El cambio climático es uno de los mayores desafíos globales de nuestro tiempo y nadie duda de que el escenario al que nos enfrentamos es preocupante, pero también es una oportunidad para transformar nuestras sociedades en un sentido más justo y sostenible.
Existe un enfoque alternativo al discurso dominante de las advertencias catastróficas que, aunque es efectivo para concienciar, puede llevar a un efecto contraproducente. La población corre el riesgo de sentirse impotente, atrapada en una realidad inmutable.
Vamos a promover una narrativa en positivo que inspire soluciones y fomente la acción colectiva.
Si queremos que la sociedad se movilice de manera efectiva, necesitamos sustituir el actual enfoque: de la desesperación a la oportunidad, del miedo a la acción. En este sentido, las organizaciones e instituciones tenemos la responsabilidad de moldear el tono del debate público, resaltando las oportunidades que brinda la transición hacia un futuro más sostenible.
Las energías para un futuro Net Zero, la agricultura regenerativa, el diseño urbano sostenible o las tecnologías limpias no solo son respuestas a la crisis climática, sino también pilares para un desarrollo económico más equitativo y justo.
Así, por ejemplo, en lugar de hablar únicamente de la destrucción de empleos en sectores contaminantes, como el carbón, debemos destacar la creación de empleos verdes en las industrias del futuro. La energía solar, eólica y, en definitiva, todas las incluidas en la taxonomía verde de la UE, ya están creando más empleos que las industrias de combustibles fósiles en muchos países. Son datos objetivos que merecen ser contados.
El papel de las instituciones
Esa capacidad para influir en la narrativa pública, establecer políticas y dirigir recursos hacia soluciones la tiene las instituciones. Más allá de establecer una agenda climática, es imperativo que los gobiernos y otras organizaciones públicas y privadas asuman un liderazgo proactivo en la creación de un discurso en positivo.
Un primer paso es desarrollar campañas de comunicación coordinadas que destaquen entre sus mensajes los avances logrados hasta la fecha en la lucha contra el cambio climático. Poner de relieve historias de éxito, tanto a nivel local como global, es esencial para inspirar a otros a actuar. Estas campañas, además de centrarse en lo que está en juego, pondrán el acento en lo que se puede lograr con la acción colectiva.
Por su parte, las instituciones educativas, desde colegios hasta universidades, tienen en sus manos nada más y nada menos que transmitir esa perspectiva de las soluciones a las futuras generaciones del planeta. Como responsables de educar sobre la crisis climática a la población que más de cerca va a convivir con sus consecuencias, deberían enfocarse en cómo los estudiantes pueden ser agentes de cambio fomentando su creatividad, la innovación y el liderazgo.
El sector empresarial es otro aliado fundamental en combatir esta crisis, por lo que las instituciones deben promover un discurso que resalte las ventajas competitivas de la sostenibilidad. Desde la reducción de costes energéticos, hasta el acceso a nuevos mercados, pasando por la implementación de nuevas tecnologías, las empresas tienen mucho que ganar al adoptar prácticas sostenibles.
Además de la capacidad, tenemos la obligación de liderar con el ejemplo.
Empoderar a la sociedad
Las grandes transformaciones sociales, como lo demuestra la historia, no se logran únicamente a través de advertencias y prohibiciones, sino también mediante la creación de un sentido de propósito colectivo.
El cambio climático es igualmente una cuestión de justicia social. Los países y comunidades más vulnerables son los que menos han contribuido al problema, pero son quienes sufren las peores consecuencias. De ahí que debamos replantear nuestra narrativa hacia una perspectiva de solidaridad global, promoviendo la idea de que la lucha contra esta crisis ambiental lo es también por los derechos humanos.
Este enfoque debe incluir la visión de un futuro donde las ciudades sean más verdes, con espacios públicos que fomenten la calidad de vida, una mayor biodiversidad y el acceso a recursos naturales de manera sostenible. Además, debe enfatizar en que los avances tecnológicos y las innovaciones científicas nos están proporcionando herramientas inéditas para enfrentar estos desafíos. Por ejemplo, la Inteligencia Artificial, el Internet de las cosas y las tecnologías blockchain tienen el potencial de optimizar el uso de recursos, reducir emisiones y crear modelos de negocio más resilientes y eficientes.
Ahora bien, no caigamos en un optimismo ingenuo. Un discurso en positivo significa transformar la narrativa hacia soluciones viables que empoderen a la población sin ignorar la gravedad del problema. Es una oportunidad para reconectar con nuestra capacidad colectiva de innovación, colaboración y creatividad.
Las instituciones, además de ser emisoras de este mensaje, deben ser facilitadoras de los cambios estructurales necesarios, diseñando políticas públicas alineadas con las metas climáticas a largo plazo, apoyando iniciativas de transición energética, incentivando prácticas de producción y consumo sostenibles, y protegiendo los derechos de las generaciones futuras.
En este proceso, el papel de la sociedad civil es igualmente indispensable. Las ONG y los movimientos ciudadanos juegan un papel fundamental en mantener la presión sobre los gobiernos y el tejido empresarial para que cumplan con sus compromisos climáticos.
Por último, la colaboración internacional es esencial para abordar un problema que no conoce fronteras.
Es evidente que solo trabajando juntos podremos enfrentar este desafío global, y en esa unión reside uno de los mayores mensajes de optimismo que podemos transmitir: el poder colectivo de la humanidad para resolver incluso las crisis más complejas.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional contra el Cambio Climático.