La sociedad denominada del bienestar, en la crisis sanitaria y social en la que estamos inmersos, provocada por la pandemia de la COVID-19, no ha estado preparada para la respuesta de atención a las personas mayores, protagonistas por el alto grado de vulnerabilidad ante esta enfermedad. Nos referimos al grupo de personas afectadas de patología compleja y enfermedades crónicas avanzadas, con problemas sociales (pobreza, soledad no deseada y muerte en soledad).
El momento actual pone sobre la mesa la importancia de desarrollar el cuidado profesional, en un contexto de integralidad de la atención social y sanitaria, la función de cuidar requiere ser gestionada y planificada en las estrategias sociales y de salud de la población en sus diferentes áreas.
La profesionalización del cuidado ha de contar con profesionales que desarrollen competencias como la visión integral de la persona, la empatía, el trabajo en equipo o la dimensión comunitaria de la salud. En ese sentido, la enfermería como disciplina y como grupo profesional dispone de competencias muy relevantes para participar en las estrategias de cuidados a todos los niveles.
Las enfermeras pueden cooperar y poner en práctica la esencia del cuidado priorizando el bienestar, la seguridad y la autonomía de los mayores y de las personas con dependencia. Una sociedad que promueva el cuidado entre sus ciudadanos debe contar con equipos interdisciplinares donde la disciplina enfermera aporte respuestas a las necesidades de las personas desde una perspectiva holística, respetando sus valores y haciendo partícipes a todos del cuidado. Es urgente poner en valor el cuidado invisible, imprescindible para mantener la calidad de vida de los mayores. Son conductas cuidadoras como las siguientes: la comunicación, la confianza, el afecto, proporcionar confort, saber acompañar –especialmente en situaciones de final de vida–, evitar sufrimiento, facilitar las relaciones sociales…
Pero, además de saber estar con la persona (cuidado invisible), es preciso “estar pendiente de” para prevenir, retrasar complicaciones, incapacidad y dependencia, acompañar en distintas experiencias de salud y evitar el riesgo clínico. Se requiere promover la formación especializada de las enfermeras y profesionales colaboradores junto con un desarrollo en el modelo de atención basado en el reconocimiento de cada una de las disciplinas desde la paridad, ya que es urgente definir roles profesionales desde este enfoque.
Los cuidados que se requieren en estos entornos son prácticas complejas que requieren de profesionales con conocimientos y competencia profesional que permita proveer, movilizar e identificar con las personas y su familia los recursos y las capacidades que favorecen el bienestar, la seguridad y la autonomía, es decir, crear valor en la calidad de vida de la persona.