Según la mitología Griega, en uno de sus escarceos mundanos la diosa Eos raptó al bello príncipe troyano Titono. Aquello llegaría mucho más lejos y ambos se enamoraron y casaron. Eos sentía tanto amor por Titono que pidió a Zeus, rey de los dioses del Olimpo, la inmortalidad para Titono como regalo de bodas. Zeus accedió y le concedió la vida eterna, pero no la eterna juventud, de forma que Titono envejeció tanto que Eos ya no quiso cuidarlo y terminó convirtiéndole en una cigarra.
Desde 1960, la esperanza de vida al nacer ha pasado en España de 69 a 84 años. Así las cosas, hoy tenemos más de 9 millones de personas con más de 64 años y se espera alcanzar los 16 millones en 2050 lo que convertiría a nuestro país en uno de los cinco más envejecidos de la UE-27. Y al igual que con el príncipe Titono, la cuestión nuclear de todo esto es que tras los 65 años sólo tendremos un 53% de años de vida saludable (Eurostat) y aumentará la probabilidad de sufrir patologías asociadas al propio envejecimiento. En este escenario hay que tener en cuenta que según los expertos (SEGG y CSIC en 2016), las principales actividades en las que las personas mayores dependientes necesitarán ayuda permanente serán de carácter social y no sanitario: evitar la soledad, recibir ayuda para tomar la medicación, para la higiene y para vestirse, constituirán las actividades en que requerirán la asistencia de otra persona.
Y es aquí donde surge una familia grande, diversa, orgullosa de su vocación e ilusionada en mejorar la calidad de vida de nuestros mayores, una familia que ya genera raigambre y cuya profesionalidad ha logrado crear su propio espacio en el mercado de trabajo: los cuidadores de las empresas y entidades del sector social y asistencial. Representados por dos profesiones, la de gerocultor y la de auxiliar SAD, estas categorías han evolucionado sobre todo en la última década al amparo, por una parte, de la actividad legislativa (Ley 39/2006 y sus textos de desarrollo) y, por otra, por el empuje de las variables que rigen el mercado laboral (llegada de normas de calidad al sector, cualificaciones exigibles, competitividad, …).
En todo este contexto, aunque empiezan a vislumbrarse posicionamientos coherentes, esperemos que las Administraciones Públicas tomen plena conciencia de la relevancia de los profesionales del cuidado a personas mayores y doten los presupuestos y políticas de reconocimiento público que permitan desarrollar sus quehaceres y funciones con la dignidad que merecen y en toda su extensión.
Lo merecen quienes tienen concedida la virtud de ilusionarse con el cuidado de las personas mayores, un “don” muy especial, ni siquiera como vimos al alcance de todos los dioses.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional de las Personas Cuidadoras