El relacionar conceptos como la RSC, con una trayectoria ya más que consolidada, con otro que está en plena efervescencia como es el de emprendimiento social, puede ser muy atrevido. Por eso avisamos al lector de que quién escribe lo hace desde la buena fe y tratando de aportar al debate parte de sus humildes conocimientos adquiridos a través de la colaboración con entidades como el Observatorio de la RSC por un lado, y por otro con el devenir de mis propias investigaciones que me llevarán algún día, esperamos que más pronto que tarde, a publicar mi tesis doctoral sobre emprendimiento social dentro del marco de la Cátedra de Ética económica y Empresarial de la Universidad Pontificia Comillas (ICADE) en Madrid. Podemos pensar que el potencial desarrollo de dinámicas e iniciativas en el campo del social entrepreneurship en los últimos años tiene como hito los sucesivos avances en la implantación de políticas de RSC en las empresas. Este proceso ha tenido su propia evolución desde que comenzó. En un primer momento resolviendo situaciones que generaban impactos negativos en relación sobre todo a los outputs, como puedan serlo el tema medioambiental, conciliación laboral o transparencia. Hoy día, la RSC no se entiende como un departamento ad hoc, más bien se trata de una identidad trasversal, una forma de entender la gestión integral y sobre todo un diálogo de encuentro entre stakeholders. Más aún, las TiC y la conciencia social de un mundo global pueden haber influido en la búsqueda de soluciones también globales desde un punto de vista empresarial. Esta nueva “raza” de empresarios con conciencia entienden que la empresa no sólo debe ser responsable de los impactos y actividades sino que en su cuenta de resultados aparecen en equilibrio y al mismo nivel de importancia el objetivo social y económico.
El hecho de que muchas de las grandes empresas del Ibex-35 y las más prestigiosas escuelas de negocios estén cooperando con proyectos de apoyo a emprendedores sociales, dice mucho de las que serán tendencias de futuro. Estas iniciativas van acordes al modo de entender la nueva RSC en tanto en cuanto van alineadas con el propio modelo de negocio de la empresa. Las grandes corporaciones que dedicaban parte de sus beneficios a filantropía y a financiar entidades no lucrativas han reducido estas prácticas de forma considerable debido a la crisis económica y por la falta de transparencia de muchas de aquellas organizaciones. Han entendido que más bien hay que pasar de un concepto de donación a uno de inversión socialmente responsable porque el impacto social se multiplica y la relación que se establece entre la empresa y la receptora de la inversión es mucho más estrecha, pudiendo incluso compartir know how, métodos de gestión de personas y tal vez clientes. Compañías de referencia mundial en la gestión de la innovación como Google, crearon todo un sistema transversal de trabajo para fomentar el intraemprendimiento como una manera de generar spin-off. Hoy sabemos que productos como Google Maps o Google Docs, fueron adquiridas a emprendedores externos a la firma. Este dato nos está hablando de la forma en la que se generan los productos de innovación. Los expertos en creatividad y talento han intentado mostrar cuál es el medio ideal para que se produzcan grandes ideas y se lleven a la práctica. Ellos nos han ayudado a entender cómo los procesos de construcción creativa surgen de personas que no necesariamente tienen que estar inmersos en ecosistemas afines como Silicon Valley o dentro de Google, sino que es en un pequeño taller o en un departamento universitario donde las ideas fluyen y toman forma de manera real. Esto explica que las grandes empresas salgan fuera de sus ámbitos de actuación y busquen el talento y la creatividad emprendedora en centros de coworking o universidades. Más aún, buscan a emprendedores sociales porque son capaces de detectar las necesidades y problemas que son a su vez oportunidades de negocio. Por poner algún ejemplo, el compromiso de algunas entidades financieras con su entorno y las sociedades más desfavorecidas ha hecho medrar la inversión dentro de sus políticas de RSC a productos tan interesantes como los microcréditos en países en vías de desarrollo. Estos microcréditos se ofertan a personas perjudicadas por la pobreza que encuentran el capital semilla necesario para conseguir el autoempleo o cubrir alguna necesidad básica. A su vez, la entidad bancaria entra en un nuevo mercado con grandes tasas de crecimiento, que ella mismo potencia, con previsión de futuro (nos referimos sobre todo a los llamados países Brics).
Por tanto, la empresa social y las políticas de RSC parece que van muy de la mano. Incluso el pasado 26 de enero en el famoso Foro de Davos, se trataron estos temas desde el punto de vista de la relación entre la medición de impactos y la toma de decisiones por parte de la ejecutiva. Las organizaciones del sector de la economía social como las empresas de inserción o las cooperativas han sabido afrontar mejor la crisis económica porque han mantenido constantes sus tasas de crecimiento en base a unos objetivos de valor compartido. Uno de los grandes retos para la empresa social hoy día es el tema de la financiación y aquí es donde puede alinearse, como hemos visto con algunos ejemplos, y en esta línea se centra un reciente artículo de la Harvard Business Review.
En conclusión, vemos cómo estamos en un punto de inflexión bastante importante. Un momento clave en el que resuenan con más fuerza las palabras diálogo y cooperación entre las empresas tradicionales que, cada vez más, articulan su estrategia comercial con una inversión en capital social, y aquellas empresas que nacen precisamente para cubrir una necesidad o paliar un problema social. Al mismo tiempo, las social enterprises necesitan ser sostenibles económicamente para tener un mayor impacto y mantenerse en el tiempo. En cualquier caso, debajo de unas y de otras el elemento medular debe ser la ética que pone en el centro a la persona.