Casi siempre que se habla de talento femenino se aborda desde la brecha de género entre hombres y mujeres ligada a logros sociales, políticos, intelectuales, culturales o económicos como es el caso de la presencia de féminas en los comités de dirección y en los consejos de administración de las empresas o al frente de la toma de decisiones en el ámbito político.
Vivir el día a día de las mujeres en una empresa social como Envera, que tiene como misión la no discriminación de las personas con discapacidad, básicamente intelectual, y su inserción laboral, es un baño de realidad que trae al frente la prioridad absoluta de defender los derechos humanos de todas las personas, sean del sexo que sean, cuando aún seguimos hablando con total naturalidad de minusválidos (valer menos) o discapacitados (sin ninguna capacidad) en el imperio de lo políticamente correcto.
Después de casi cuarenta años de vida laboral, tanto en la empresa privada como en la administración pública, y de conocer de primera mano la realidad social en muchos países, creo firmemente que una mujer al mando, por el mero hecho de ser mujer, no es garantía de nada bueno, ni tan siquiera para las propias mujeres bajo su influencia, como sucede en el caso de un hombre por el simplemente hecho de serlo. Mi experiencia apuesta por “bajar” la mirada de las élites directivas a las miles de mujeres que se baten cada día el cobre por salir adelante y a las que el mundo de la dirección empresarial o el poder político les resulta ajeno.
La victoria talibán en Afganistán que acaba definitivamente con cualquier atisbo de derecho para las mujeres en aquel país después de una guerra de 20 años o el impacto socioeconómico de la pandemia por coronavirus, que ha hecho que el agujero negro de la discriminación contra las mujeres se agrande en una generación, desde 99,5 años hasta los 135,6, según el Índice Global de Brecha de Género (IPG) 2021 del Foro Económico Mundial, son las dos últimas explosiones en la carrera a la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 5 de la Agenda 2030 de la ONU relativo a la igualdad de género. También la constatación de que en esta competición por la igualdad de género todo es susceptible de empeorar para las mujeres.
Sin embargo, conviene poner el foco, en el caso de España, en la realidad de su sociedad.
Adela Cortina, filósofa y directora de la Fundación Étnor para la ética de los negocios y las organizaciones, que siempre es lucidez en los entornos VUCA que nos devoran, pone de manifiesto que en España las mujeres hemos alcanzado unas cuotas de relevancia, o de oposición a las injusticias muy grandes, logrando un nivel mucho más alto de igualdad del que teníamos y debiendo aspirar a un nivel todavía mayor, pero subraya que “el tema de las desigualdades no solo es de hombre a mujer, sino también de riqueza-pobreza y de oportunidades en la vida”. De modo que, si hay que trabajar por la igualdad, Cortina señala que la mujer, que tradicionalmente ha sido un grupo desfavorecido, tiene que trabajar y bregar por todos los que están en situación de desigualdad. Para ella, histórica defensora del feminismo, la lucha de este movimiento no tiene que ser solo entre hombres y mujeres, sino también por los menos favorecidos por la fortuna, las personas con discapacidad…”
Y ésa es la apuesta de las mujeres directivas en Envera, en un comité de dirección paritario, que cuenta con cerca de 800 trabajadores, hombres y mujeres repartidos en cinco centros de trabajo protegido, muchos en puestos ligados al sector aeronáutico, tan tecnológico y sofisticado.
En Envera tenemos un plan de igualdad al que estamos obligadas todas las empresas y que es el mecanismo de poner las cosas en su justo sitio. Y mucho antes de la ley, fue norma de la casa que, a igual responsabilidad, mismo sueldo; mismas obligaciones, mismos derechos, mismo reconocimiento.
El objetivo fue y es atraer talento, sin mirar de donde procede, porque hacen falta muchas ideas y capacidades para conseguir que los más vulnerables ocupen con dignidad su lugar en el mundo. Una voluntad que trasciende a Envera para contagiar a las empresas que colaboran con nosotros a través de planes para cumplir la Ley General de Discapacidad, acciones de voluntariado que invitan a conocer una realidad de la que nadie está a salvo y entender que en la sociedad global, la diversidad es un elemento estratégico de competitividad y, por tanto, una necesidad para las organizaciones.
Cuando una parte influyente de nuestra sociedad sigue mirando a las altas esferas como meta de la igualdad en el género, desde empresas sociales como Envera se lucha aún por la dignidad de todas las personas, por la defensa de su derecho a tener una vida plena, sea cual sea su sexo, sus capacidades físicas, sensoriales o intelectuales; por la defensa de la igualdad de oportunidades real de cara a su inserción laboral en la empresa ordinaria y en la administración pública, y por una justicia social con mayúsculas libre de prejuicios y estigmas.
Un talento puesto al servicio de la igualdad, no sólo entre hombre y mujer, sino entre personas con y sin discapacidad, sabiendo que todos y todas somos únicos e importantes, todos y todas contamos y somos necesarios, y que con apoyos y recursos todas las personas podemos ser las mejores en algo. Un talento sostenible y global.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Mujer y Liderazgo, elaborado en colaboración con IESE Business School.