Todos conocemos a personas a las que no les importa la calidad del trabajo que realizan. Tampoco les preocupa mucho que sus clientes (pacientes, alumnos, etc.) queden satisfechos con sus servicios. Pero también hay personas obsesionadas con llegar a ser la mejor versión de sí mismos como trabajadores. Además, en un ejercicio de empatía profesional, se sienten responsables del bienestar de los demás. Los primeros no conocen la palabra excelencia; los segundos aspiran a la misma.
Pero, ¿qué es la excelencia? La excelencia se encuentra en estrecha relación con la perfección y las características sobresalientes que ostenta un trabajador o los bienes que produce. Por tanto estamos ante un camino de búsqueda, experimentación, estudio y conocimiento del trabajo e innovación. Lo verdaderamente importante no es la meta sino las mejoras graduales que se producen en el camino.
Otra pregunta, ¿se puede disfrutar en un trabajo? Se puede y se debe. Según los economistas los trabajadores derivamos satisfacción laboral casi exclusivamente de nuestro salario. Esta visión reduccionista es ampliada por los psicólogos: también derivamos satisfacción laboral de recibir formación continua en el puesto de trabajo, de la posibilidad de conciliar la vida laboral y la familiar, de un buen clima laboral, en definitiva, de tener un ‘maestro’ que saca lo mejor de nosotros mismos, en vez de un jefe tradicional poco imaginativo que se basa solamente en ordenar y mandar. Por tanto el camino de la excelencia es aprender a ser felices en nuestro trabajo y aprender a hacer felices a los que rodean en dicho ámbito.
Así, es importante que nos guste lo que hacemos, que nos recreemos en nuestra tarea diaria (cual panadero que nos provee con amor al trabajo bien hecho del pan nuestro de cada día). En definitiva, tenemos que encontrar nuestro ‘elemento’. Como nos demuestra el maravilloso libro (que deberían leer todos los padres y educadores) de Ken Robinson (El Elemento), estamos en nuestro elemento cuando nos apasiona lo que hacemos y además nos hemos preparado lo necesario para hacerlo bien. Cuando descubrimos este estado se produce un antes y un después, tanto en nuestra vida laboral como personal. Ahora el cansancio y el estrés irracional es sustituido por la creatividad.
Pero seguro que se nos viene a la cabeza otra pregunta: ¿qué ocurre si trabajamos en un entorno laboral hostil? A este respecto me parece muy oportuna la reflexión de Viktor Frankl (El Hombre en Busca de Sentido): muchas veces no podemos elegir nuestras circunstancias pero sí podemos elegir, de forma plena, nuestra actitud. Así, por ejemplo, podemos exclamar: no que “soy amable porque soy feliz en mi trabajo”, sino que “soy feliz en mi trabajo porque soy amable”. Hay que dar importancia al liderazgo tranquilo, quizás desde la minoría y no olvidar nunca que el cambio empieza por uno mismo, incluso en circunstancias adversas.
Para un profesor (desde preescolar hasta la universidad) un trabajo bien hecho se refleja en un alumno impregnado de sana autoestima y valores –incluyendo el gusto por el trabajo bien hecho-. Esta es la mejor aportación que puede hacerse a la sociedad del futuro. En esto consiste la verdadera felicidad laboral y puede extrapolarse a las demás profesiones. Estamos llamados a querer encontrar sentido a nuestro trabajo.
“La excelencia es un hábito”, Aristóteles.