cambio generacional en las compañías. El desafío de gestionar y atraer el talento Millennial. Los directivos Baby Boomer debemos aprender que sus prioridades, sus valores y sus motivaciones son muy diferentes a las nuestras. Pero no solo eso, también su aproximación al trabajo, segmento en el que el manejo de lo emocional resulta clave. Nuestros jóvenes quieren adherirse a proyectos en los que creen. En ese sentido, los estudios son taxativos y la tendencia muy clara: las empresas comprometidas son más atractivas para las nuevas generaciones.
En este entorno de necesidad de implicar al equipo y remar todos en la misma dirección, contar con robustas maquinarias de comunicación interna, impulsadas por el equipo directivo, resulta imprescindible. También como pilar fundamental para un negocio responsable, convirtiéndose en el sistema nervioso de la organización que suma a los colaboradores en el proyecto: explicando, escuchando, e involucrando.
Leí recientemente al exitoso emprendedor Anxo Pérez, que el siglo XXI no tiene un problema de grandes ideas, sino de seguidores de las mismas. Los proyectos empresariales o cuentan con “followers” internos, o nunca alcanzarán el éxito. No hay vinculación sin implicación del equipo en la gestión responsable de la compañía. La responsabilidad social empresarial es un poderoso motor de engagement interno, en ocasiones desaprovechado.
Uno de los frenos radica en que seguimos planeando “la RSE” como compartimentos estancos, modelo cada vez más obsoleto en un entorno digital que requiere empresas “líquidas” y funciones transversales. La RSE debe entenderse como materialización de una creencia y unos valores corporativos, además de una palanca de éxito empresarial si se gestiona con determinación, integración, consistencia y compromiso.
En este punto es donde una correcta estrategia de comunicación interna, basada principalmente en tres factores, es fundamental para transmitir al equipo estos valores responsables y el reflejo de los principios en la gestión del día a día.
Como primer requisito, la comunicación del compromiso ha de construirse desde una aproximación medular y no epidérmica. Debemos hablar de lo que importa al empleado, evitando términos teóricos, siglas, etiquetas y debates semánticos sobre gestión responsable irrelevantes para nuestra gente. El diálogo debe implicar al equipo, que será quien se crea el proyecto, lo interiorice y, por ende, se convierta en embajador convencido ante la sociedad.
Un segundo factor será la implicación del equipo en todo el proceso, desde la definición de esos valores hasta el desarrollo de los comportamientos e iniciativas orientadas a la cadena de valor. ¿Cómo hacerlo? Desde la vivencia: impulsando la participación, formando grupos horizontales y diversos, incluyendo a los directivos e identificando y apoyando a los líderes internos como catalizadores de los proyectos de gestión responsable.
Por último, me gustaría resaltar que en comunicación el “cómo” es tan importante como el “qué”. Una estrategia de comunicación eficaz requiere diseñar herramientas impactantes y atractivas. Poner en juego las técnicas de relato e impacto que hoy funcionan y que tienen mucho que ver con la sencillez, lo audiovisual y el entorno digital, permite crear los necesarios entornos de colaboración y co-creación.
No tengo duda que queda mucho por hacer, pero en veinte años trabajando por la comunicación de las organizaciones, he constatado que, si se aplica bien la ecuación, la magia en los equipos ocurre: SABER-SENTIR-HACER. Debemos incorporar un nuevo paso: TRASCENDER. Reforcemos el orgullo de pertenencia y convirtamos a los colaboradores en los más genuinos portavoces de los valores de la compañía y de la marca. Porque quien cree, se implica. Soplan vientos de cambio y empiezan a pasar cosas muy interesantes en algunas organizaciones. Y esto se consigue, con (buena) comunicación. Porque comunicar no es informar, tiene mucho más que ver con involucrar.