Sin duda uno de los pocos aspectos positivos que ha tenido la crisis económica en España es que ha desencadenado una ola de innovación y emprendimiento sin precedentes en España.
Un fenómeno cuyos resultados, aunque aún estemos lejos de poder analizarlos en toda su amplitud por la falta de perspectiva temporal, han puesto de relieve que la capacidad de regeneración y modernización del tejido empresarial reside en su base. Y lo hace, tanto en los sectores tradicionales como en las nuevas actividades antes inconcebibles que han venido de la mano de la revolución digital.
Se han creado nuevos empleos y empleos distintos, modelos de negocio adaptables, ágiles, en los que lo tradicional ha incorporado la tecnología y la ha mejorado. Hoy se externaliza la innovación en pequeñas estructuras y el desarrollo del talento se produce fuera de las grandes corporaciones bajo el sello del autónomo emprendedor.
La responsabilidad social no ha sido una excepción. Emprender en lo social ha generado de alguna forma un retorno a la creación de valor por parte del individuo/emprendedor y no sólo de las empresas y corporaciones. Y lo ha hecho porque la tecnología y las redes hoy nos permiten colectivizar las acciones individuales, medirlas, sincronizarlas y comunicarlas para crear un enorme impacto social.
En esta sentido las nuevas tecnologías, no sólo tienen como objeto la promoción de comportamientos socialmente responsables a través del diseño de herramientas de fácil uso que permiten al usuario optar por dichas conductas. Ejemplos de ello, todo aquello relacionado con el consumo de energía y movilidad sostenible. Sino también porque son capaces de conformar una herramienta directa de participación de los ciudadanos en distintas estrategias sociales mediante la conformación de redes que superan los tiempos y lugares que antes eran necesarios para coordinar dichas acciones.
Hay que recordar, que durante mucho tiempo el papel del empresario o emprendedor como individuo ha sido obviado en las diferentes iniciativas y acciones desarrolladas en torno a la responsabilidad social. Durante el siglo XX y hasta ahora hemos dejado a un lado al empresario para centrarnos en la empresa, en la corporación, preferentemente industrial y de gran tamaño, como ente responsable y colectivo en su acción social.
Y si bien, es evidente que dicho progreso ha tenido efectos muy positivos en la interiorización por parte de las organizaciones de las conductas socialmente responsables, lo cierto es que olvidar al empresario individuo o individual como tal, también ha tenido efectos menos positivos. La responsabilidad social, o siendo más precisa, su medición, divulgación y “rentabilización”, ha estado lejos del alcance del 99,8% de nuestro tejido empresarial, PYMES y autónomos.
La “democratización” de la responsabilidad social ha surgido como uno de los principales objetos de desarrollo de los emprendedores en innovación social. Y ello, a su vez se ha convertido en una de las áreas más fructíferas de emprendimiento de los últimos años. Este hecho está directamente relacionado con la entrada de miles de jóvenes en el sector de los autónomos y el emprendimiento con una conciencia social muy distinta de la que tenían las generaciones previas.
Es esencial seguir insistiendo en este hecho por vía de la educación, la sensibilización de las generaciones más jóvenes y la eliminación de prejuicios en cuanto a que la innovación es un término exclusivamente relacionado a la ciencia y la tecnología como productos y no como medios. Se puede innovar y emprender en lo social, y además es absolutamente necesario.
Llevamos muchos años reclamando el reconocimiento del emprendimiento como una de las formas más efectivas de transformación de las sociedades hacia un modelo más sostenible e inclusivo y lo es aún más cuando su actividad principal es la creación de valor social.